Como muchos otros
viajeros, yo me enamoré de África mucho antes de pisarla por primera
vez. Todos tuvimos libros de animales de pequeños y elegimos nuestro
favorito (El mío, el leopardo). En estos libros también me llamaban la
atención los vestidos de la gente, de los masais; sus adornos...
Entonces me dije a mí mismo que algún día lo tendría que ver con mis
propios ojos, aunque supongo que en aquel tiempo, el plan sería algo así
como comprarme una moto y conducir hasta que llegase a un sitio donde
la gente vistiese como los del libro y allí, preguntar por el leopardo.
Bastantes
años después y con más o menos el mismo sentido común, decidí casarme
con la que hoy es mujer (¡Hola Silvia!) y que, ¿dónde íbamos a ir de viaje
de novios mejor que a África? De hecho, tengo la suerte de que fue ella
quien propuso el viaje, comprensiva y sabedora de que un viaje así era
algo especial que me haría mucha ilusión.
Personalmente
soy un enamorado de los viajes, cuanto más lejos y diferentes de lo que
tenemos en casa, mejor. A día de hoy, he visitado 22 países (Mónaco
cuenta como país, no?), aunque en el momento de decidir el viaje, aun no
había pisado el África Negra. Normalmente prefiero organizar los viajes
por mi cuenta e ir a mi aire, siempre y cuando "domines" algo el sitio.
Europa es manejable y China y Oriente Medio los conozco más o menos
bien. Por eso decidimos contratar una agencia de viajes para el viaje
organizado, en este caso Ratpanat. Creo que es de sentido común el que,
por lo menos la primera vez que vas hacia lo desconocido y
previsiblemente salvaje, alguien te lleve de la mano, o que por lo menos
te diga donde se puede pisar o donde se puede evacuar sin riesgo de que
te coma un león o que te pise un elefante.
Un
viaje tiene, en mi opinión, tres fases: Primero la preparación, segundo
el viaje en sí y tercero, el post-viaje, incluyendo recuerdos y fotos.
Esta fase, si el viaje ha sido bueno, dura para siempre.
En
nuestro caso, la primera fase incluía las vacunas, incluyendo la de la
hepatitis A y B, tétanos, fiebre amarilla y la profilaxis de la malaria,
pastillas que tuvimos que tomar un día antes del viaje, todos los días
en África y una semana después de volver.
También
fueron divertidas las compras de lo necesario para el viaje que
contratamos, en el que dormiríamos en tiendas de campaña dentro de los
parques nacionales y viajaríamos en un camión. En nuestro caso, ambos
hemos hecho camping desde pequeños, por lo que muchas cosas ya las
teníamos. Fueron especialmente útiles los frontales y la ropa térmica,
pero eso es algo que veremos mas adelante. Entre amigos que ya habían
hecho el mismo viaje y foros, nos informamos de todas las cosas
necesarias, incluyendo una funda que nos prestaron para las mochilas que
íbamos a facturar, muy útil teniendo en cuenta que se perdieron tanto a
la ida como a la vuelta. Ya resultó sospechoso que en la información de
la agencia sobre el viaje, aconsejaran llevar en el equipaje de mano lo
necesario para varios días, en el caso de que se extraviasen los
equipajes. Detalles como éste hacen que te des cuenta de dos cosas:
1. En África las cosas van a otro ritmo (Hakuna matata).
2. Llevamos más cosas de las que realmente necesitamos.
Otro
punto de la preparación del viaje, importante en mi caso, fue el leer
"El sueño de África" de Javier Reverte. Siempre se disfrutan más las
cosas si sabes lo que estás viendo. En este libro, el autor pasa tanto
por Kenia, como por Tanzania y Zanzíbar y explica tanto la idiosincrasia
de sus habitantes, como la historia del país, incluyendo la época de
los grandes exploradores (Livingstone, Speke, Burton...). Durante todo
el viaje me acordé a menudo de partes y datos del libro, por lo que
aconsejo a cualquiera que vaya a visitar estos países, o no, que lea
este libro.
Una
vez casados, empapados culturalmente y equipados con todo lo necesario,
partimos desde la estación de autobuses de Valladolid hacia el
aeropuerto de Barajas. El vuelo a Bruselas salía pronto por la mañana y
preferimos llegar con tiempo de sobra. Una vez en el aeropuerto, cenamos
y yo dormí como un tronco sobre el duro suelo del aeropuerto.
Interiormente me sentí orgulloso de estar ya preparado en ese aspecto de
"dormir-donde-sea". Cuando desperté, Silvia ya había conocido a alguno
de los del grupo que íbamos en el viaje. Posteriormente, en la cola de
embarque, conocimos al resto de los 7 que salíamos de Madrid, que con
los 5 de Barcelona y los 6 de Bilbao, sumábamos los 18 del grupo final.
Desayunamos
algo en una cafetería y me di cuenta de que la gran mayoría del grupo
ya había viajado bastante, algo que me gustó porque me encanta escuchar a
la gente hablar de sus viajes. Ya sé que es raro, pero a todo el mundo
le encanta hablar de lo que ha hecho cuando estuvo de viaje y lo suele
hacer con pasión, con anécdotas... De lo que cuenta la gente, yo intento
sacar si el país me gustará o no.
Llegamos
a Bruselas con poco tiempo de enlace con el vuelo a Nairobi. Alguna de
las chicas quería comprar chocolate, pero lo único que nos dio tiempo
fue a correr como locos por la terminal y hacer un pis antes de subir al
avión que nos llevaría, por fin, a África.
2.
El
aeropuerto de Nairobi no es ni mejor ni peor que muchos aeropuertos en
lo que se refiere a trámites de visados. Cuando llegamos a las colas,
éstas ya eran largas así que nos pusimos en la que nos pareció mas corta
y nos dispusimos a esperar, cansados del viaje, pero con la emoción de
haber llegado a un sitio nuevo. A pesar de que las colas eran enormes,
los policías que ponían el visado en los pasaportes no parecían tener la
más mínima prisa, e incluso se ponían a hablar y reír entre ellos. Como
ya estaba avisado de esto, pensé que Hakuna matata y que ya
llegaríamos. 45 minutos y 20 € después, tenía un nuevo visado molón en
mi pasaporte.
Como
muchos suponíamos/temíamos, nuestras maletas no aparecieron. En la
garita de reclamación de equipajes, donde todos parecían tener más sueño
que nosotros, nos informaron de que las maletas se habían quedado en
Bruselas y que llegarían a los dos días. Pusimos la reclamación y me
dieron una hoja con los nueve equipajes extraviados para que se la diera
a mi guía y que ella fuera quien lo reclamase.
Con
lo puesto y lo de la mochila, salimos al hall del aeropuerto donde nos
esperaba sonriente nuestra guía, Carmina. Había varios compañeros que la
habían visto en el programa "Españoles por el mundo". Nosotros no la
habíamos visto, pero la primera impresión fue agradable; impresión
confirmada todos los días que pasamos con ella.
Tras
comprobar que estábamos todos, salimos del aeropuerto y la primera
ráfaga de viento africano que nos recibió fue mucho más fría de lo
esperado. Nairobi está a más de 1500 metros sobre el nivel del mar y las
noches son frías. De camino al camión que sería nuestro hogar los
siguientes días se acercaron los típicos voluntariosos, ofreciendo
llevarnos la mochila. Diciendo que no, gracias, era suficiente para que
fuesen a preguntar al de al lado. Tras intentarlo con todos, nos
acompañaron un rato y luego se volvieron.
En
el camión nos esperaba la tripulación, que nos saludaron sonrientes y
con muchas palabras en español, aprendidas de viajeros anteriores. Uno
de ellos, Ali, me dio un abrazo y la impresión que tuve fue la de
abrazar un cervatillo; estaba muy flaco. Luego vi que los demás estaban
fuertes, incluso con barriguita, así que supuse que el tipo era así por
naturaleza. Posteriormente, vi que comía como una lima.
Salimos
hacia el hotel y la ciudad me dio la impresión de ciudad normal.
Edificios, carreteras, tiendas, semáforos... Todo daba la imagen de
estar algo abandonado y sin mucho tráfico, probablemente por la hora. Me
hizo gracia el que el conductor no hiciera absolutamente ni caso de los
semáforos. Estoy acostumbrado a países en los que el tráfico es
caótico, pero los semáforos en rojo se suelen respetar o por lo menos,
bajar algo la velocidad. En nuestro caso daba igual el color del
semáforo, la carretera era nuestra.
La
guía nos fue explicando detalles del viaje y de la ciudad. Nos comenta
que Nairobi es una ciudad peligrosa de noche para un blanco, como casi
todas las grandes ciudades africanas. Dice que si queremos dar una
vuelta, justo al lado del hotel hay un bar donde ponen cenas y algo de
beber y que aparte, tiene mucho ambiente nocturno. Me mola la idea.
En
un tiempo récord llegamos al hotel 680 donde tras un caótico check in,
subimos a las habitaciones. El hotel es antiguo y no especialmente
bonito, pero tras el viaje todo nos vale. Me llama la atención que en
cada piso del hotel hay un portero sentado en una mesa, con uniforme y
con un papel en el que apunta a qué habitación vas. El de nuestro piso
era una señora gordita literalmente dormida con los ojos abiertos. Tras
"despertarla" con el mayor cuidado posible, nos ficha en su hoja y
vuelve a su posición original. Tres chicos y cinco chicas decidimos
bajar al Simmers. Nada más bajar a la calle nos siguen unas cuantas
madres con niños pidiendo dinero, está claro que el hotel es frecuentado
por occidentales.
El
gorila de la puerta es un tío enorme que nos mira un poco raro y luego
se aparta para que pasemos. El Simmers tiene un terraza al aire libre
donde nos hacemos sitio en dos mesas, compartiendo espacio con gente
bastante peonza. Yo pedí pollo a la parrilla con patatas y la primera de
muchas Tusker, la rica cerveza local servida en botellas de medio
litro. El pollo estaba bueno aunque las patatas no estoy muy seguro de
que lo fueran. Una de la compañeras me dio a probar el cebú, la ternera
local, que aunque de sabor era muy parecido, la carne era correosa y
dura, un poco como si te estuvieras comiendo a Ben Johnson.
El
ambiente del local era divertido y la gente, aunque estuviese
claramente borracha, no se metía con nadie y lo pasaban bien. Las chicas
keniatas del bar eran muy guapas e iban muy arregladas. Tras pagar unos
5 $ por la cena, nos vamos a la cama a dormir unas cuatro horas ya que
hemos quedado pronto por la mañana para salir hacia nuestro primer
destino.
Antes
de acostarme me acuerdo de que es la primera vez que estoy en el
hemisferio sur, así que voy al lavabo y compruebo que el agua gira "al
revés". Es verdad.
Me voy a la cama y tardo unos dos segundos en dormirme.
3.
Tras
dormir lo que a mi me parecieron 10 minutos, nos levantamos, guardamos
nuestras escasas pertenencias en la mochila y bajamos al hall donde ya
están algunos de nuestros madrugadores compañeros. A los que no bajaron
al Simmers les contamos la experiencia y casi todos se arrepintieron de no
haberlo hecho. Puntualmente llega el camión y salimos de la ciudad
rumbo a la naturaleza. El día está nublado. Nairobi es grande y tardamos
un rato en salir. Aunque por la mañana hay más tráfico, la mayoría de
la gente va andando por los lados de la carretera, que no están
asfaltados. Muchos andan muchos kilómetros para llegar a su trabajo o al
sitio al que vayan, ya que solo una pequeña parte de la población
urbana puede tener coche. En el caso de la población rural, el
porcentaje es aun menor.
El
camión va cerrado, excepto la parte de atrás, la de los fumadores. Hace
frío y todos llevamos cerrados los polares y las manos en los bolsos.
Yo no lo puedo evitar y voy mirando y haciendo alguna foto, que aunque
no quedan muy bien al ir en movimiento, luego me recordará el primer
tramo del viaje.
Según
nos vamos alejando de la ciudad, el frío se hace algo más intenso. La
guía nos confirma que estamos subiendo y que desayunaremos en las
llamadas "Highlands" de Kenia, a 2500 metros sobre el nivel del mar.
Tras
un rato más de viaje subiendo, paramos a un lado de la carretera, en un
sitio donde hay varias tiendas de souvenirs pintadas de muchos colores.
Es la primera vez que vemos montar la mesa y toda la parafernalia que
hacen para cada desayuno, comida y cena nuestros chicos. Nos hacemos
fotos con un bonito paisaje que empezaba a despejar y con los servicios,
unas casetas de colores, curiosas por fuera y pestilentes por dentro.
No fue el peor servicio en el que estuvimos, pero al ser el primero, nos
hizo gracia. Algún compañero ya compró algún souvenir. A mí me gusta
dejarlo para el final, especialmente cuando la guía nos había dicho que
los mejores sitios para comprar serían el Masai Mara y sobre todo,
Zanzíbar.
Tras
darle duro a la Nutella, seguimos camino hacia el Rift Valley y el lago
Baringo. Sale el sol, nos quedamos en camiseta y abrimos los laterales
del camión. Yo, como algún compañero, preparo la cámara para hacer
alguna foto, pero la guía nos dice que tengamos cuidado, porque la gente
se puede molestar. Cuando le preguntamos por qué, nos pide que nos
pongamos en su lugar, que a ellos no les gusta que les tiren fotos como
si fueran animales. En cualquier caso, dice que tengamos cuidado y que
si es posible y queremos hacer una foto de alguien, que les pidamos
permiso aunque sea por gestos, que la mayoría de la gente nos dirá que
sí, porque la mayoría son amables, pero que si nos dicen que no, no
insistamos. La verdad es que nunca lo había pensado de esta manera y lo
cierto es que lo entiendo. Durante todo el viaje intenté no molestar a
nadie, pedí permiso a muchos, algunos pedían dinero y solo algunos me
dijeron que no. Y las pocas fotos que "robé" fueron sin que nadie se
molestase.
La
mayoría de la gente tanto en Kenia como en Tanzania son amables y
sonrientes, especialmente los niños, que gritan y te saludan con la mano
al paso del camión. Todos los días que pasamos en el camión nos lo
pasamos saludando a niños, con más entusiasmo el primer día, pero ningún
niño se quedó sin que algún mzungu le saludara desde el camión. Mzungu
es la traducción de "extranjero-blanco-guiri" aunque por lo que nos
dijeron, no tiene connotaciones negativas, sino que simplemente nos
llaman así cuando hablan entre ellos, por ejemplo: "Pero tu has visto
las pintas que tiene el mzungu este?", etc.
Tras cruzar la línea del ecuador y volver a entrar en el conocido hemisferio norte, empezamos a ver cráteres de volcanes inactivos cortes en la tierra que en su conjunto forman el Rift Valley. Este paraíso para los geólogos es una "raja" que se esta abriendo y que, dentro de miles de años hará que lo que hoy conocemos como África se parta en dos. Lo que llegamos a ver es un cortado de piedra color rojizo muy largo, cercano a nuestro primer sitio de acampada, el Robert's Camp Site.
En
el cartel ya se deja claro que este "camping" no es como los europeos,
para los que no hablaban inglés, tradujimos literalmente que "Los
visitantes acampan aquí por su propio riesgo". Una traducción no literal
podría ser "Tú verás lo que haces, si te comen los bichos, no será que
no estás avisado".
El
lago Baringo se distingue por ser uno de los lugares del mundo con
mayor diversidad ornitológica del mundo. Félix Rodriguez de la Fuente
fue un visitante habitual de este lugar cuando se trataba de estudiar
pájaros. La guía nos explicó que aparte de pájaros, en el lago también
abundaban los cocodrilos, lagartos e hipopótamos.
Cuando
bajamos del camión, nuestros chicos se dispusieron a montar el
campamento por primera vez (para nosotros). Las tiendas de campaña eran
de tipo iglú, verde militar y nos pidieron que eligiéramos una y que esa
sería la nuestra el resto del viaje. Nosotros nos quedamos con la 2,
una tienda que nos acompañó hasta en los momentos más difíciles que
vinieron después. Mientras montaban el campamento y la mesa para comer,
nos fuimos al bar del camping a tomar una cerveza, fanta o zumo, que ya
se necesitaban por el calor y la humedad que había. La decoración del
bar tenía un agradable aspecto de los 70-80, con algunos mapas de la
zona y cuadros de animales. Cuando me terminé mi Tusker, que se había
calentado rápidamente, me fui con mi cámara a hacer fotos por los
alrededores. Acostumbrado a los insectos españoles, todos los que
saltaban alrededor parecían haber tomado esteroides por su gran tamaño.
Aparte de eso, tanto los insectos como los pájaros tenían muchos colores
muy vivos y parecían no tener mucho miedo de ti, por lo que te podías
acercar bastante. A cada paso por el verde saltaba algo o veías algo
nuevo, parecía una explosión de vida natural. Luego te acostumbras a que
la naturaleza en África es generosa y dejas de apreciarlo tanto, hasta
que vuelves a casa y te das cuenta de dónde has estado.
Un
poco más alejado del bar y un rato después, vimos un cocodrilo de casi
tres metros que estaba tranquilamente tomando el sol, pero que si no te
fijas bien, casi le puedes pisar, porque estaba mimetizado con las
plantas del suelo. El primero de muchos avisos de que había que andar
con mil ojos tanto para ver cosas bonitas, como para ver las peligrosas.
Tras
el vermut, nos llaman a comer y disfrutamos de nuestra primera comida
campestre consistente en ensalada y pasta, nada fuera de lo común.
Bebemos un vino sudafricano que viene en una cómoda caja de 5 litros. El
vino es bastante malo, pero me resulta curioso. El agua y el vino, que
no llegó a acabarse, entraban dentro de los "víveres" del viaje. Las
cervezas y diferentes refrescos, los compramos con un bote común que se
volvía a poner cuando se acababan y que se guardaban dentro de la nevera
del camión.
Después
de la comida, nos preparamos para la visita a un poblado Pokot. La guía
nos explica que como todo, estos poblados se han convertido en pequeñas
atracciones y que ya no quedan muchos poblados auténticos. En el caso
del que vamos a visitar, por lo menos siguen viviendo en el poblado y
siguen las costumbres que seguían antaño y que nos explicará el guía
local. En cualquier caso, los poblados de los amables Pokot no están tan
masificados como los de los Masai y están mucho más cerca de lo que son
estos poblados en realidad. También nos dice que si alguno no quiere
ir, se puede quedar en el campamento sin ningún problema.
Finalmente
todos nos subimos al camión en compañía de Julius, el guía local y
salimos hacia el poblado Pokot, al que llegamos tras media hora de viaje
por caminos cada vez más estrechos. Nos damos cuenta de que estamos
llegando porque de repente, empiezan a aparecer niños gritando y
saludando con las manos. El poblado se compone de unas 20 casas de
planta redonda con techos de paja y situadas de manera anárquica.
También hay varios cercados para el ganado y varios huertos. Nada más
bajar del camión nos reciben los niños, sonriendo y jugando con
nosotros. Uno de los más mayores, por gestos y con alguna palabra en
inglés, me pregunta si la gorra es mía.
- Si.
- Me la das?
- Pues no.
- Vale. Las gafas de sol son tuyas?
Con
una sonrisa le digo que no cada vez que pregunta por alguna de las
piezas de mi vestuario, botas incluidas. La guía nos había explicado que
los niños se habían hecho pedigüeños debido a que los turistas les
regalaban cosas, pero que esto era malo, porque se tenían que
acostumbrar a ganarse las cosas y no sólo a poner la mano.
Tras
un rato con los niños, aparecen las mujeres con sus collares y
vestimentas típicas. Solo unas pocas de las mujeres son mayores, la
mayoría de las que vienen con nosotros son casi niñas.
Nuestro
guía, Julius, nos explica que él vivía en este poblado de niño, pero
que se escapó porque quería ir a la escuela. Fue acogido por una familia
y gracias a eso, ahora vive como guía. Julius sólo habla inglés por lo
que yo me encargo de traducir al resto de compañeros las explicaciones
sobre el poblado y sus costumbres. Entre otras cosas nos explica que los
niños no van al colegio sino que aprenden de los mayores. El más
anciano del poblado es el que ejerce de chamán y el que trata a los
enfermos. Uno de los niños más pequeños tiene malaria y nos explica que
el tratamiento es a base de pequeños cortes para que se vaya la sangre
"mala" y algunas infusiones de hierbas de la zona. También nos explica
la diferencia de atuendo entre las mujeres solteras y las casadas, así
como que se sigue practicando la ablación del clítoris a las niñas antes
de la boda.
Después
de alguna explicación más sobre costumbres de los Pokot, incluidos
diferentes vinos locales, nos lleva a dar una vuelta por el poblado.
Vemos como tienen a las cabritillas guardadas para que no mamen de las
cabras y poder ellos quedarse con la leche. Entramos y nos hacemos fotos
en alguna de las casas, todos los Pokot son muy amables y sonrientes.
Terminamos la visita con unas danzas locales, incluida una danza de la
lluvia. Sacan a bailar y saltar a alguno de nosotros. Yo,
afortunadamente, me libré.
Hacemos
las últimas fotos y nos despedimos de los Pokot, no sin antes de que el
chaval al que le gustaba mi ropa me vuelva a insistir en que por lo
menos le diera algo, aunque fuera una pulsera. Cuando le digo que no,
pero que choque esos cinco, me mira raro y se da la vuelta sin chocar
nada, supongo que con parte de razón.
Volvemos
al campamento revisando las fotos y comentando lo que habíamos visto.
Antes de ir, tenía mis dudas sobre la visita, ya que no me suelen gustar
las "turistadas". En este caso, aunque las Pokot se vistieron así para
nosotros y los bailes, pudimos ver cómo vivían y aprendimos cosas de sus
costumbres y su cultura, aparte de conocerlos a ellos. Siempre hay que
intentar sacar lo bueno de toda experiencia y en este caso, lo hubo.
Llegamos
al Robert's Camp Site donde ya esta anocheciendo y nos disponemos a
ducharnos. Dentro de las duchas había casi más fauna que fuera, pero la
ducha sienta bien después del calor de todo el día. Los baños también
poseen una rica fauna, especialmente de unas hormigas grandes y que se
movían muy rápido. Como ya he explicado, África es una explosión de
naturaleza, en cualquier sitio.
Cenamos
junto al lago Baringo ya a oscuras, a la luz de las lámparas u de
nuestros frontales. El menú de ésta y del resto de las cenas consiste en
una sopa caliente y espesa que está buena y sienta bien para el frío.
Durante la cena, la guía nos explica que por la noche salen del agua
tanto los cocodrilos como los hipopótamos y que si tenemos que salir de
la tienda por la noche, lo hagamos con la linterna y con mil ojos
porque, especialmente los hipopótamos son animales muy peligrosos,
siendo el animal que más personas mata al año en toda África. Todos nos
quedamos un poco tensos, especialmente los que cenaban de espaldas al
lago. Tras la promesa por parte de los que estábamos al otro lado de la
mesa de avisar si algún gran mamífero salía del agua, alguien preguntó
que por qué no atacaban las tiendas, a lo que la guía respondió que
sencillamente no lo hacen.
- Y cuando estemos en un sitio que haya leones, pueden atacar la tienda?
- Podrían, pero no lo hacen.
- Y como lo sabemos?
- Pues porque nunca lo han hecho.
Como
respuesta, en el momento no pareció lo suficientemente segura, pero
como no había otra, la aceptamos y punto. Después de esa primera noche
en el medio de África, te das cuenta de que miedos aparte, no eres más
que un intruso en la naturaleza y que todo sigue su curso natural
independientemente de si estás tú metido en una tienda o no. Así que la
única opción que queda es el confiar que todo siga siendo así, relajarte
y dormir.
Tras
recoger la cena, todos nos pusimos alrededor del fuego de forma que
ninguno diera la espalda al lago. Escuchamos varios chapuzones por parte
de algún hipopótamo en algún punto del lago y gracias a las linternas,
iluminamos los puntos brillantes que eran los ojos de los cocodrilos que
se iban acercando a la orilla. Tras un rato divertido ocupados en la
vigilancia del lago y con la casi-certeza de que un hipopótamo había
salido del agua en el otro lado del camping, decidimos irnos a la tienda
a intentar dormir algo.
Dentro
de la tienda, dos camas turcas, una a cada lado nos esperaban con los
sacos extendidos. Los sacos que cogimos aguantaban temperaturas de hasta
1ºc. Aunque no llegamos a tanto, se agradeció meterse en el saco. A
pesar de mi intención de escuchar algún animal que paseara por la noche
cerca de la tienda, dormí como un tronco hasta la mañana siguiente.
4.
Temprano, como todas las mañanas pasó la guía a despertarnos por las tiendas. Como siempre, yo sería de los últimos en salir.
Desayunamos
junto al lago comentando todo lo que el resto de compañeros había
escuchado durante la noche. Cuando imitaban el ruido, la guía les decía
lo que podía haber sido. Por lo visto y oído, un hipopótamo había
rondado el campamento en busca de restos de comida.
Después
del desayuno, salimos del camping y vamos andando hacia un embarcadero
cercano. Por el camino vemos unos troncos anchos puestos en horizontal
en las copas de los árboles. Estos troncos huecos sirven como panales y
de ellos se saca la que es una de las mejores y más conocidas mieles de
África, la miel del Baringo.
Llegamos
al embarcadero donde nos dan unos chalecos salvavidas y nos repartimos
en tres barcas, la nuestra comandada por un jovenzuelo que se hace
llamar "Captain" James. Vemos muchos tipos de pájaros y tenemos la
suerte de la guía y el compañero que más sabe de pájaros vienen en
nuestra barca, que nos explican innumerables especies de las que
recuerdo sólo unas pocas, como la garza Goliat, el águila pescadora o el
pájaro Jesucristo, que debe su nombre a que "anda" sobre las aguas.
Sentí no saber más sobre pájaros, supongo que entonces habría disfrutado
más el paseo. Aparte de pájaros, vemos cocodrilos de diferentes tamaños
y sobre todo, vemos hipopótamos incluyendo una espectacular pelea y uno
al que nos acercamos demasiado y tenemos que salir pitando mientras nos
sigue mosqueado por debajo del agua. También vemos nuestra primera
salida del sol africana, que resulta espectacular desde el agua.
Después
de un rato, se nos acerca un pescador en una barca pequeña hecha con
palos, impulsándose con dos cachos de plástico. James nos dice que es un
pescador Masai y se ríe. Después supimos porque se reía. El Masai nos
enseña orgulloso alguna de sus capturas y James negocia con él y le
compra cuatro peces pequeños. Tras la compra, James nos pide que
pongamos la cámara de fotos en modo ráfaga y que cuando él nos avise,
empecemos a disparar donde haya tirado el pez. Después mira hacia un
águila pescadora que está en la copa de un árbol y con un pez en la
mano, silba muy fuerte. El águila mira hacia James y éste le enseña el
pez y después lo tira al lago. Cinco segundos después grita "Ahora!",
con lo que los fotógrafos empezamos a disparar.
Clic-clic-clic-clic-clic-clic. Agua. Nada más que una ráfaga blanca y
marrón en el medio de la foto. Dos peces después, conseguí una foto en
la que se veía algo que parecía un águila, aunque la velocidad era tal,
que con mi cámara y mi pericia, el último pez decidí disfrutar del vuelo
en vez de intentar lo imposible.
Un
rato después, volvimos a tierra firme y tras dar la propina y
despedirnos de James, volvimos al camping. Mientras íbamos andando, un
chaval de unos 12 años me preguntó que de donde éramos en su particular
versión del inglés.
(Traducido del inglés en el original)
- España
- Oh.
- Conoces España?
- Eh... No.
- Te gusta el fútbol?
- Me encanta el fútbol.
- Campeón del mundo. Iniesta.
- ESPAÑA! Iniesta, Torres, Fabregas...
Así
seguimos hablando un rato de fútbol, lo que es el tema de conversación
universal. Tras chocar los cinco con el chaval y asegurar a la guía que
no le había pasado dinero, llegamos al camping donde ya habían recogido
el campamento. Nos disponíamos a salir a nuestro siguiente destino: El
P.N. Lago Nakuru.
De
camino, en una de las paradas, se acercaron al camión varias mujeres
con lo que al principio me parecieron botellas de cerveza, pero que
luego resultó ser la famosa miel del Baringo. La guía compró alguna
botella para los desayunos y aunque a mí personalmente no me gusta mucho
la miel, tengo que reconocer que estaba buena.
De
vuelta en nuestro querido hemisferio sur, paramos en la ciudad de
Nakuru a comprar provisiones y bebidas. El supermercado era muy parecido
a los occidentales, excepto por algunos detalles como los señores que
metían los productos en bolsas detrás de la caja o que vendían
ordenadores antiguos de segunda mano en cajas donde aparte de sus
características técnicas, ponían el precio, barato aunque no tanto como
debería para ordenadores de casi 10 años. Yo aproveché para entrar en
una tienda de ropa y comprarme unos pantalones cortos. Como las mochilas
todavía no habían aparecido, el único pantalón que tenía era el de
montaña, negro y grueso. Con el calor que hacía durante el día, todo lo
que estaba dentro del pantalón llegó a cocer en algún momento. Por unos 5
dólares me hice con unos pantalones frescos y llenos de bolsillos. Por
lo demás, lo poco que pudimos ver de la ciudad de Nakuru es que era
bulliciosa y que no había ningún problema por dar una vuelta, aparte de
los omnipresentes vendedores de baratijas varias.
Tras
las compras, llegamos al aparcamiento del P.N. Lago Nakuru. Yo ya tenía
ganas de ver nuestros primeros mamíferos terrestres y mientras
esperábamos a que la guía hiciera las gestiones pertinentes, pudimos
hacer algunas fotos a unos monos de cara negra, que andaban entre la
gente y los coches a ver lo que podían pillar. Tenían la sorprendente
habilidad de darse la vuelta justo en el momento en el que ibas a hacer
la foto, de forma que tras diferentes tomas de culos moniles, logré
hacer algún buen primer plano de la cara. Emocionados, entramos con el
camión en el parque y nos dirigimos a donde íbamos a comer.
"Estamos
en la casa de los animales"; con esta frase la guía introdujo el tema
de que teníamos que ser totalmente respetuosos con el entorno, e
intentar ser escrupulosos en el sentido de dejar todo exactamente como
estaba, intentar no romper el orden natural de las cosas. Todos los
compañeros lo sabíamos, pero nunca está de más un recordatorio. Yo, poco
atento como estaba, prestaba más atención a ver algún animal, pero no
me dio tiempo más que a ver alguna gacela de lejos antes de llegar al
descampado donde comeríamos. Antes de bajar fuimos avisados de que el
sitio era frecuentado por animales del parque, especialmente babuinos y
que en cualquier caso, cualquier animal podría pasar por ahí, incluidos
lo leones, ya que están en su casa. Así que avisados estábamos. También
nos insistieron en que no saliéramos del descampado bajo ningún
concepto. Yo, por si acaso, decidí ceñirme escrupulosamente a las
indicaciones.
Mientras
hacían la comida, fueron apareciendo babuinos de diferentes tamaños por
los alrededores. Ninguno parecía muy atemorizado de nosotros, más bien
"pasaban" bastante. Un rato después apareció el macho alfa, el babuino
más grande que había visto en mi vida, que echó una ojeada a la
situación, nos miró con desprecio y se sentó en una rama. A mí me hizo
gracia que se le viera la "cola" y me entretuve haciendo fotos y
primeros planos de su rosado "bastón de mando". Mientras tanto, él
vigilaba algo en el camión y, en un momento dado, arrancó a una
velocidad increíble y sin que nadie pudiera hacer nada, saltó y cogió un
paquete de pan de molde ante la impotencia de todos los presentes. Tras
el susto, todos nos lo tomamos a risa y disfrutamos de la comida
consistente en ensalada y algo de pasta con atún.
Después
de la comida, salimos hacia nuestro primer Safari fotográfico con las
cámaras en ristre. Todas las baterías sólo se podían cargar en unos
enchufes dentro de los cajones del camión y siempre que éste estuviera
en marcha. Por razones lógicas, las cámaras tenían preferencia sobre los
móviles así que yo tenía mis tres baterías a tope. A lo largo del viaje
y al ritmo de disparos que tuve, llegué a quedarme sólo con media, pero
nunca me perdí nada. Hay que tener en cuenta que aparte de las fotos
que te quedas, se hacen un montón de fotos que luego desechas. Cuando
volvimos a España, yo tenía 1500 fotos guardadas en las distintas
memorias y habría borrado casi el triple a lo largo del viaje. Algún
compañero acabó con casi 3000.
Otra
novedad es que, por primera vez abrimos el techo del chill out, la
parte del camión donde se podía ir tumbado en los viajes y que sólo se
podía abrir en los parques naturales. Aunque había que ir de pie para
sacar el cuerpo por el techo, la sensación de ir volando y el ver las
cosas desde más arriba merecía la pena.
Al
poco tiempo de salir y después de ver gacelas, vimos el primero de
nuestros Big 5: El búfalo. Los conocidos cinco grandes son los grandes
animales que todo el mundo debería ver en África: Búfalo, Rinoceronte,
Elefante, León y mi favorito, el Leopardo. El búfalo es de los cinco,
probablemente el que menos curiosidad me despertaba y con razón, es muy
parecido a un toro peinado con la raya al medio y eso sí, el doble de su
tamaño. Cuando pasábamos a su lado, dejaban de pastar y nos observaban
con mirada bovina hasta que nos alejábamos. Uno de cinco.
Casi
seguido, vimos el segundo de los Big 5: El rinoceronte. Pastando
tranquilamente junto al camino estaba un rinoceronte blanco. Lo que
diferencia al rinoceronte blanco del negro no es el color, sino la forma
del morro y el carácter: Los blancos tienen el morro plano y son
pacíficos, según la guía casi como vacas. También suelen estar en
grupos. Los solitarios negros tienen el morro en forma de pico y suelen
ser agresivos incluso con sus propios congéneres. Éstos son los más
peligrosos y raros de ver. En cualquier caso, hicimos buenas fotos del
animal que daba la impresión de prehistórico, casi como una gran piedra
que se movía. Dos de cinco.
Seguimos
con el Safari y nos encontramos entre otras cosas, con diferentes tipos
de gacelas, cebras y los primeros encuentros con uno de nuestros
acompañantes a lo largo de todo el viaje: Las acacias, con sus troncos
amarillos y sus pinchos en las ramas del tamaño de un palillo de
dientes. Estos árboles de estampa familiar fueron sistemáticamente
talados por los ingleses en la época colonial, al pensar que transmitían
la enfermedad de la fiebre amarilla. No sé si sería debido al color del
tronco pero, afortunadamente, alguien preguntó a tiempo eso de:
"¿Sabemos lo que estamos haciendo?". Estos arboles estuvieron presentes
en todos los safaris que hicimos y fueron una de las atracciones. Los
que iban asomados en el chill out eran los encargados de avisar cuando
entrarían ramas: "¡Izquierda! Derecha! ¡Por los dos lados!". Los demás se
agachaban o directamente, se tenían que tirar al suelo para no ser
ensartados por uno de los pinchos. Precisamente junto a una de estas
acacias fue donde vimos uno de los mejores momentos del día: El
apareamiento de dos jirafas del Nakuru. Estas jirafas se diferencian del
resto en que tienen las patas blancas y en general, nos parecieron las
más bonitas que vimos a lo largo del viaje. Tuvimos la suerte de que las
teníamos a unos 15 metros de donde paramos el camión, por lo que
pudimos hacer muy buenas fotos mientras se decidían, algo que les llevó
unos 20 minutos, en los que tuvimos que estar en silencio para no
"descentrarlas".
Empezaba
a anochecer y todavía no habíamos visto al que todos queríamos ver: Al
Rey. En un descampado nos cruzamos con dos autocares de colegio, uno de
chicos y otro de chicas. No había pensado que los niños de Kenia podían
tener la suerte de ir de excursión a estos parques en vez de a una
fábrica de azúcar o de pan como yo... Chocamos las manos con ellos
cuando pasamos al lado y seguimos por el descampado. Tuve la suerte de
ser yo el que vi el primero. Mientras revisaba y borraba fotos, a
nuestra izquierda vi un bulto oscuro y justo detrás, tumbado, un macho
de león.
- ¡León a la izquierda!
Todos
los compañeros a la vez vinieron corriendo a nuestro lado para ver los
cuerpos de dos búfalos y hasta tres leones jóvenes. Lo mejor del día.
Lo que era extraño era que los búfalos estaban pudriéndose y como unidos
por las cabezas. Tras distintas suposiciones, a cada cual más
peregrina, ganaron los que creían que se habían matado peleando,
quedándose enganchados por la cornamenta y que después, los leones,
jóvenes y hambrientos, no habían dejado de aprovechar la carne,
putrefacta, pero carne al fin y al cabo. Había un fuerte olor a podrido
en todo el descampado. Estuvimos un rato haciendo fotos a los leones
tumbados y satisfechos hasta que se levantaron y se empezaron a alejar
con toda la tranquilidad del mundo. La razón de que se levantaran eran
dos enormes búfalos que llegaban corriendo y que en un extraño
espectáculo, intentaron hacer que sus fallecidos compañeros se
levantaran dándoles con los cuernos. Tras un rato corneando los
cadáveres parecieron darse por vencidos y se fueron. Tres de cinco. No
estaba mal para ser el primer día.
Con
ya poca luz, llegamos al sitio donde pasaríamos la noche. Mientras
montaban el campamento y preparaban las palomitas de todas las noches,
algunos fuimos a ver una cascada que había cerca. Ninguno habíamos oído a
la guía decir que no bajáramos cerca del agua porque podía ser
peligroso, al ser el sitio donde suelen venir a beber los búfalos, así
que sin querer, nos llevamos una pequeña bronca cuando nos vieron los
que sí que lo habían oído.
Junto
a nuestro campamento había un par de tiendas de campaña con familias de
occidentales, paseando por los alrededores con varios niños sin
aparente miedo. La guía nos comentó que era un verdadero peligro que lo
hicieran, especialmente con los niños, ya que cualquier animal podía
estar por los alrededores. No sé si había exceso de celo por nuestra
parte o que realmente no había tanto peligro, pero preferimos hacer caso
de nuestra guía y nos quedamos cerca de las tiendas. Varios babuinos
se fueron acercando al campamento, pero esta vez ya estábamos
preparados. Al ver que no había mucho que rascar, se subieron a los
árboles y nos deleitaron con loa gritos de varias peleas a veinte metros
del suelo. Cenamos con las bebidas que habíamos comprado por la mañana
en Nakuru y tras una charla junto al fuego, nos acostamos sabiendo que,
por primera vez, podríamos dormir con leones paseando a nuestro lado.
Otra vez, caí dormido en cuanto me metí en el saco y no escuché nada
hasta la mañana siguiente.
5.
Pronto
por la mañana, como siempre, nos despertamos y esta vez, vimos con
sorpresa que alrededor de las tiendas había un montón de pisadas de
búfalos e incluso, algún "regalito" detrás de alguna tienda; justo donde
solían ir las chicas por las noches. A partir de esa noche, más de una
decidió llevarse todas las noches una botella vacía de plástico a la
tienda para, por si acaso, no tener que salir si no era estrictamente
necesario.
Desayunamos
con bastante frío y en lo que los chicos recogían el campamento, nos
hicimos más fotos en la cascada que, con la luz del amanecer estaba
todavía más espectacular. Salimos nuevamente de safari fotográfico y
pronto vimos las habituales cebras y gacelas de diferentes tipos. Desde
luego, los carnívoros tienen comida suficiente en este parque.
Lo
primero nuevo que vimos este día, aunque lejos, fue uno de los
solitarios y escasos rinocerontes negros. Un macho de gran tamaño y con
su morro en forma de pico estaba tranquilamente pastando al lado
izquierdo del camino. Me dio la impresión de que era algo más musculoso
que los blancos que habíamos visto el día anterior. Disfrutamos en
silencio del espectáculo, sabiendo que es una especie muy escasa y que
muchos viajes se van sin haber visto ninguno. Mientras le hacía fotos,
pensaba en que tiene que ser algo extraño el que se extinga una especie.
Que un animal como este rinoceronte impresionante, en un momento dado,
desaparezca de la tierra. Supongo que ahora habrá reserva genéticas o
algo así, pero la sensación al despedirnos de él fue extraña.
Más
adelante, llegamos al increíble lago Nakuru. Este lago me dio la
impresión de ser un pedacito de paraíso en la tierra, con pájaros y
mamíferos viviendo en armonía. Miles de flamencos teñían de rosa las
orillas del lago, junto con el blanco de los pelicanos y muchas otras
especies de pájaros que volaban, aterrizaban, iban, venían... Junto al
lago pastaban gacelas, cebras y sorprendentemente cerca de nosotros, una
familia de rinocerontes blancos, incluyendo una pequeña cría de lo más
fotogénica. Una de las cosas que nos llamó la atención es que, unas
plumas que había por el suelo de colores blanco y rojo pertenecían a los
flamencos. Yo había supuesto que serían rosas y tampoco nos podíamos
acercar a uno a comprobarlo "en persona", así que guardé una de las
plumitas en el diario de viaje para preguntarlo después. Seguimos
disfrutando un rato de la naturaleza desatada junto al lago y seguimos
safari. En swahili, la palabra "Safari" significa "Viaje".
Evitando
las ramas de las acacias subimos a un alto que había junto al lago
Nakuru, no sin antes ver que en un sitio aparentemente tranquilo, había
un león tumbado, en un sitio casi imposible de ver. Como para bajarse
del camión a hacer pis... Por primera vez, me subí con la cámara al
chillout y la verdad es que merecía la pena la experiencia de ver los
dos lados desde un poco más arriba, aunque tuviéramos que agacharnos
cada dos por tres para evitar que una rama se nos clavara en la cabeza.
Llegamos a la cima, donde había un pequeño aparcamiento y unos baños,
que fueron muy bien acogidos por el grupo. Aparte de eso, la vista desde
la cima era absolutamente espectacular. La claridad del aire y del día
permitía ver a muchísima distancia, mucha más de la que solemos ver los
occidentales, acostumbrados a la contaminación y a la polución. Las
nubes se reflejaban con claridad en la superficie del agua que, cerca de
las orillas estaba cuajada del rosa de los flamencos. Miles de
flamencos iban y venían de un lado a otro del lago, solos o en pequeños
grupos, formando una masa viva sobre el agua. Orgullosos lagartos
posaban para las fotos desde las rocas cercanas. Y yo me hinché a hacer
fotos con resultados muy satisfactorios, al menos para mí.
Después
de un rato volvimos a subir al camión y bajamos del alto para seguir la
visita por el parque. Vimos muchísimos herbívoros; cebras, ñus,
búfalos, impalas y demás compañeros se agrupaban en grupos de cientos e
incluso miles en los alrededores de los caminos. Esta abundancia tendría
después una explicación por parte de nuestra guía: La gran migración.
Millones de herbívoros, especialmente ñus y cebras buscan los mejores
pastos y para ello, pasan cíclicamente de Kenia a Tanzania y de Tanzania
a Kenia, dependiendo de la época del año. Al ser octubre, la mayor
parte del pelotón estaba en Kenia.
Un
poco apartada del grupo vimos una cebra herida y con las orejas gachas.
Tenía dos zarpazos o mordiscos que dejaban ver parte del músculo. Al
parecer, se había librado hacía poco de un ataque, aunque de poco le iba
a servir al haber quedado malherida. Aunque nos dio pena, seguimos
camino después de hacerla alguna de sus últimas fotos.
Pasando
junto a un descampado, vimos uno de los mejores momentos del viaje: un
helicóptero de rangers perseguía a bajísima altura a un rinoceronte
negro, que corría a toda velocidad. Cuando estaban cerca, el rinoceronte
hizo una ese, pero justo en ese momento, le dispararon el dardo, que le
dio en la espalda. El helicóptero giró casi igual de rápido, pero al
ver que le habían dado, se elevó un poco ya sólo para seguirle hasta que
cayera. Espectacular. Los rinocerontes negros son muy escasos y el Lago
Nakuru es de los pocos sitios donde hay una cierta cantidad. La guía
nos explico que el gobierno de Kenia aprobó una medida para que los
parques se ayuden entre ellos y se donen lo que a otros les falta. En
este caso, el P.N. Lago Nakuru es donante de rinocerontes negros y de
esta forma los sedan para su traslado a otros parques.
Comentando
la jugada nos dirigimos a la salida del parque, donde tuvimos tiempo de
comprar algún souvenir de la tienda, así como refrescarnos un poco con
refrescos y alguna cerveza. Antes de subir al autobús, estuvimos
haciendo fotos a alguno de los babuinos que andaban entre los coches. Te
das cuenta de lo verdaderamente cerca que estamos de ellos en muchos
gestos que hacen, alguno verdaderamente gracioso, como uno que se sentó
con cara de aburrido en un bordillo, mirando de lado, como esperando el
autobús babuino.
Nos
despedimos de nuestro primer Parque Nacional y salimos hacia nuestro
siguiente destino, nada más y nada menos que el Masai Mara. Pero éste
era un día de trayecto. Paramos a comer en un restaurante donde también
se podían comprar souvenirs y sobre todo estatuas de animales.
Curiosamente, las mismas que suelen vender los vendedores ambulantes en
España. Pizza fría y algo de pasta en una terraza cubierta por mantas
masai de vivos colores.
Una
buena noticia nos llegó en forma de mochilas en una de las paradas a a
repostar, en uno de los pueblos del camino. Jolgorio y algarabía. Por
fin nos podríamos cambiar de camisetas y de ropa, aunque siendo
objetivos, podríamos haber aguantado con el equipaje de la mochila de
mano. De hecho el más experimentado de los compañeros, que había estado
en casi cien países, viajaba sólo con una mochila, llevando lo esencial.
Seguimos
camino hasta llegar, ya con el sol bajo a donde dormiríamos esa noche:
Un camping con algún edificio que me recordaba a las casas de la época
colonial. Al llegar estábamos solos en todo el camping aunque después
llegó otro grupo de españoles que hacían una ruta similar, pero con otra
agencia. Al quedar ya poco tiempo de sol, un grupo se quedó en el
camping mientras el resto nos fuimos de Safari andando junto con la guía
y un masai. El paseo fue muy agradable, siempre con la extraña
sensación de que un león podía aparecer por cualquier sitio, aunque lo
único que llegamos a ver fueron herbívoros. Jugamos a reconocer de que
animal era cada agujero en el suelo y de cual cada excremento. Uno de
los excrementos era blanco, que reconocieron como de un carnívoro, algo
que creo que nos mosqueó a todos, aunque como el masai y la guía
parecían tranquilos, pues Hakuna Matata. También vimos una zona donde
solían beber una familia de elefantes, algo que pudimos hacer gracias a
que en ese momento no tenían sed. El tamaño de las pisadas en el barro
era descomunal, casi como la "pisada" de un árbol.
También
vimos otro de esos detalles que te hacen dar cuenta de las diferencias
entre África y Occidente. Mientras andábamos por la inmensa llanura, a
lo lejos vimos un bulto que se acercaba que, tras diversas
especulaciones, resultó ser una niña de unos 8 años, vestida con
uniforme de colegio y que andaba a buen ritmo con una mochila enorme a
la espalda. Por lo que nos contaron, esta niña, como muchos otros, tenía
que andar grandes distancias para ir y volver al colegio, a menudo
ellos solos y desde edades muy tempranas. Cuando preguntamos al masai
sobre si se perdían o tenían algún problema con algún animal, éste se
rió y dijo que sabían cuidarse por sí mismos. Me pregunto cuantos padres
europeos dejarían a sus hijos andar estas distancias solos y sin
protección. Pensando en la niña volvimos al camping, nos duchamos
haciendo cola en las duchas disponibles y fuimos yendo hacia la terraza
de uno de los edificios donde, a falta de luz eléctrica, nos iluminamos
con velas mientras compartimos en amor y compañía las pocas bebidas
comunes que quedaban, yo una cerveza con mi compañera charra.
Cenamos
la proverbial sopa que nos calentó el cuerpo y nos fuimos a la cama.
Las chicas contentas porque esa noche podrían ir al servicio algo más
tranquilas y yo nervioso pensando en que al día siguiente estaríamos,
nada más y nada menos que en el Masai Mara.
6.
El
nombre del parque nacional del Masai Mara viene del río Mara que lo
cruza y de los propios masai que lo habitan. No es necesaria mucha
traducción. Aunque ya habíamos visto algún masai, no les habíamos visto
en su zona, en la tierra que lleva su nombre. Aunque tenemos una idea de
los masai como una tribu, vistiendo de una manera típica y viviendo en
poblados; los masai tanto en Kenia como en Tanzania, están extendidos
por todo el país, viviendo, vistiendo y trabajando como cualquiera
no-masai. Sólo los que se quedan en los poblados mantienen algo más las
tradiciones ancestrales y ya ni mucho menos como antes, cuando tenían
que pastorear sus vacas durante todo el día para poder subsistir. El
turismo ha hecho que con sólo una visita de un grupo de mzungus a un
poblado, se saque más dinero que antes en todo el día, sobrando el resto
del día para no hacer nada. Por desgracia, este exceso de tiempo libre y
dinero ha hecho que suban como la espuma los niveles de alcoholismo y
drogadicción entre los hombres masai. El precio del progreso. A pesar de
eso, a lo largo del viaje, nos encontramos con numerosos masai
"asimilados" que se mantenían orgullosos de sus raíces. Para el resto de
sus compatriotas, los masai son tomados por paletos. Al venir del
campo, se les considera algo más lentos que los de ciudad e incluso, los
chistes locales (Como en España los de Lepe) son sobre los masai,
aunque para nosotros, sus chistes no tienen ningún sentido. En otro
momento del viaje pedimos a la guía que nos contara uno de esos chistes,
que efectivamente, no entendimos. Fue algo así:
- Se sube un masai a un autobús y paga al chófer. Se sienta en un asiento y cuando el conductor frena, el masai se baja.
Ante nuestra sorpresa, lo volvió a contar a uno de nuestros chicos en swahili y casi se muere de la risa.
Después
de ponernos al día de la actualidad masai, nos preparamos con la ropa
multicapa, que a lo largo del día pasa de ropa de abrigo a camiseta, a
manga larga, a nuevamente ropa de abrigo. Éste era ya un consejo que
todos seguíamos fervientemente debido a los enormes cambios de
temperatura.
Ya
en el camión la guía nos avisó de que, especialmente los que llevábamos
cámara tuviéramos cuidado al irnos acercando al parque ya que pronto
empezaríamos a ver masai. Éstos no suelen aceptar de buen grado que les
hagan fotos, como la mayoría de la gente, pero el problema es que los
masai tienen una fuerza y una puntería endiabladas con las piedras y no
sería la primera vez que aciertan. El que avisa...
Pronto
empezamos a ver las alargadas figuras de los Masai que, en el caso de
los hombres consistía en una pequeña cabeza oscura, el característico
manto masai ondeando al viento y por debajo, dos finas piernas del mismo
color oscuro que la cabeza. Viéndolos así vestidos en las enormes
planicies africanas, te das cuenta de que los mantos masai tienen una
razón de ser aparte del cubrirse; el poder ser vistos a mucha distancia.
Las mujeres también eran fáciles de ver aunque en su caso, vestían con
vestidos de muchos y llamativos colores.
Llegamos
todavía temprano a las puertas del P.N. Masai Mara. Allí nos esperaban
unas treinta mujeres masai ofreciendo a gritos sus pulseras, collares y
mantas masai en bolsas de plástico. Preparándonos para la guerra,
bajamos del camión y nos introdujimos en un mar de brazos, estatuas de
animales de madera, abalorios y gritos de "Five dollars Sir!". En mi
caso y viendo que todas ofrecían exactamente lo mismo, me decanté por
una señora muy mayor cuyo pelo corto y blanco me recordó al de mi
abuela. Cuando la pregunté por algo, me cogió de la mano y me llevó
fuera de la marabunta. Sonriendo, se puso la mano en el pecho y dijo:
- My name is Mary, what is your name?
- Alfred
- Ok Albert
La
un poco sorda Mary resultó ser una dura regateadora, pero que
finalmente logró vendernos buena parte de los regalos que trajimos a
España a un buen precio. Nos hicimos una foto de recuerdo en la que ella
y su hija salen riendo a carcajadas, por lo que creo que en realidad,
podía haber conseguido un precio bastante mejor.
Emocionado
y con la cámara en ristre, subí al camión y entramos en el Masai Mara.
Desde el principio, vimos que la densidad de animales era todavía mayor
que la que habíamos visto hasta entonces, pero pronto empezamos a ver
unas enormes filas y agrupaciones de ñus y cebras, que formaban parte de
lo que es La Gran Migración. Es emocionante ver animales salvajes,
especialmente si son raros o difíciles de ver, pero la sensación de ver
tantos miles de animales juntos, es difícil de explicar. Ya fuera
andando en larguísimas filas o simplemente formando grupos de miles y
miles de animales, el espectáculo es sobrecogedor. Forman una masa viva,
que se mueve y respira, y que en el respetuoso silencio que se formó en
el camión, puedes escuchar cada ruido de pezuña sobre el suelo.
Después
de que todo el mundo quedara satisfecho de las fotos hechas, seguimos
camino hasta llegar a un puente. El puente sobre el río Mara. La
sorpresa fue el fuerte olor a podrido que había en la zona, que venia de
las decenas de cadáveres de animales en descomposición que había junto
al río. Cientos de animales, especialmente ñus, mueren al intentar
cruzar el río, atacados y devorados por los cocodrilos. Del resto del
cadáver dan buena cuenta los buitres. Otro gran espectáculo, aunque éste
para estómagos un poco más duros. Yo personalmente, la gocé como un
enano haciendo fotos y acercándome hasta donde nos dejaban los rangers.
Un
pis y un rato después, y con hambre a pesar del olor, salimos hacia el
lugar donde comeríamos; un lugar privilegiado: Un solitario árbol en el
medio de la llanura, hogar habitual de un leopardo, pero que por suerte
estaba deshabitado cuando llegamos. En la corteza había múltiples marcas
de sus garras. También había, no muy lejos de donde comimos un no muy
tranquilizados cadáver de ñu, del que ya casi solo quedaban los huesos.
Sin pensar mucho en el leopardo, dimos cuenta de la comida y seguimos
camino.
Por
la tarde, lo más digno de mención fue aparte de nuestro primer león, en
este caso leona verdaderamente cerca del camión (casi debajo), un amago
de cruzar el río Mara por parte de un grupo de cientos de ñus. Estando
cerca del río y observando el cadáver de un ñu en el agua junto a un
enorme cocodrilo que esperaba paciente a comérselo, vimos que en la otra
orilla se acercaba un enorme grupo de ñus, parte de la gran migración.
Los ñus no se distinguen por su inteligencia ni por su poder de
decisión, más bien destacarían por su cantidad. En nuestro caso y tras
esperar más de media hora a que se decidiesen a cruzar, no hubo suerte y
nos perdimos uno de los grandes espectáculos de la naturaleza africana.
La
suerte nos compensó de camino al sitio del campamento de esa noche.
Junto al camino vimos a dos leonas tumbadas junto a unos diez cachorros
de león que nos miraban curiosos. Un montón de fotos después, seguimos
camino al campamento y ya con el día "hecho" el camión aceleró la
marcha. Aquí llegó uno de esos momentos especiales que ocurren en cada
viaje y que sin ser nada muy especial, son de los primeros que
recuerdas. Subidos en el chill out, sacando el cuerpo por el techo solar
nos quedamos Silvia, la guía, un compañero de Barcelona con el que nos
llevamos especialmente bien y yo. El camino por el que íbamos era una
senda rodeada de vegetación donde abundaban gacelas, ñus, cebras,
búfalos, elefantes, jirafas y numerosas aves; animales a cuya presencia
ya estábamos acostumbrados. Lo especial del momento fue que, al ir en la
parte de arriba y a una cierta velocidad, mirando hacia adelante daba
la impresión de que volabas sobre un sitio idílico, impresión reforzada
cuando alguna de las aves volaba a la vez que el camión, acompañandonos
un trecho y luego alejándose. Los cuatro disfrutamos al máximo ese
momento y al ir en la parte de arriba, fuimos los primeros en ver los
nubarrones a los que nos estábamos acercando peligrosamente.
El
sitio donde acampamos estaba junto a unos baños que constituían la
única y olorosa construcción de los alrededores, pero que apreciamos
igualmente. Una manada de búfalos nos vigilaba desde las cercanías con
su mirada vacuna. Para hacerlo todo lo más rápido posible, ayudamos a
montar el campamento, algo en lo que ya nos podíamos considerar
expertos, mientras el resto de los chicos preparaba la cena. Aun así,
apenas dio tiempo a terminar antes de que empezara a llover a mares y
nos tuviéramos que refugiar en el camión. Chistes e historietas aparte,
la guía nos comentó su preocupación sobre el estado de las carreteras ya
que al día siguiente, llegaríamos a la frontera con Tanzania a través
de una carretera que cuando llueve, se vuelve impracticable y que con
otro grupo, también llovió y llegaron a destino a la noche del día
siguiente. Todos echamos cuentas de que, teniendo en cuenta lo que
llovía, la cosa prometía estar divertida. Un rato después, cenamos arroz
bajo un improvisado sotechado que nos cubría solo en parte y nos fuimos
cada pareja a su tienda. Yo me dormí pensando en que todo el mundo que
conocía los dos países, comentaba que Tanzania era mucho más auténtico
que Kenia y que les gustaba más. Teniendo en cuenta lo mucho que me
estaba gustando Kenia, la cosa prometía.
7.
Dejó
de llover durante la noche aunque yo no me di cuenta. Durante el
desayuno, varios compañeros discutían sobre la hora exacta a la que
había parado la lluvia e insistían en que no habían pegado ojo en toda
la noche, una vez más. Me llama la atención la capacidad de otras
personas de aguantar días sin dormir o bien, de exagerar lo poco que
duermen. En cualquier caso, la mañana era fresca y el suelo estaba
mojado. Todos nos preparamos para lo que probablemente sería un largo
día de viaje.
Cogimos
la que en teoría era la segunda carretera en importancia de la zona
entre Kenia y Tanzania, pero que resulto ser un barrizal con enormes
agujeros y grietas provocados por el tiempo y acrecentados por la tromba
de agua de la noche anterior. A pesar de la pericia de nuestro
conductor, media hora después nos tuvimos que bajar por primera vez para
aligerar en lo posible la carga del camión. El barro era denso y tras
unos pasos, formaba una masa en las suelas de los zapatos, aunque la
primera vez, logramos salir más o menos rápido y seguir camino. La
segunda ya fue peor. Las grietas del camino se fueron haciendo cada vez
más grandes, siendo alguna ya capaz de tragarse un mamífero mediano. En
un momento dado, la situación obligó a elegir entre meterse en una de
las dos zanjas disponibles, siendo muy mala la menos mala. Todos nos
bajamos a ver en primera persona, como todos suponíamos, como se quedaba
atrancado el camión, perdiendo tracción la ruedas motrices y lanzando
gritos de ayuda, como un enorme dinosaurio abatido. Mientras esto
ocurría, un grupo de niños se nos había unido, viendo con curiosidad
tanto el camión como a los mzungus que había alrededor. A pesar de
nuestra ayuda poniendo palos bajo las ruedas, la situación empeoraba con
cada acelerón del camión. Más de una hora más tarde en la que ya nos
habíamos hecho amigos de los niños y que muchos no hacíamos otra cosa
que molestar, la guía decidió mandarnos a la gran mayoría de
avanzadilla, pidiéndonos que siguiéramos el camino y que ya nos cogerían
cuando saliese el camión. Con un guiño cómplice, la guía me nombró
líder espiritual del grupo, supongo que por ser el único que hablaba
inglés. Esa repentina responsabilidad me llenó de orgullo. Ser el líder
de la manada en África. El macho alfa. Me gustaba. Sólo esperaba no
tener que pelear para mantener el título.
Los
catorce que salimos agradecimos el andar y la verdad es que fue un
paseo de lo más agradable si no llega a ser porque una hora y media y
varios kilómetros más tarde, decidimos darnos la vuelta, preocupados por
la tardanza del camión. A los laterales del camino pastaban
tranquilamente gacelas y cebras y nos pudimos hacer fotos con ellas muy
cerca. Todos los niños que normalmente nos saludaban con la mano al paso
del camión, salían curiosos y acompañaban durante un rato a tan extraño
grupo. Jugaban y se reían e incluso, los más atrevidos intentaban
hablar en su tembloroso inglés. Uno de los más mayores tendría unos 9
años y venía acompañado de sus dos hermanitos.
- Como te llamas?
-Alfred. Y tú?
- Ben. De dónde eres?
- España.
- ...
- Fernando Torres, Iniesta.
- España!!! Yo he visto ganar la copa en África. Has estado en Masai Mara?
- Sí, es muy bonito. Tú has estado?
- No, nunca. Pero me gustaría mucho. Has visto ñus?
- Sí claro, he visto muchos.
- Y has hecho fotos con tu cámara?
Me
senté en el suelo y les empecé a enseñar algunas de las fotos que había
hecho. Los hermanos pequeños, tímidos al principio, no se atrevían a
acercarse, aunque al final uno me cogió del hombro y el otro no dejaba
ver sus hermanos al meter la cabeza delante de la pantalla. Me
sorprendió que el animal que más les llamaba la atención fuera el ñu.
La
curiosidad de los niños parece no tener fin. Al fin y al cabo, viviendo
cerca de la carretera, no siendo una zona turística, supongo que no
muchas veces se encuentran un grupo de blancos andando por el barro.
Cuando ya decidimos parar y esperar sentados al camión (Justo un rato
antes de darnos la vuelta), otros tres hermanos se sentaron con
nosotros, aunque estos eran más pequeños y no hablaban inglés. Para
matar el tiempo, saqué mi libreta y empecé a escribir las últimas
vivencias. Yo no me di cuenta, pero el resto del grupo me comentó lo
gracioso que había sido como se habían ido acercando a mí poco a poco,
hasta que como los anteriores, llegaron a pasarme el brazo por los
hombros para ver como escribía. Yo disfruté de su cercana y mocosa
curiosidad hasta que el grupo, cansado de esperar dio la vuelta. Me
despedí de mis tres amiguitos, no sin antes darles un bolígrafo a cada
uno, esperando que aprendieran a escribir con mejor letra que la mía.
Atesoro
estas vivencias al mismo nivel o más que las visitas a lugares o las
comidas exóticas. Compartir un rato de la cotidianeidad de gentes
lejanas es la experiencia más auténtica y curiosa que puede haber.
Volvimos
sobre nuestros pasos saludando a viejos amigos que, si antes se
preguntaban que hacían unos mzungus andando por la carretera, ahora
alucinaban viéndonos volver. Algún kilómetro después llegamos al camión
que estaba más o menos donde lo dejamos. No es lo mismo decir que en
total tardamos cinco horas en sacar el camión del barro, como estar
cinco horas pensando, cavando, cogiendo piedras y ramas, volviendo a
pensar, volviendo a cavar y soltar tacos tan enormes que hasta los
chavales los aprendieron. Espero que se les olvidasen al rato porque con
la frustración de no poder salir, fuimos muy creativos en cuanto a las
maldiciones.
Cuando
finalmente salimos del hoyo en el que nos habíamos metido y tras el
jolgorio y la algarabía posterior seguimos camino hacia la frontera, no
sin antes tener algún pequeño percance en forma de parada forzosa. Yo
hice toda esta parte del viaje con Gody, el más joven de nuestros
chavales. Después de este rato fue mi mejor amigo todo el viaje. Le
pregunté por un hombre que había visto en una de nuestras paradas, él
solo y terriblemente borracho en el medio del bosque.
- Sí, esta gente hace esto. Hacen su propio alcohol, muy fuerte, para emborracharse muy barato.
- Y ¿se vienen al bosque ellos solos?
- No, pero se emborrachan tanto que no saben lo que hacen.
- ¿Por qué lo hacen?
- No lo sé, ¿en España no pasa lo mismo?
- Pues bien pensado, supongo que sí. Pero allí se quedan en los bares. Y no hacen su propio alcohol claro.
Así
fuimos hablando mucho rato, ambos satisfaciendo la curiosidad del otro.
Cuando cogió suficiente confianza, sus preguntas se fueron haciendo más
y más concretas, especialmente sobre la forma de vida en España. Aunque
era obvio que ya sabía algo, intenté que su visión del país se acercara
más a la realidad en todos los aspectos. Creo que al final quedó
satisfecho de mis explicaciones.
Finalmente
llegamos a la frontera, una zona vallada en la que estaba prohibido
hacer fotos. Nos bajamos del camión con nuestro pasaporte y nos pusimos a
la cola. El policía de aduanas parecía estar de buen humor y bromeó
sobre mi ciudad de origen:
- Valuadualis.
- Casi.
- ¿Cómo lo pronuncias tú?
- Valladolid.
- Valuadualis.
- Perfecto.
Otro
sello en el pasaporte más tarde entramos en Tanzania, que básicamente
era igual que Kenia aunque había más gente en la calle y hablaban más
alto. O esa fue mi primera impresión. Esta primera impresión, claramente
aleatoria al principio, se vio fundada con el paso de los días. Si bien
no era una diferencia notable, los tanzanos me dieron la impresión de
ser gente más abierta y alegre que los kenianos. En cualquier caso, yo
ya estaba pendiente del sitio a donde nos dirigíamos esa misma noche:
Una de las fuentes del Nilo y el objetivo de la lucha de Burton y Speke,
dos de los más legendarios exploradores de la época dorada de la
exploración. Batalla finalmente ganada por Speke, el descubridor del
lagoVictoria.
Debido
a todos los percances del día, llegamos al sitio de acampada ya de
noche. Ayudamos a montar las tiendas y nos duchamos en las enormes
duchas del camping. La mía en concreto era una habitación de unos 10
metros cuadrados con espacio más que suficiente para mí, una cucaracha
del tamaño de un casco, una araña enorme y el resto de fauna que me
acompañó ese rato. Después tomamos nuestra primera Kilimanjaro, la
cerveza local en el bar del camping. Después de todo el día de viaje, es
difícil sentirse mejor que recién duchado y con una cerveza fría en las
manos.
La
cena de este día fue algo especial. Nos habían colocado la mesa en la
playa junto al lago Victoria. Aunque era de noche, todos disfrutamos de
la cena consistente en la siempre bienvenida sopa y de segundo un
pescado parecido a un besugo, del mismo lago Victoria cocinado al
papillote. Muchos compañeros no se atrevieron, pero tanto yo Silvia como
yo dimos cuenta de nuestro pescado, que si bien su olor no era muy
bueno, era sabroso y no produjo daño intestinal alguno.
Después
de un rato charlando, nos fuimos a la cama, no sin antes ver más
luciérnagas que las que yo he visto en mi vida. Junto al lago, entre
unas plantas, había más de cien luciérnagas, parpadeando y creando un
espectáculo hipnótico. Cansados nos fuimos a las tiendas a pasar, aunque
todavía no lo sabíamos, una de las noches más largas de nuestras vidas.
8.
Como
ya he explicado, tengo la suerte de poseer un sueño fácil y profundo,
lo que me permite descansar en cualquier lugar y haber permanecido
dormido en situaciones que a Silvia o a mi familia todavía les cuesta
explicarse. Pero todo tiene un límite. La noche junto al lago Victoria
estuvimos en la tormenta más grande y violenta en la que hemos estado en
nuestras vidas. Me despertó la pared de la tienda que debido al viento
se movía como si fuera de papel. Silvia ya estaba despierta y me
preguntó:
- ¿Has visto que tormenta? ¿Qué hacemos?
- Nada, tranquila que ahora seguro que escampa.
Los
dioses de las tormentas africanas se tomaron mi comentario como una
provocación personal y a partir de ese momento, la tormenta fuerte se
convirtió en naturaleza desatada juntándose lluvia, viento, rayos y
truenos que no dejaban de subir de intensidad, hasta un punto que el
agua empezó a filtrar por la tienda y nos dimos la mano, esperando lo
que empezaba a estar claro que era el fin del mundo.
Después
de un rato esperando, que pudo estar entre los dos minutos y las dos
horas, oímos un ruido fuera, alguien estaba colocando la lona que cubría
nuestra tienda. Abrí un poco la puerta y allí estaba Gody, calado hasta
los huesos y sonriendo con sus 500 blanquísimos dientes.
- ¿Te ayudo?
- No, tranquilo, todo bajo control. Ya pasa la tormenta.
- ¡Te quiero!
- Jajaja.
Todos
nuestros chicos estaban colocando los restos de las tiendas, algunas de
las cuales habían sido arrancadas enteras del suelo. Después de
confirmar que todo el mundo estaba bien, nos volvimos a acostar aunque
esta vez me llevó un rato el conciliar el sueño, pensando en lo que
acabábamos de pasar.
Desayunamos
junto a la playa, sorprendidos de que después de la tormenta todo
siguiese en pie, los pescadores saliesen normalmente, hubiese pájaros...
El plan del día incluía una excursión en barca por el lago Victoria
para la que nos preparamos y puntualmente, la barca llegó a nuestra
playa. Dentro había sitio para todos y aunque había vivido tiempos
mejores y había agua en el suelo, nos llevó las dos horas de la
excursión sin problemas. La guía nos dejó solos con el capitán, que como
capitán no dudo de sus habilidades, pero como guía tenia bastante poca
idea y unas ganas inexistentes por mejorar en ese aspecto. La excursión
fue bastante aburrida porque el capitán hablaba poco inglés y no dijo
nada y lo poco que sabíamos era lo que nos habían explicado antes más lo
que alguno habíamos leído. Dando gracias otra vez a Javier Reverte,
expliqué la historia de los grandes exploradores lo mejor que supe a los
que tenía más cerca.
Paramos
la barca en la orilla de una de las islas del lago. Los lugareños se
acercaron curiosos y vimos cómo utilizaban el agua del lago para todo,
bañarse, recogerla en cubos para beber y cocinar e incluso para lavarse
los dientes con una especie de palo "deshilachado" en la punta.
Estuvimos un rato haciendo fotos del pueblo ya que nos pidieron que no
hiciéramos fotos de la gente y tampoco pudimos bajar. Después volvimos
viendo cómo había una zona de baño de hombres y otra más alejada para
mujeres. Luego nos explicaron que aunque el agua del lago no es potable y
tiene muchos organismos, los habitantes del lago están ya acostumbrados
y no les pasa nada. Yo supongo que aunque no les pase nada a corto
plazo, no creo que la esperanza de vida sea muy alta.
Volvimos
al camping donde el campamento ya estaba recogido y en lo que
terminaban de preparar el camión, nos tomamos una Kilimanjaro junto al
lago Victoria. Yo pensé en la sensación que tuvo que tener Speke, tras
todas las penurias y enfermedades que habían pasado en la selva al
llegar y ver la inmensidad del lago. Y saber que había ganado a Burton.
Después
de un rato salimos hacia nuestra siguiente parada, nada más y nada
menos que el P.N. Serengueti. De camino nos ocurrió una anécdota que
quedaría en nuestra memoria los días siguientes: Junto a la carretera, a
veces nos encontrábamos con sacos de leña puestos de pie. Éstos
pertenecían a familias que vivían cerca y que los vendían. En uno de
ellos paramos para comprar más leña para nuestras hogueras. Mientras
negociaban la compra de varios sacos con el que parecía el padre, dos de
los hijos nos miraban con curiosidad y timidez. Nosotros llevábamos a
todo volumen el wakawaka de Shakira, la canción del mundial y del
continente en ese momento. Mientras algunos bailaban y el resto
llevábamos el ritmo con las manos, el mayor de los hermanos de unos seis
años, empezó tímidamente a moverse; primero los hombros, luego los
brazos. Al ver que le animábamos, se empezó a venir arriba y ante la
sorpresa de su hermano de unos 3 años, empezó a bailar en un estilo tan
peculiar como contagioso. Todos, incluido su hermanito le empezamos a
imitar y él seguía bailando mientras se moría de la risa. Durante todo
el viaje, cada vez que había música no hubo otro baile que el del chaval
de la leña.
Llegamos
a las puertas del parque más tarde de la hora de comer, así que comimos
en una de las entradas del parque. Junto a los baños había una especie
de lona negra de un metro y medio de alto con una banda azul vertical en
el centro. Curioso. Preguntando por ello a la guía, me comenta que ésta
ya es zona de moscas tse-tse y que esas lonas, por la razón que sea,
las atraen, que se ve que las confunden con culos de búfalos. Ni con
toda la imaginación del mundo pude confundir aquello con un culo de
ningún animal, pero como tampoco soy una mosca tse-tse, me puse a comer.
No vimos muchas moscas tse-tse, que vienen a ser una versión más grande
y musculada de la mosca común. Por lo visto, para que te afecte la
enfermedad del sueño, te tienen que picar unas cien veces y no vimos
suficientes ni para dormirte un brazo.
Una
vez comidos entramos en el parque, una vez más con mi cámara en ristre.
Teníamos muchas esperanzas puestas en el Serengueti ya que nos habían
dicho que era mejor que todos los parques que habíamos visto
anteriormente. Vimos muchos animales, pero lo cierto es que la densidad,
el número de animales por metro de parque me pareció menor. Por lo
visto todo tiene que ver con dónde esté la gran migración, que cuando
estuvimos nosotros, en Octubre, estaba en gran parte en Kenia. Aun así
vimos una enorme manada de elefantes que me recordaron al Libro de la
Selva y que pasaron justo al lado del camión. Con el camión parado y
todo el mundo callado es impresionante el oír avanzar la manada, en el
silencio sólo interrumpido por los clics de las cámaras de fotos.
A
estas alturas ya teníamos la vista acostumbrada a la búsqueda de
animales. Así como los primeros días, era la guía quien más solía ver,
en este punto ya llegábamos a ver leones a los que sólo les asomaba un
poco de la cabeza o hienas totalmente metidas en arbustos. Sobre todo
entre los hombres surgió una pequeña competición a ver quien veía la
cosa más guay y más difícil. Competición que quedó desierta cuando a
todos nos parecía que lo mejor era lo suyo sin ninguna duda.
Cuando
ya anochecía, nos llevaron hacia una de las sorpresas más agradables
del viaje: El tented camp. Entre otras cosas: Un circulo de sillas
alrededor de una hoguera. Un enorme comedor cubierto. Y sobre todo, una
habitación de hotel de lujo dentro de una enorme tienda para cada
pareja, con una enorme cama, mesilla, ducha de agua caliente, baño...
¿Puede un hombre adulto llorar de emoción al ver una taza de váter?
Perfectamente y de hecho así fue. Y si hubiera sabido cantarle una saeta
lo habría hecho.
Uno
de los momentos del viaje fue sin duda la ducha de agua caliente al
aire libre. En la parte de atrás de la tienda, estaba el espacio de
ducha, tapado con una lona, pero que permitía asomar la cabeza y ver la
llanura del parque. La sensación de estar desnudo al aire libre, en el
medio del Serengueti, con el agua caliente, el sol poniéndose y viendo
los animales a lo lejos fue increíble y es de los recuerdos que, tiempo
después me viene más a menudo a la cabeza.
Después
de las duchas, fuimos yendo todos a la hoguera donde nos tomamos una
cerveza, charlando junto al fuego. Ya era noche cerrada y con los
frontales descubrimos que, no muy lejos de nosotros había una hiena.
Pasando la luz por la oscuridad, dos puntos brillantes delataban su
presencia. Ya estábamos acostumbrados así que nadie ya se preocupó.
Cenamos amenizados por los chistes de un compañero y después fuimos a
tomar un gintonic junto a la hoguera. La sorpresa fue que nuestros
chicos, junto con el equipo del tented camp nos habían preparado una
sorpresa a las dos parejas de recién casados del grupo: Una riquísima
tarta de chocolate servida por ellos mismos cantando y bailando la ya
muy popular Jambo Bwana. Luego nos pidieron que cantásemos algo típico
los cuatro novios, pero a pesar de los esfuerzos míos y de mi compañera
Loren, creo que los chavales todavía se acuerdan con horror de nuestra
versión de "Mi carro".
Un
rato después nos fuimos a la cama. Ya que tenía lámpara, intenté leer
algo del libro que llevaba y que aún no había tropezado, pero creo que
llegué a leer media página antes de darme por vencido.
9.
Así
como tengo buen dormir tengo mal despertar. No el peor, ni algo
llamativo, pero malo. Cuando te despiertan antes del amanecer y tú estás
en una cama enorme y cómoda, un instinto asesino muy superior a
simpatías o afectos te hierve por dentro. Afortunadamente la Nutella del
desayuno amansa los caracteres más endemoniados.
Teníamos
todo el día por delante para disfrutar del parque. Dos de las parejas
habían cogido la opción del Safari en globo, para el que tuvieron que
madrugar más incluso que nosotros, para ver el amanecer desde el aire.
Nosotros no lo cogimos porque, a pesar de que incluía desayuno de lujo
después del vuelo, el precio nos pareció excesivo.
Salimos
con las pilas cargadas y muchas ganas de ver algunos de los animales
que todavía no habíamos visto. Aunque no era uno de los que yo tenia
pensados, vimos una pareja de ciervos enanos (Dicdic?), del tamaño de un
gato y que viven en pareja. Yo creo que los carnívoros no les harán ni
caso por su tamaño, ya que un león se tendría que comer unos 20 para
quedarse satisfecho. Un rato después, por fin vimos a uno de mis
favoritos, el guepardo. La elasticidad y la elegancia personificadas.
Iba andando a nuestra derecha y cuando se acercó un poco a una manada de
gacelas, las midió en carrera, para ver si alguna flaqueaba. Como no,
siguió andando tan tranquilo. Una maravilla de animal.
Si
el rey es el león, el leopardo es el príncipe. Más valiente que el rey.
Junto a unas enormes rocas había una fila de unos 20 jeeps, parados y
con gente haciendo fotos. ¿La razón? En lo alto de la roca, tumbado
descansaba, por fin, un leopardo. La espera había merecido la pena. El
animal más espectacular que haya visto en mi vida. La deuda con el
pequeño Alfredito, quedaba zanjada.
Posteriormente
recogimos a nuestros compañeros del globo, que dijeron que les había
gustado mucho, pero les dimos envidia diciendo que habíamos visto un
leopardo. Seguimos safari y vimos como una leona solitaria cazaba una
cría de gacela. El día estaba siendo fructífero y lo cierto es que el
Serengueti no defraudaba.
Una
sorpresa nos esperaba a la hora de comer. Nos bajamos del camión y un
intenso olor a mierda empezó a hacer que no tuviera tanta hambre.
Mientras preparaban las mesas, a unos 20 metros te podías asomar a
contemplar la razón del olor. En una charca, por llamarlo charca, había
unos 50 hipopótamos, nadando en una especie de sopa densa marrón verdosa
muy rica en caca. La receta también incluía unos tropezones similares
al picadillo, pero que en este caso eran flotantes montones de mierda. A
los hipopótamos no parecía importarles y abrían sus enormes bocazas
entrando la sopa y el picadillo. El placer para los sentidos se
completaba con el oído ya que nuestros amiguitos continuamente se
tiraban pedos y en un alarde de técnica, hacían un molinillo con la cola
mientras cagaban de forma que la mierda se esparcía en todos los
alrededores de sus orondos culos. La naturaleza hay veces que es bella y
hay veces en las que busca otras formas de expresarse. En cualquier
caso, a mí me daba igual y disfruté haciendo un montón de fotos de estos
escatológicos detalles que tanto me gustan.
Tras
la comida, seguimos safari sin mucha novedad y ya cansados volvimos al
tented camp a disfrutar de la tienda y de una cerveza en el chill out.
El día siguiente sería largo, nos esperaban los masais y el Ngorongoro.
10.
Con
infinita pena recogimos nuestros bártulos de nuestra súper tienda,
sabiendo que esa noche dormiríamos de nuevo en nuestra humilde tienda
número 2. Fue especialmente emotiva la despedida del váter, aunque
intenté aprovechar para tener los "deberes hechos" y creo que ambos
quedamos satisfechos.
Lo
más llamativo de la mañana fueron una familia de leones, incluyendo a
tres hembras y tres crías en la que probablemente seria su primera
salida. Según la guía, pocas veces los había visto tan pequeños y
andando.
Ya
saliendo del parque paramos en una enorme mole de granito en el medio
de la planicie. Esta roca es sagrada para los masais y en la cima, había
una piedra con diferentes agujeros que con otras piedras, era utilizada
en el pasado para comunicarse ya que el ruido del granito contra
granito se podía oír a kilómetros de distancia. Hoy día los masais
utilizan el móvil.
Este
mismo día y gracias a la capacidad de previsión de Silvia, pudimos
tener un detalle con Gody, al que se le había estropeado el móvil.
Fue
tal la caladura que cogieron el día de la tormenta que el móvil que
llevaba en el bolsillo se mojó y no consiguió resucitarlo, a pesar de
desmontarlo entero. Yo sería incapaz de preveerlo, pero Silvia metió un
móvil libre de reserva. Por lo que pudiera pasar. Y así pasó. Antes
consultamos con la guía sobre el hecho de regalárselo y nos dijo algo
muy sencillo, que les diéramos lo que fuera, pero que nosotros
pudiéramos utilizar. No como gente que les regala ropa rota o sucia, que
lo que ellos aprecian es que les des algo tuyo, no porque no te valga a
ti, sino porque les aprecias. Y que le iba a flipar. Sabiendo de
nuestra amistad, Silvia me dejó el honor de dárselo yo aunque le
expliqué claramente que no era mérito mío. Es imposible estar más
agradecido que él en ese momento y a día de hoy, nos sigue mandando un
mensaje de feliz año nuevo. Para dada (hermana) Silvia y kaka (hermano)
Fredi.
Paramos
a comer en la salida del parque, marcada por una formación rocosa en lo
alto de la cual podías ver la enorme planicie que es el Serengueti. No
estoy seguro si en swahili la palabra Serengueti significa algo así como
llanura sin fin, pero si me lo he inventado, en cualquier caso tendría
sentido. Las vistas desde lo alto son espectaculares y ves la inmensidad
del sitio donde has estado. La comida fue algo de proverbial arroz
aparte de sobras, más o menor recicladas. Nuestro cocinero no tiraba
nada, algo que veo lógico estando en África o en cualquier otro sitio.
También, aunque repetitivo, el arroz hizo su trabajo durante todo el
viaje, sosteniendo tripas de todos dentro de lo posible. Yo tuve la
suerte, junto a otra compañera de ser los únicos que no tuvieron algún
momento de diarrea explosiva a lo largo del viaje. Precisamente en este
viaje, según donde te pillara, podía ser arriesgado salir corriendo.
Seguimos
con un viaje de varias horas que nos llevaría hasta el poblado masai.
La carretera se fue haciendo cuesta arriba y empezó a refrescar según
nos íbamos acercando a los 2500 metros de altitud donde dormiríamos.
Salimos de la carretera principal y llegamos a las puertas del poblado
masai. En este caso, la guía nos explicó que se podían hacer fotos a
destajo ya que iban incluidas en el precio acordado previamente con los
masai. Éstos ya nos estaban esperando perfectamente alineados ante la
puerta del poblado. Separados por sexos, hombres a la izquierda y
mujeres y niños a nuestra derecha. Los colores de sus mantos resaltaban
sobre sus oscuras pieles, permitiendo fotos espectaculares. Liderados
por el más bajo de ellos, los hombres y mujeres comenzaron a bailar y
cantar; los hombres con una voz profunda y gutural siendo respondidos
por las mujeres. El espectáculo habría sido más hipnótico si no se
hubieran reído y hecho bromas entre ellos, pero en cualquier caso, yo
disfruté del baile de bienvenida e hice unas 100 fotos sólo en este
rato. Después del baile nos invitaron a entrar al poblado, que
básicamente era un cercado circular repleto de sus populares casas
circulares con techo de paja con unos tenderetes repletos de souvenirs
masais. Antes de pasar a ver los tenderetes, nos deleitaron con otros
bailes, que en este caso sí incluían los espectaculares saltos
verticales, que en algunos casos, llegaban a poner casi las rodillas a
la altura de las cabezas de sus compañeros.
Una
vez finiquitados los bailes, nos pusieron por parejas (Cada uno con la
suya) y se nos repartieron, cogiéndonos de la mano y llevándonos a sus
respectivas casas. Nuestro anfitrión se llamaba John y nos explicó que
su mujer había hecho esa casa con estiércol antes de invitarnos a
entrar. Una vez dentro nos explicó como se podía cocinar sin que se
concentrase humo y otras curiosidades de su vida diaria. Me pareció que
lo contaba todo como quien recita una lección aprendida de memoria. Le
pregunté un par de cosas por curiosidad, pero viendo que no sólo no
entendía muy bien, sino que no era muy capaz de explicarse bien y
empezaba a sudar a pesar del fresco, decidí dejar de insistir. Posaron
orgullosos junto a nosotros en su casa y John nos invitó a ver los
souvenirs que decía que había hecho su mujer. Cuando llegamos al círculo
que formaban los tenderetes de souvenirs, todos mis compañeros estaban
ya en plena guerra de precios con sus respectivos anfitriones. Yo no
tenia mucho interés en comprar nada, pero finalmente compramos distintos
recuerdos. Por lo que me pareció por los sudores de John conseguí
bastante buen precio, algo confirmado después comparando precios con
nuestros compañeros de viaje y regateos. La que peor parada salió fue
una compañera que viajaba sola y que directamente había pagado 5 veces
más que cualquiera del resto, con lo que antes de irnos, la guía le
devolvió al avispado vendedor lo comprado y recuperó el dinero. Muestra
de que la avaricia a veces, solo a veces, rompe el saco.
Personalmente
me da muchísima pereza el regatear para comprar y a menudo, sobre todo
cuando ya llevas unos días en destino, prefiero no llevarme algo a tener
que estar bajando el precio poco a poco hasta llegar a un acuerdo.
Siempre me da la impresión de haber comprado más caro de lo que se
podía, al igual que al vendedor siempre le quedará la duda de si podría
haber sacado más. La insatisfacción común. He pagado 8 por cosas que
habría sacado por 1 y he hecho casi llorar a un vendedor chino por, lo
que al cambio eran 10 céntimos. Viajando aprendes trucos, pero siempre
tengo la impresión de que me la han colado y al mismo tiempo, me da
penilla haberles apretado tanto.
Ya
subidos en el autobús vimos como los masai se ponían a jugar al fútbol,
aun vestidos con sus mantos, dando lugar a una curiosa escena. Los
masai futbolistas. Joan, un compañero que jugaba al fútbol les hizo una
pequeña demostración de técnica y casi se desmayan. Nos costó que le
dejaran subir al autobús, en un momento se había convertido en el héroe
del poblado.
Seguimos
camino mientras la carretera seguía empinándose. Altas montañas con
nubes en las cimas flanqueaban otros poblados masai y yo disfrutaba del
viaje que cada vez nos llevaba más alto y más cerca de nuestro destino
esa noche: El Ngorongoro, el cráter de un volcán inactivo en cuyo centro
y gracias a sus condiciones especiales, el equilibrio de la naturaleza
permite que no tenga que haber migraciones, ya que siempre hay agua y
alimento para los herbívoros que a su vez alimentan a los carnívoros,
creando una especie de paraíso terrenal que el hombre todavía no se ha
podido cargar. Y por muchos años ya que la zona se denomina "Zona de
conservación" y está protegida por la unesco.
Yo
me puse especialmente pesado preguntando si cada una de las montañas
que veíamos era el Ngorongoro. Afortunadamente nuestra guía era una
bendita y me siguió contestando cada una de las 30 veces que pregunté.
- ¿Esa?
- No.
- ¿Esa?
- No.
- ¿Y esa?
- Noooo.
- ¿Seguro?
- Síiiii.
Los
que me conocen saben que me encanta ponerme así de pesado (En broma).
Para mi desgracia, tras una hora de viaje, cogimos una salida a la
izquierda de la carretera y aparcamos. La guía me miró sonriente y
apuntando frente al camión me dijo:
- ¡Ahí tienes tu Ngorongoro!
Bajamos
y las vistas del interior del cráter al atardecer eran espectaculares.
Un lago en el centro de una enorme caldera reflejaba las nubes. El resto
del cráter era vegetación y yo no podía dar crédito de que por fin
estuviese allí, uno de los sitios que más ganas tenía de ver. En
cualquier caso, la visita tendría que esperar al día siguiente. Varias
fotos después seguimos camino. Ya estábamos cerca de nuestro lugar de
acampada que como muchos sitios en África, nos tenía reservada una
sorpresa.
Un
descampado con varios edificios bajos destinados a baños y otras
diferentes necesidades de la Zona de conservación nos esperaba. Montamos
el campamento cerca de otras tiendas mientras la guía nos explicaba que
donde estábamos ya pertenecía a la reserva, por lo que aparte de
intentar no hacer mucho ruido o ensuciar la zona, cabía la posibilidad
de que algún animal nos hiciese una visita incluso de día. En el caso de
que por ejemplo un elefante se acercase, como siempre, mantener la
calma, no ir hacia él y si se acercaba mucho, subir al camión
ordenadamente. Como viajeros y aventureros ya avezados que éramos, no
prestamos mucha atención, no dando mucho crédito a esa posibilidad.
Un
rato no muy largo después, siendo aun de día y mientras las chicas
remataban el campamento y los chicos jugábamos un poco al fútbol, oímos
un revuelo en la zona de los edificios y para nuestra sorpresa, vimos un
enorme elefante macho bebiendo el agua del depósito de uno de los
edificios. Lejos de acordarnos de las indicaciones, los chicos salimos
corriendo a por las cámaras y, desoyendo los gritos del resto, fuimos
corriendo hasta cerca del elefante y nos hicimos varias fotos con el
elefante cerca, corriendo cuando se acercaba y volviendo a acercarnos
después. El golpe de adrenalina hizo que nos importase menos la bronca
posterior tanto por parte de las respectivas de cada uno, como de la
guía que en sus propias palabras, " Si llega a arrancar el elefante a
correr, mata a alguno". Pero, ¿qué es la vida sin estas pequeñas
emociones pasajeras?
La
temperatura empezó a bajar drásticamente cuando se metió el sol y todos
nos tuvimos que poner todo lo que teníamos de ropa de abrigo,
incluyendo forros térmicos, pantalones térmicos, botas, etc. Éste frío
fue lo único que noté al estar a una cierta altura (2500 m snm). Tenía
cierta curiosidad de si notaría alguno de los síntomas que se habla que
se pueden tener, pero al no ser la altura suficiente, ninguno de los
compañeros notamos nada. Intentamos quedarnos un rato junto a la
hoguera, pero el frío era demasiado intenso para disfrutarlo, así que
escuchamos la llamada de los sacos de dormir que nos esperaban,
dispuestos a demostrar que realmente valían para los 0 grados que rezaba
su etiqueta.
11.
Como siempre, madrugamos y desayunamos. Ésta vez se agradeció más que nunca la leche caliente.
Debido
al tipo de caminos que bajan al cráter del Ngorongoro, tuvimos que
dejar nuestro querido camión con su chill out y repartirnos en tres
jeeps, el nuestro para 6 personas y el conductor. Cuando llegamos a la
entrada del cráter el sol se filtraba por las nubes formando pequeños
rayos que iluminaban el lago, que a su vez, reflejaba las lunes, dando
lugar a una postal para cualquier fotógrafo. Cuando empezamos a bajar,
entendimos el porqué nuestro camión no habría podido; las rampas eran
muy fuertes y el suelo a menudo no estaba en las mejores condiciones.
Yo iba de copiloto y decidí seguir con mi teoría de hacerme amigo de todo el mundo.
- ¿Cómo te llamas?
- Rashid.
- Nos han dicho que eres el mejor conductor de aquí.
- (Risa tímida) Sí bueno, lo conozco bien.
- Pues nada, si tú ves algo bueno vamos para allá, que nosotros no tenemos miedo.
- Ok, sin problema.
- ¿Te gusta el fútbol?
- Sí claro, lo que más.
- ¿Madrid o Barcelona?
- Barcelona
- Muy bien, como yo. ¿Sabes que tengo una camiseta firmada por Iniesta?
A
partir de ahí, hablamos de fútbol todo el viaje y él a cambio fue
especialmente cuidadoso de colocarnos siempre en el mejor de los sitios
para verlo todo. Por no aburrir con más detalles de animales vistos,
diré que vimos muchos de todos los tipos: Leones, ñus, cebras... De
todo, pero mucho más cerca al ir en el jeep, en algún momento, al lado
mismo. También tuvimos suerte y vimos algún animal raro y difícil de
ver, como el serval, que yo fui el único que tuve la suerte de
fotografiarlo gracias a la pericia de Rashid.
Comimos
en una zona reservada para ello y frecuentada por halcones. Estos
pájaros se han acostumbrado a "cazar", cayendo en picado la comida de la
gente, y nos vimos obligados a comer pegados a los jeeps para no darles
ninguna trayectoria posible. La guía nos comentó que no hacía mucho, un
halcón había rasgado la nariz de una turista que se despistó y la fue a
coger la comida cuando se la metía en la boca.
Después
de ver unos leones comiendo una desafortunada gacelita, salimos del
Ngorongoro que nos despidió con una imagen soleada espectacular. Nos
esperaba nuestro último parque nacional, el del lago Manyara. En esta
zona de Tanzania es donde crecen los famosos baobabs, los arboles que
dice la leyenda que eran tan bellos que un dios les dio la vuelta y lo
que vemos hoy son las raíces. De camino vimos varios, uno de ellos digno
de parar a hacerle fotos. Como curiosidad, en la época en la que fuimos
eran las elecciones nacionales y en varios pueblos nos encontramos con
mítines políticos, algo curioso de ver. Las caras sonrientes de los
aspirantes en los carteles parecían tan poco dignas de confianza allí
como en España.
El
sitio de acampada era un camping que nos pareció de auténtico lujo, ya
que aparte de bungalows, tiendas y bar, tenía una maravillosa piscina,
prácticamente para nosotros. Mientras los chicos montaban el campamento,
yo me puse el bañador y, con lágrimas en los ojos de puro placer, me
zambullí en el agua fresca de la piscina. Después de todo el polvo que
nos comimos por los caminos, la sensación de entrar en el agua fue
maravillosa. Este enorme placer se vio incrementado al traernos unas
cervezas heladas (Kilimanjaro en este caso).
Otra
de las agradables sorpresas que nos encontramos, fue que nuestra guía
se encontró con su novio, otro de los que habían aparecido en el
programa Españoles por el mundo. Sentí no haberlo visto antes de ir.
Tras
el baño y una ducha, fuimos a cambiar dinero a un banco cercano, donde
el cambio era más favorable. Necesitaríamos la pasta para comprar cerca
del camping. La guía nos había comentado que una de las cosas originales
que podíamos llevar a España eran las telas de vivos colores, que las
mujeres utilizaban para sus vestidos y para la casa, llamadas kangas o
kitengues, según su diseño, tamaño y grosor. Esta vez me lo pasé muy
bien en el mercado porque fue algo relajado y al comprar varios juntos,
logramos bastante buen precio. También compré un cuchillo masai, no
"made in China", que son los primeros que suelen ofrecer a los mzungus. 8
kangas y 3 kitengues después volvimos andando al camping a prepararnos
para la cena, que ese día sería en la casa de una "Mama", una señora muy
anciana para la media de vida local y que nos había preparado platos de
comida típica local, sin "europeizar".
El
paseo hasta la casa fue de lo más curioso. Fuimos andando entre las
casas del pueblo, donde todo el mundo hacía vida normal. Los chavales
jugaban al fútbol y los niños nos daban la mano para que les
levantásemos y jugásemos con ellos. Los mayores volvían de trabajar o
fumaban en grupos. La cotidianeidad.
Ya
anochecía cuando llegamos a la casa, que tenía un patio interior donde
varias mujeres se afanaban en preparar la mesa con todos los platos.
Saludamos a la Mama respetuosamente, que aunque era mayor, no me parecía
que pasase de los 75. Sentados en un banco rectangular nos tomamos una
cerveza y cuando la cena estuvo lista, nos levantamos a coger cada uno
lo que quisiese. Yo probé de todo, aunque casi todo eran arroces con
diferentes salsas y cachos de carnes y pescados. La diferencia estaba en
que las salsas eran algo más agresivas y picantes. De postre tomamos
frutas locales, incluido un curioso plátano de cáscara rojiza. La fruta
era excelente. Agradeciendo a la Mama y su equipo la atención, volvimos a
nuestro camping en la mayor de las oscuridades ya que un apagón había
dejado la zona sin luz. Afortunadamente algún compañero había llevado
linternas y pudimos llegar más o menos a salvo. Cerca del camping había
bastante ambiente festivo, con bares y música. Algún hombre me preguntó
por alguna de mis compañeras, preguntando por su disponibilidad y
ofertando sus servicios como amante ocasional, ofertas rechazadas a
petición de las interesadas, a pesar de la vehemencia de alguno de
ellos.
Una
vez en el camping, unos pocos no relajamos en las tumbonas que había
junto a la piscina, aunque no mucho rato ya que algunos de nosotros
tendríamos que madrugar al día siguiente. Los valientes que harían una
de las cosas de las que yo tenia más ganas: El Safari en bicicleta.
12.
Sólo
la mitad del grupo se animó a madrugar, cuando todavía no había
amanecido del todo. Los 9 valientes desayunamos junto a las tiendas y
salimos a la puerta del camping, donde nos esperaban nuestras monturas.
Gracias a mi ojo de ciclista, elegí la que con diferencia era la mejor
bici, pero gracias a que soy tonto la elegí demasiado pequeña para mi
tamaño. Afortunadamente tampoco sería una etapa muy larga. Nos
acompañarían un guía y dos chavales, uno por el medio del pelotón y una
chica haciendo de coche escoba.
Tengo
que decir que disfruté mucho de la excursión. Salimos por las casas del
pueblo cuando aun era temprano. La gente desayunaba y se aseaba en las
puertas de las casas y muchos nos saludaban sorprendidos de ver a unos
mzungus en bici tan temprano. Los niños iban con sus mochilas al colegio
y nos chocaban los cinco al pasar. Paulatinamente las casas iban
dejando paso al campo y especialmente a campos de plataneros y árboles
con exuberantes y enormes hojas verdes y brillantes. Tras una media hora
de pedaleo, la vegetación dejó paso abruptamente a una planicie sin más
verde que un pasto ralo bordeando el camino que nos llevaba, a lo
lejos, al lago Manyara. Dentro del lago, miles de flamencos rosas y
cerca del lago, cebras, gacelas y a lo lejos, búfalos. Era una sensación
extraña el estar cerca de los animales y contar sólo con la bici en el
caso de tener que salir corriendo.
Nos
hicimos fotos junto al lago, dentro de unas barcas varadas en la
orilla. Había distintas plumas y lo que más nos llamó la atención es que
las plumas de los flamencos no eran rosas sino blancas y rojas. Nos
acercamos más a las gacelas y las zebras, llegando a estar a apenas unos
metros de ellas. Los búfalos no nos dejaron tanta confianza y aun
estando lejos, se empezaron a plantar y no nos atrevimos a acercarnos
más. Todos teníamos en mente a nuestros toros bravos.
Volvimos
hacia el camping teniendo un pequeño problema a medio camino. En una de
las paradas estaba cerca un pastor de cebúes con un buen rebaño.
Preguntamos al guía si podíamos hacer fotos y dijo que sin problema. Por
lo visto sí que había problema porque al vernos, vino hacia nosotros
gritando y aunque nuestro swahili no era suficiente, podíamos ver que
estaba enfadado. Después de tranquilizarle un poco, nuestro guía de esa
mañana nos explicó que no le gustaba que hicieran fotos porque pensaba
que se las íbamos a robar después. Personalmente no me creí mucho su
explicación, pero en cualquier caso, allí quedó la cosa.
Llegamos
al camping y ya estaba todo el campamento recogido y nuestros
compañeros dispuestos para salir. Por lo visto habíamos tardado algo más
de lo esperado y teníamos que salir rápidamente hacia el aeropuerto. Yo
aproveché el poco tiempo para hacer alguna compra en las tiendas del
camping, concretamente un cuadro Tinga Tinga que conseguí a cambio de
dos camisetas de quechua. Yo quería cambiarlas porque son eternas y él
pareció quedar muy satisfecho de mi explicación de sus propiedades
técnicas contra el sudor. Yo quedé satisfecho con el cuadro, que era
otra de las cosas típicas y auténticas que podíamos llevar y que a día
de hoy decora mi salón, con gran éxito de público. Los cuadros Tinga
Tinga son en apariencia infantiles, pero de vivos colores. La temática
es normalmente de la fauna y vestimenta local y vienen inspirados por un
pintor llamado precisamente Tinga Tinga y que fue el primero que empezó
a pintar así. Hoy en día puedes ver miles de pinturas de este tipo por
todo Tanzania, imitando el estilo original con mejor o peor suerte.
Montamos
en el camión y a la salida del camping hice una última compra a un
vendedor de camisetas: 5 dólares por una camiseta con un MZUNGU en el
pecho, que fue un éxito con todos los chavales locales que se reían y me
hacían un gesto con el pulgar hacia arriba. Alguno me preguntó si sabía
lo que ponía y cuando le decía que sí, se reía más todavía.
Llegamos
al aeropuerto y comimos rápidamente junto al camión. Todos estábamos un
poco tristes porque era el momento de la despedida de nuestros chicos,
que tan bien nos habían tratado y con los que tan buenos ratos habíamos
pasado. Comimos bajo un sol abrasador y empezamos los turnos de abrazos y
despedidas con cada uno de ellos. Como no hubo acuerdo en cuanto a lo
que cada uno quería dar de propina, cada uno dio lo que entendió
correcto. Yo habría dado algo más a mi amigo Gody, pero finalmente
Silvia me convenció de dar lo mismo a los cuatro, que también se lo
habían ganado.
Con
un nudillo en la garganta entramos en la caótica terminal del
aeropuerto de Arusha. Facturamos todos juntos y pasamos a la pequeña
zona de tránsito donde finalmente nos despedimos de nuestra guía,
Carmina. Yo fui el último del grupo en despedirme y le di las gracias
por haber sido tan buena guía y habernos transmitido su amor por África a
nosotros. Ella me despidió con su perenne sonrisa y un abrazo,
dejándonos solos por primera vez desde que pisamos África.
Afortunadamente lo único que teníamos que hacer era esperar a que nos
llamaran al avión que nos llevaría a la ultima parada de nuestro viaje:
Zanzíbar.
Un
rato después embarcamos en el avión más pequeño en el que había estado
en mi vida. Dentro había sitio para unas 22 plazas aparte del piloto,
con lo que casi todo el avión iba ocupado por nuestro grupo. Al poco de
despegar, a nuestra izquierda apareció majestuosa la base del
Kilimanjaro, cercano a Arusha pero que no habíamos podido ver.
Desafortunadamente unas nubes cubrían su nevada cumbre así que nos
quedamos con las ganas.
El
viaje fue tranquilo, excepto por el hecho de que creo que la
presurización de la cabina no fue buena y al final del vuelo tenía un
martilleante dolor de cabeza en la zona de las cejas, como si tuviera
sinusitis aguda. Afortunadamente el vuelo fue corto y pronto aterrizamos
en el aeropuerto de Zanzíbar. Una bocanada de calor y humedad nos
recibía al salir del avión. Sudando recogimos nuestros equipajes y
buscamos el autobús que nos llevaría al hotel. El autobús no tenía ni
había oído hablar del aire acondicionado, pero a cambio, si tenía un
banderín del Real Madrid, lo que consoló a algunos, pero a mí no. El
hotel estaba ubicado al sur de la isla en Kizimkazi a unos cincuenta
minutos en autobús, que yo pasé con la ventanilla abierta y disfrutando
de los olores y las vistas de la isla, similares a Tanzania pero más
tropicales y con el azulísimo Océano Índico asomando de vez en cuando.
Llegamos
al hotel ?????? que era un resort con villas individuales. A la hora
del check in hubo una cierta confusión, ya que varios compañeros no
sabían que las villas individuales eran compartidas, una para cada tres
parejas. Encima habían hecho los grupos como habían querido y el
regordete recepcionista no parecía muy dispuesto a cambiar nada. Al ver
que no íbamos a ceder, puso los ojos en blanco e hizo los cambios como
le pedíamos, algo que le llevó como un minuto. Me quedé con la cara del
vaguete recepcionista y en los dos días que estuvimos en el hotel, todas
las dudas y cuestiones las intenté hacer con él, cosas que siempre hizo
a regañadientes.
A
pesar de tener que ser compartidas, las villas eran enormes y
espectaculares. Cada habitación tenía un baño enorme y una preciosa cama
con dosel y mosquitera. También tenía una preciosa terraza y una
piscina, que estrenamos inmediatamente y desde la cual vimos atardecer y
ponerse el sol. El paisaje lo completaba una pasarela de madera que
llevaba a lo que había sido un pequeño comedor. Habría sido una gozada
cenar allí en algún momento. El problema era que la pasarela estaba rota
y era imposible pasar por allí. Tampoco parecía que nadie lo fuera a
arreglar. Daba la impresión de que cuando una cosa se rompía,
sencillamente la quedaban así.
Cenamos
un buen buffet, amenizado por unos masai que nos ofrecieron sus
cánticos y bailes mientras nosotros disfrutábamos de la cerveza fría y
de la comida. Algunos se quedaron a tomar algo en el bar del hotel, pero
nosotros estábamos cansados por haber madrugado para montar en bici,
algo que se me antojaba que había ocurrido hacía un año.
13.
Por
primera vez en muchos días, no madrugamos mucho, un placer que no
aprecias hasta que lo pierdes y que este día alargué lo que me fue
posible. Fuimos hacia la zona de desayunos, que también era de buffet
donde te hacían tortillas, tostadas, tortitas... El buffet de desayuno
es sin duda, uno de los inventos más felices de la humanidad.
Tras
desayunar como un rey, fuimos a estrenar la piscina, que cuando la
marea estaba alta, visualmente formaban una sola masa de agua. El plan
del día era contratar un viaje en barca y comer fuera del hotel. Nos
habían dicho que se podía contratar más barato con algún chaval de la
playa. Desde la piscina vimos que uno de ellos llevaba una camiseta de
Ratpanat unas tres tallas más grande de lo que debería, con lo que
decidimos hablar con él. Los compañeros decidieron darme un descanso ya
que durante todo el viaje yo había hecho todas las gestiones, así que
fueron Silvia y otro compañero quienes fueron a hablar con él mientras
el resto acechábamos desde la piscina. A gritos Silvia nos ponía al día:
- ¡Dice que 15 dólares por llevarnos al pueblo en barca y comer!
- ¡Carísimo, dile que 10!
- ¡Pregunta que cuantos somos!
- ¡11!
Finalmente
y como Silvia es mejor regateadora que yo, el viaje salió a 6 dólares
per cápita. Disfrutamos de la piscina un rato más, hasta las 12, la hora
a la que habíamos quedado con ellos. Como la marea estaba baja, tuvimos
que acercarnos a la barca, evitando pisar enormes erizos de mar del
tamaño de mi pie. De camino a la barca, el bajito con el que habían
negociado se me acercó.
- ¿Eres Alfred?
- Sí. Tu, ¿cómo te llamas?
- Abdul. Me gusta mucho tu compañera.
- ¿Quien?
- Esa.
- Sí, es muy maja, pero creo que lo tienes un poco difícil porque está acompañada.
- ¿Por quien?
- Por esa otra.
- Ya. ¿Pero podrías hablarle de mí?
- Lo intentaré, pero no te prometo nada.
Cuando
llegamos a la barca, los cuatro chavales nos fueron ayudando a subir
uno a uno. Yo subí el primero y uno de ellos me dio un viejo móvil para
que se lo guardara durante el viaje, para que no se mojase. La barca era
de motor y tenía el sitio justo para todos, pero el viaje fue muy
agradable a pesar del calor descomunal y el sol inclemente. Cerca ya del
pueblo de Kizimkazi donde íbamos, a nuestra izquierda aparecieron los
familiares lomos de unos delfines. El nadar con delfines lo teníamos
planeado para el día siguiente, a pesar de ello, Abdul intentó negociar
unas zambullidas por un precio módico, pero como no llevábamos gafas ni
aletas, no hubo suerte.
Llegamos
a una playa de postal, con agua azul turquesa, casitas de techo de paja
y arena blanca. Al bajar de la barca, la arena era tan fina que casi
parecía que se mezclaba con el agua. En el suelo había enormes conchas y
pedazos de coral, que no cogimos porque nos habían dicho que en las
aduanas los detectaban y te hacían pagar por ellos lo que les apetecía
en ese momento. Posteriormente vimos que así era. También había un grupo
de chavales que entre otras capturas, habían cogido una especie de
morena y un llamativo pez globo. Aplanados por el sol fuimos andando al
restaurante donde comeríamos, que afortunadamente, tenía un techo de
paja. La sombra llegó un poco tarde para un compañero de Alicante que
antes de salir se había embadurnado bien de crema, pero por error, cogió
el Aftersun en vez de el protector solar. Aunque era moreno de piel,
cuando nos sentamos, el rojo de la espalda y cuello empezaba a tirar
casi a amoratado y cualquier contacto tenía divertidas consecuencias.
Para los demás, claro.
La
comida fue sencilla pero rica. Lo que más me gustó fueron los
langostinos recién cogidos y un arroz blanco con salsa de tomate y coco,
pero sobre todo, unas maravillosas patatas fritas que hacía tiempo que
nadie comía y que disfrutamos como cochinos. Abdul, como parte de su
conquista, le regaló a nuestra compañera un pulpo recién pescado y hecho
a la parrilla, que estaba buenísimo. Disfrutamos del resto de la comida
mientras charlábamos con los chavales, que nos preguntaban cosas de
España y, como no, de fútbol. Nos propusieron que les compráramos
bebidas a ellos para los días siguientes, ya que ellos nos las daban por
la mitad del precio que costaban en el hotel. Aceptamos comprar un par
de botellas para cada uno, aunque al final sobró casi la mitad.
Con
pena nos despedimos de nuestra playa y volvimos al hotel. Por 6 dólares
habíamos pasado el día estupendamente. Unas cervezas en la piscina para
los que no estábamos abrasados y la cena ocuparon el resto del primer
día de relajación en la paradisiaca Zanzíbar. Después de cenar y antes
de ir a tomar algo al bar del hotel, fui a ver a mi amigo el
recepcionista, que de mala gana me indicó dónde podía contratar la
excursión para ver delfines. Después de negociar, conseguimos: Nadar con
delfines a primera hora cerca del hotel para evitar aglomeraciones +
viaje de ida y vuelta en barco a la isla de Pungume + snorkel en Pungume
+ comida en un arenal natural incluyendo langosta por 10 dólares por
cabeza.
Satisfecho por la negociación me reuní con el grupo en el bar donde por lo menos, aguantamos más que el día anterior.
14.
Nuestro
grupo desayunó pronto, ya que queríamos ser los primeros en estar en el
agua por la mañana. La razón era que nos habían dicho que si
esperábamos mucho, se juntaban demasiadas barcas y era una molestia. A
pesar de tener que meterme en el agua pronto, me dí un desayuno como
todo desayuno de buffet merece.
Nos
habían aconsejado que compráramos gafas y tubo para bucear, ya que no
es muy agradable meterse en la boca algo que no sabes en que bocas ha
estado antes y dónde habían estado esas bocas antes de meterse el tubo.
Por lo tanto, cogimos nuestros equipos y nos subimos a una nueva barca
en la que nos repartieron aletas según nuestro número de pie. Con las
aletas, las gafas, el tubo e incómodo como yo solo esperé a que me
dijeran que me tirase. Tras esperar cinco minutos el capitán de la barca
vio algo, giró a la derecha y tras movernos unos diez metros nos gritó
que había delfines y que nos tirásemos al agua. Nervios, la aleta se
engancha, me pongo las gafas pero no me encuentro el tubo, pero como no
me lo quiero perder, me tiro tal y como estoy. Tras tragarme una buena
parte del océano Índico, logro ponerme el tubo y miro hacia la barca
donde están casi todos mis compañeros gritándome algo. Como no oigo
nada, no lo entiendo, pero Silvia me hace el gesto de que mire hacia
abajo. Y eso hago.
Es
difícil explicar la sensación de estar flotando en el mar y ver, debajo
tuyo, una manada de unos doce delfines salvajes, que justo en ese
momento estaban pasando por debajo de mí. Sé que grité de la emoción y
que después intenté nadar detrás suyo, algo imposible a todas luces.
Pero yo los seguí hasta que no pude más, probablemente unos segundo
después.
Después
de los tres que nos tiramos los primeros, el resto de compañeros se fue
animando y creo que todos vimos delfines más o menos cerca. Yo me seguí
tirando hasta que no pude más, aunque precisamente la ultima zambullida
fue la que tuvimos más suerte y los delfines casi nos rozaron. O eso me
pareció a mí, que intenté tocarlos. Sin suerte. En cualquier caso, la
experiencia mereció mucho la pena.
Volvimos
al hotel comentando la jugada, cogimos el resto de bártulos de las
habitaciones y salimos a la puerta del hotel, donde nos esperaba un
autobús para llevarnos al pueblo de Kizimkazi. Hacía tanto calor que
cuando llegamos al autobús la ropa ya se nos había secado. La isla se
Pungume está a 11 km de Kizimkazi, por lo que el barco que utilizamos
sería más grande que las anteriores barcas. Llegamos al pueblo pasando
junto al restaurante donde habíamos comido el día anterior. Nos bajamos
en el bar Karamba, perteneciente a españoles y que por lo visto, también
había aparecido en el programa Españoles por el mundo. Lamenté otra vez
no haberlo visto.
En
un tenderete nos repartieron las aletas y a los que no tenían gafas y
tubo, les dejaron unos. El barco era efectivamente más grande y aparte
del motor, poseía una vela triangular. La tripulación la formaban Esta
vez tres chavales. Dentro también había sillas para todos, una parrilla y
neveras para comida y bebida. A pesar del motor y la vela, el barco
avanzaba lentamente y el viaje se hizo tedioso. Tardamos una hora y
media en llegar a la isla, que pronto empezamos a ver en lontananza,
pero que parecía no querer acercarse nunca. Cuando finalmente llegamos
cerca de un islote, el capitán paró el motor y una vez parado, nos
indicó que nos tirásemos cuando quisiéramos. Cerca del islote podíamos
ver rocas llenas de peces de colores a través del agua transparente. Con
la experiencia que ya teníamos de los delfines, nos tiramos si dudar,
aunque alguna compañera se quedó en la barca, por si acaso. Algunos ya
lo habían hecho antes, pero para nosotros era la primera vez que
hacíamos snorkel y la experiencia nos encantó. Incluso se nos hicieron
cortos los 40 minutos que estuvimos en el agua. Vimos un montón de peces
de colores y una vez medianamente dominada la técnica incluso nos
metimos más profundo.
Después
subimos al barco y nos dirigimos al arenal donde comeríamos. Se trataba
de un pequeño islote de arena blanca, paradisiaco en medio del azul del
Índico. Habría sido más paradisiaco todavía si hubiese tenido alguna
sombra. Mientras la tripulación montaba la parrilla y la mesa, el resto
no tuvimos otro remedio que meternos en el agua, a riesgo de derretirnos
si nos quedábamos al sol. Fue curioso que compartiésemos nuestro
islote, en el medio del océano Índico con otro grupo de españoles que
llegaron poco después que nosotros en una barca similar y que se
instalaron alejados de nosotros con un plan, creo que parecido. El mundo
verdaderamente no es un sitio tan grande.
La
comida consistió en mi querido arroz con salsa de coco como entrante y
después, la deliciosa parrillada consistente en una langosta por cabeza y
unos pedazos de un pescado indefinido, pero de carne oscura y sabrosa.
Personalmente no me gusta mucho el marisco, pero la langosta estaba
deliciosa. Por suerte para nosotros, nos habían instalado una pequeña
carpa y pudimos comer a la sombra.
Con
pena nos despedimos de nuestro islote y emprendimos nuestro viaje de
vuelta al hotel. En esta ocasión no extendieron la vela porque, esta vez
teníamos el viento de cara, con lo que el viaje se hizo aún más
tedioso. No recuerdo quien fue el que empezó, yo seguro que no, pero
alguien empezó a cantar y el resto del viaje deleitamos a nuestra
tripulación con diversas canciones de las diferentes regiones españolas.
En nuestro descargo tengo que decir que pudiendo habernos tirado del
barco, no lo hicieron y llegamos a salvo al hotel, aunque esta vez,
bordeando la costa.
Como
a la mañana siguiente dejaríamos el hotel, decidimos disfrutar de la
piscina lo que quedaba de tarde. Algún compañero seguía teniendo
problemas estomacales por lo que los pedidos en el bar consistieron
básicamente en cerveza y manzanillas. Después de cenar nos tomamos unas
copas y nos fuimos a la cama con la sensación de que el viaje estaba ya
llegando ya a su fin.
15.
Nuestro
último desayuno en Kizimkazi fue más temprano de lo habitual. Teníamos
que preparar todo para salir hacia Stone Town, la capital de Zanzíbar.
Aunque nos lo habíamos pasado bien, para mi gusto un día más habría sido
demasiado y me habría aburrido. En dos días habíamos hecho casi todo lo
que podíamos hacer y si no eres de tumbarte en la playa como yo, poco
más podrías haber hecho.
Con
todas las mochilas llenas, pero con algo de hueco para las compras que
esperábamos hacer en el día, esperamos a que llegara nuestro autobús. De
camino a Stone Town iba pensando en el más ilustre de sus vecinos:
Freddie Mercury, que por circunstancias del trabajo de su padre nació y
pasó su infancia, tan lejos de su querida Inglaterra. Aun se puede
visitar la casa donde vivió, pero al final no nos dio tiempo a verla.
También pensaba en el hecho de que íbamos a visitar uno de los mayores
puertos de esclavos de la época dorada del esclavismo en el mundo.
Las
casas y los comercios empezaban a ganar la partida a la vegetación,
anunciando nuestra entrada a Stone Town. Todos los edificios no solían
pasar de dos alturas y casi todos estaban sucios y descuidados, dando la
impresión de una ciudad en decadencia, pero con el encanto que le daba
algún edificio colonial. También empezamos a ver la influencia árabe de
la ciudad a través de edificios y sobre todo, de gente.
Nuestro
hotel, el Dhow Palace estaba situado en pleno casco histórico y era un
edificio colonial completo, con patios árabes con fuentes de agua
corriente y antigüedades por donde miraras. Por lo que nos comentó un
compañero, el hotel tenía dos partes la colonial y la moderna. Nosotros
pedimos habitación en la colonial y acertamos. La habitación daba a uno
de los patios interiores e incluía una preciosa cama con dosel y una
ducha tipo árabe de azulejos azules. Los armarios eran antiguos pero
estaban limpios y todo tenía la pátina de lo antiguo pero cuidado.
En
cualquier caso, teníamos prisa por salir a comprar regalos ya que
aunque nos habían dicho que no habría problema, era nuestro último día y
casi no teníamos nada. Esperamos al resto del grupo haciéndonos fotos
por el hotel y cuando estuvimos todos, salimos a comernos Stone Town.
Desde el hotel se nos adosó un chaval, al que al principio no hicimos
mucho caso, pero que mientras esperaba fuera de una tienda a que las
chicas terminaran de comprar cosas, me empezó a hablar en un español con
mezcla de italiano. Me pidió permiso para venir con nosotros y a cambio
de practicar su español con nosotros, nos guiaría por la ciudad y nos
aconsejaría. Me pareció bien y él pareció feliz con el trato.
Toda
la mañana estuvimos de compras mientras Suleiman nos acompañaba
pacientemente y nos enseñaba algunas de las curiosidades de la ciudad,
como casas históricas, madrazas, etc. Nosotros le decíamos lo que
queríamos ver y él nos llevaba o nos aconsejaba verlo más tarde. Fue
especialmente curiosa la visita al mercado, donde los stonetownianos
hacían sus compras habituales y no había mucho turista. Allí compramos
especias, fruta y algunos zumos desconocidos para nosotros pero
deliciosos. Muchas telas, cuadros Tinga Tinga, camisetas de la selección
de Tanzania y diferentes estatuillas y pulseras después, decidimos ir a
comer. Pedimos a Suleiman que nos llevara a algún restaurante italiano,
un poco saturados de arroz y salsa de coco. Cuando llegamos, le
invitamos a comer con nosotros, pero él declinó la oferta amablemente y
quedó en pasarnos a buscar cuando acabáramos.
El
restaurante era mucho mejor de los que esperábamos. Llevado por
italianos, había varias mesas ocupadas por italianos, lo que apriori
pareció buena señal. Con un precio razonable disfrutamos de ensaladas
con aceite de oliva y pizzas y pastas a elegir y de muy buena calidad.
Es curioso, pero la sensación de estar con los italianos fue agradable
estando tan lejos de Europa y creo que a ellos les pasó lo mismo al
vernos entrar. Fue un poco como un anticipo de la vuelta a casa.
Después
de un maravilloso capuchino, nos despedimos de los dueños y salimos a
la calle, donde ya nos esperaba Suleiman. Le preguntamos que por qué no
había entrado a tomar algo y nos dijo que daba igual. Visitamos el
antiguo mercado de esclavos, cerca del restaurante, pero decidimos no
pagar los escasos 3 dólares que costaba la entrada, no por el precio,
sino porque no nos apetecía ver algo que muy probablemente nos bajaría
el ánimo. Seguimos con las compras y las explicaciones de Suleiman que
nos explicó también el significado de las famosas puertas de madera
tallada, símbolo de Stone Town.
Cuando
el sol estaba cerca de la linea del horizonte, ya cansados y saturados
de compras, fuimos acercándonos a la zona del hotel donde estaba el pub
Livingstone. Este pub está ubicado en la antigua casa de este afamado
explorador y tiene una terraza desde donde se ve la puesta de sol. En la
playa cercana, chavales ensayaban volteretas y piruetas. Mientras se
acercaba la hora, la terraza se fue llenando, casi exclusivamente de
mzungus y en el momento en el momento en que el sol desapareció,toda la
gente aplaudió, despidiendo al día y dando la bienvenida a la noche, que
en Stone Town tiene, si cabe, más actividad.
Una
vez más invitamos a Suleiman a tomar algo con nosotros y una vez más
declinó la oferta. Me di cuenta que en la terraza no había ni un negro,
por lo que supongo que habría sido un compromiso para él que le vieran
con tanto mzungu. En cualquier caso, le dimos una propina entre todos
por sus buenos servicios durante todo el día, que en principio rechazó,
pero que finalmente aceptó agradecido.
Volvimos
al hotel a cambiarnos para la cena y sobre todo, a embutir todas las
compras del día en nuestras ya casi repletas mochilas. La mayoría del
grupo prefirió quedarse a cenar en el Livingstone's, pero nosotros
preferimos hacer caso de un consejo que nos habían dado: Cenar en los
puestos callejeros en los cercanos jardines Forodhani. Y más
concretamente, sus Zanzíbar pizza, una especie de torta doble con los
ingredientes que tu eligieses. Y por un dólar. Las chapatis estaban
buenas, yo me comí tres, la primera conservadora, la segunda
exótica-picante y para compensar el abrasado de lengua del picante, una
tercera de nutella. Lo mejor de la cena, aparte de la comida fue el
ambiente, con todo el mundo comiendo en la calle, música y ambiente
festivo. Algo que nos recordaba a España y que nos hizo un poco más
liviana la melancolía de pensar que al día siguiente emprenderíamos
nuestro viaje de vuelta a casa.
Cuando
acabamos de cenar, fuimos al Livingstone's a tomar una cerveza con
nuestros compañeros, a los que todavía no habían llevado la cena.
Teniendo en cuenta que habíamos ido a la vez, a nosotros nos había dado
tiempo a dar una vuelta por los jardines y cenar con postre, la espera
estaba siendo probablemente algún récord del mundo. Yo disfruté de mi
Safari, otra de las cervezas locales y agotados, volvimos al hotel.
16.
Después
de dormir en una cama en la que podría haber dormido el mismo
Livingstone, bajamos a tomar nuestro último desayuno del viaje. En la
tele, las noticias, que llevábamos tiempo sin ver, nos recordaban que en
Europa seguían ocurriendo cosas a pesar de nuestra ausencia.
Bajamos
de la habitación con nuestras dos mochilas y estuvimos esperando a que
llegara nuestro autobús, que en principio debería haber llegado a las 10, pero que a las 10 y
media no había aparecido. Pedimos al hotel que le llamaran y apareció
un cuarto de hora más tarde, dando la impresión de que se le había
olvidado nuestro viaje totalmente. Hakuna Matata. Llegamos al aeropuerto
de Zanzíbar con el tiempo ya muy justo e inmediatamente nos pusimos a
la cola para facturación de equipajes, el momento más tenso del día. Nos
habían avisado de dos puntos conflictivos:
1- El escáner de equipajes.
2- los revisores de equipaje de mano.
El
punto 1 se debía a que estaba prohibido llevarse conchas o cachos de
coral. Nosotros habíamos cogido 3 conchas especialmente bonitas y no
ocurrió nada, pero un compañero que, a pesar del consejo del resto del
grupo, se llevó un montón de piezas, le hicieron pagar 50$. Y gracias,
porque por lo visto, la cantidad dependía un poco del humor del policía
en ese momento.
El
punto 2 era cuando, una vez facturado, pasabas a la zona de embarque.
En este caso el objetivo solía ser la gente más mayor, a los que se
ponían a desmontar la mochila o lo que llevasen y les pedían dinero. A
algún compañero le tocó, pero nos habían aconsejado hacernos los tontos y
decir que no entendíamos, hablando en español, algo que les resultó muy
fácil.
Como
una de las últimas curiosidades de África, en teoría nuestro pequeño
avión de hélices, nos llevaría directamente a Nairobi. Pero lo que
hicimos fue:
- Aterrizamos en Mombasa.
- Bajamos del avión.
- Bajaron los equipajes.
- Reconocimos cada uno su equipaje.
- Hicimos cola en un puesto de policía y nos sellaron los pasaportes.
- Volvimos a subir al mismo avión.
- Volvieron a subir los equipajes.
- Despegamos hacia Nairobi.
Ya
en Nairobi, nuestro grupo comió en un restaurante cerca del aeropuerto,
yo con una Guinness Foreign Extra y esperamos a embarcar, ya con ganas
de terminar el viaje. Desgraciadamente el vuelo a Bruselas se retrasó
once horas y tuvimos que pasar lo que quedaba de día y parte de la noche
dormitando en el aeropuerto. Por lo tanto también perderíamos el
posterior vuelo Bruselas-Madrid. No es lo mismo decir esperar once horas
que estar once horas, con sus sesenta minutos y todos sus muchísimos
segundos, sin nada más que hacer que ver el tiempo pasar e intentar
dormir sin ningún sitio más cómodo que una esquina en el suelo.
La odisea de viaje de vuelta finalmente quedó Zanzíbar-Mombasa-Nairobi-Bruselas-París-Madrid,
un montón de horas en total, cinco vuelos, nuestro primer viaje en
business (Nos hicieron hueco en el Bruselas-París) y una nueva pérdida
de equipaje, que apareció entero tres días después.
Pero
todos estos problemas no vienen a la mente después de un viaje. Cuando
pensamos en nuestro viaje a África, lo que nos viene a la mente es su
increíble luz, la vida que explota en todas partes, las sonrisas de la
gente, las risas de los niños. El mar en Zanzíbar. Los animales. Su
salvaje naturaleza.
Africa
engancha y sólo los que hemos estado podemos entender hasta que punto
es cierto. Hasta que punto es cierto que desde el momento en que te vas,
ya estás pensando en volver. Y que parte de ti se quedará allí siempre.
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