martes, 24 de julio de 2012

Viaje Kenia-Tanzania Octubre 2010

1.
Como muchos otros viajeros, yo me enamoré de África mucho antes de pisarla por primera vez. Todos tuvimos libros de animales de pequeños y elegimos nuestro favorito (El mío, el leopardo). En estos libros también me llamaban la atención los vestidos de la gente, de los masais; sus adornos... Entonces me dije a mí mismo que algún día lo tendría que ver con mis propios ojos, aunque supongo que en aquel tiempo, el plan sería algo así como comprarme una moto y conducir hasta que llegase a un sitio donde la gente vistiese como los del libro y allí, preguntar por el leopardo.


Bastantes años después y con más o menos el mismo sentido común, decidí casarme con la que hoy es mujer (¡Hola Silvia!) y que, ¿dónde íbamos a ir de viaje de novios mejor que a África? De hecho, tengo la suerte de que fue ella quien propuso el viaje, comprensiva y sabedora de que un viaje así era algo especial que me haría mucha ilusión.

Personalmente soy un enamorado de los viajes, cuanto más lejos y diferentes de lo que tenemos en casa, mejor. A día de hoy, he visitado 22 países (Mónaco cuenta como país, no?), aunque en el momento de decidir el viaje, aun no había pisado el África Negra. Normalmente prefiero organizar los viajes por mi cuenta e ir a mi aire, siempre y cuando "domines" algo el sitio. Europa es manejable y China y Oriente Medio los conozco más o menos bien. Por eso decidimos contratar una agencia de viajes para el viaje organizado, en este caso Ratpanat. Creo que es de sentido común el que, por lo menos la primera vez que vas hacia lo desconocido y previsiblemente salvaje, alguien te lleve de la mano, o que por lo menos te diga donde se puede pisar o donde se puede evacuar sin riesgo de que te coma un león o que te pise un elefante.

Un viaje tiene, en mi opinión, tres fases: Primero la preparación, segundo el viaje en sí y tercero, el post-viaje, incluyendo recuerdos y fotos. Esta fase, si el viaje ha sido bueno, dura para siempre.

En nuestro caso, la primera fase incluía las vacunas, incluyendo la de la hepatitis A y B, tétanos, fiebre amarilla y la profilaxis de la malaria, pastillas que tuvimos que tomar un día antes del viaje, todos los días en África y una semana después de volver.

También fueron divertidas las compras de lo necesario para el viaje que contratamos, en el que dormiríamos en tiendas de campaña dentro de los parques nacionales y viajaríamos en un camión. En nuestro caso, ambos hemos hecho camping desde pequeños, por lo que muchas cosas ya las teníamos. Fueron especialmente útiles los frontales y la ropa térmica, pero eso es algo que veremos mas adelante. Entre amigos que ya habían hecho el mismo viaje y foros, nos informamos de todas las cosas necesarias, incluyendo una funda que nos prestaron para las mochilas que íbamos a facturar, muy útil teniendo en cuenta que se perdieron tanto a la ida como a la vuelta. Ya resultó sospechoso que en la información de la agencia sobre el viaje, aconsejaran llevar en el equipaje de mano lo necesario para varios días, en el caso de que se extraviasen los equipajes. Detalles como éste hacen que te des cuenta de dos cosas:
1. En África las cosas van a otro ritmo (Hakuna matata).
2. Llevamos más cosas de las que realmente necesitamos.

Otro punto de la preparación del viaje, importante en mi caso, fue el leer "El sueño de África" de Javier Reverte. Siempre se disfrutan más las cosas si sabes lo que estás viendo. En este libro, el autor pasa tanto por Kenia, como por Tanzania y Zanzíbar y explica tanto la idiosincrasia de sus habitantes, como la historia del país, incluyendo la época de los grandes exploradores (Livingstone, Speke, Burton...). Durante todo el viaje me acordé a menudo de partes y datos del libro, por lo que aconsejo a cualquiera que vaya a visitar estos países, o no, que lea este libro.

Una vez casados, empapados culturalmente y equipados con todo lo necesario, partimos desde la estación de autobuses de Valladolid hacia el aeropuerto de Barajas. El vuelo a Bruselas salía pronto por la mañana y preferimos llegar con tiempo de sobra. Una vez en el aeropuerto, cenamos y yo dormí como un tronco sobre el duro suelo del aeropuerto. Interiormente me sentí orgulloso de estar ya preparado en ese aspecto de "dormir-donde-sea". Cuando desperté, Silvia ya había conocido a alguno de los del grupo que íbamos en el viaje. Posteriormente, en la cola de embarque, conocimos al resto de los 7 que salíamos de Madrid, que con los 5 de Barcelona y los 6 de Bilbao, sumábamos los 18 del grupo final.

Desayunamos algo en una cafetería y me di cuenta de que la gran mayoría del grupo ya había viajado bastante, algo que me gustó porque me encanta escuchar a la gente hablar de sus viajes. Ya sé que es raro, pero a todo el mundo le encanta hablar de lo que ha hecho cuando estuvo de viaje y lo suele hacer con pasión, con anécdotas... De lo que cuenta la gente, yo intento sacar si el país me gustará o no.

Llegamos a Bruselas con poco tiempo de enlace con el vuelo a Nairobi. Alguna de las chicas quería comprar chocolate, pero lo único que nos dio tiempo fue a correr como locos por la terminal y hacer un pis antes de subir al avión que nos llevaría, por fin, a África.


2.
El aeropuerto de Nairobi no es ni mejor ni peor que muchos aeropuertos en lo que se refiere a trámites de visados. Cuando llegamos a las colas, éstas ya eran largas así que nos pusimos en la que nos pareció mas corta y nos dispusimos a esperar, cansados del viaje, pero con la emoción de haber llegado a un sitio nuevo. A pesar de que las colas eran enormes, los policías que ponían el visado en los pasaportes no parecían tener la más mínima prisa, e incluso se ponían a hablar y reír entre ellos. Como ya estaba avisado de esto, pensé que Hakuna matata y que ya llegaríamos. 45 minutos y 20 € después, tenía un nuevo visado molón en mi pasaporte.

Como muchos suponíamos/temíamos, nuestras maletas no aparecieron. En la garita de reclamación de equipajes, donde todos parecían tener más sueño que nosotros, nos informaron de que las maletas se habían quedado en Bruselas y que llegarían a los dos días. Pusimos la reclamación y me dieron una hoja con los nueve equipajes extraviados para que se la diera a mi guía y que ella fuera quien lo reclamase.

Con lo puesto y lo de la mochila, salimos al hall del aeropuerto donde nos esperaba sonriente nuestra guía, Carmina. Había varios compañeros que la habían visto en el programa "Españoles por el mundo". Nosotros no la habíamos visto, pero la primera impresión fue agradable; impresión confirmada todos los días que pasamos con ella.

Tras comprobar que estábamos todos, salimos del aeropuerto y la primera ráfaga de viento africano que nos recibió fue mucho más fría de lo esperado. Nairobi está a más de 1500 metros sobre el nivel del mar y las noches son frías. De camino al camión que sería nuestro hogar los siguientes días se acercaron los típicos voluntariosos, ofreciendo llevarnos la mochila. Diciendo que no, gracias, era suficiente para que fuesen a preguntar al de al lado. Tras intentarlo con todos, nos acompañaron un rato y luego se volvieron.

En el camión nos esperaba la tripulación, que nos saludaron sonrientes y con muchas palabras en español, aprendidas de viajeros anteriores. Uno de ellos, Ali, me dio un abrazo y la impresión que tuve fue la de abrazar un cervatillo; estaba muy flaco. Luego vi que los demás estaban fuertes, incluso con barriguita, así que supuse que el tipo era así por naturaleza. Posteriormente, vi que comía como una lima.

Salimos hacia el hotel y la ciudad me dio la impresión de ciudad normal. Edificios, carreteras, tiendas, semáforos... Todo daba la imagen de estar algo abandonado y sin mucho tráfico, probablemente por la hora. Me hizo gracia el que el conductor no hiciera absolutamente ni caso de los semáforos. Estoy acostumbrado a países en los que el tráfico es caótico, pero los semáforos en rojo se suelen respetar o por lo menos, bajar algo la velocidad. En nuestro caso daba igual el color del semáforo, la carretera era nuestra.

La guía nos fue explicando detalles del viaje y de la ciudad. Nos comenta que Nairobi es una ciudad peligrosa de noche para un blanco, como casi todas las grandes ciudades africanas. Dice que si queremos dar una vuelta, justo al lado del hotel hay un bar donde ponen cenas y algo de beber y que aparte, tiene mucho ambiente nocturno. Me mola la idea.

En un tiempo récord llegamos al hotel 680 donde tras un caótico check in, subimos a las habitaciones. El hotel es antiguo y no especialmente bonito, pero tras el viaje todo nos vale. Me llama la atención que en cada piso del hotel hay un portero sentado en una mesa, con uniforme y con un papel en el que apunta a qué habitación vas. El de nuestro piso era una señora gordita literalmente dormida con los ojos abiertos. Tras "despertarla" con el mayor cuidado posible, nos ficha en su hoja y vuelve a su posición original. Tres chicos y cinco chicas decidimos bajar al Simmers. Nada más bajar a la calle nos siguen unas cuantas madres con niños pidiendo dinero, está claro que el hotel es frecuentado por occidentales.

El gorila de la puerta es un tío enorme que nos mira un poco raro y luego se aparta para que pasemos. El Simmers tiene un terraza al aire libre donde nos hacemos sitio en dos mesas, compartiendo espacio con gente bastante peonza. Yo pedí pollo a la parrilla con patatas y la primera de muchas Tusker, la rica cerveza local servida en botellas de medio litro. El pollo estaba bueno aunque las patatas no estoy muy seguro de que lo fueran. Una de la compañeras me dio a probar el cebú, la ternera local, que aunque de sabor era muy parecido, la carne era correosa y dura, un poco como si te estuvieras comiendo a Ben Johnson.

El ambiente del local era divertido y la gente, aunque estuviese claramente borracha, no se metía con nadie y lo pasaban bien. Las chicas keniatas del bar eran muy guapas e iban muy arregladas. Tras pagar unos 5 $ por la cena, nos vamos a la cama a dormir unas cuatro horas ya que hemos quedado pronto por la mañana para salir hacia nuestro primer destino.

Antes de acostarme me acuerdo de que es la primera vez que estoy en el hemisferio sur, así que voy al lavabo y compruebo que el agua gira "al revés". Es verdad.

Me voy a la cama y tardo unos dos segundos en dormirme.


3.
Tras dormir lo que a mi me parecieron 10 minutos, nos levantamos, guardamos nuestras escasas pertenencias en la mochila y bajamos al hall donde ya están algunos de nuestros madrugadores compañeros. A los que no bajaron al Simmers les contamos la experiencia y casi todos se arrepintieron de no haberlo hecho. Puntualmente llega el camión y salimos de la ciudad rumbo a la naturaleza. El día está nublado. Nairobi es grande y tardamos un rato en salir. Aunque por la mañana hay más tráfico, la mayoría de la gente va andando por los lados de la carretera, que no están asfaltados. Muchos andan muchos kilómetros para llegar a su trabajo o al sitio al que vayan, ya que solo una pequeña parte de la población urbana puede tener coche. En el caso de la población rural, el porcentaje es aun menor.

El camión va cerrado, excepto la parte de atrás, la de los fumadores. Hace frío y todos llevamos cerrados los polares y las manos en los bolsos. Yo no lo puedo evitar y voy mirando y haciendo alguna foto, que aunque no quedan muy bien al ir en movimiento, luego me recordará el primer tramo del viaje.
Según nos vamos alejando de la ciudad, el frío se hace algo más intenso. La guía nos confirma que estamos subiendo y que desayunaremos en las llamadas "Highlands" de Kenia, a 2500 metros sobre el nivel del mar.

Tras un rato más de viaje subiendo, paramos a un lado de la carretera, en un sitio donde hay varias tiendas de souvenirs pintadas de muchos colores. Es la primera vez que vemos montar la mesa y toda la parafernalia que hacen para cada desayuno, comida y cena nuestros chicos. Nos hacemos fotos con un bonito paisaje que empezaba a despejar y con los servicios, unas casetas de colores, curiosas por fuera y pestilentes por dentro. No fue el peor servicio en el que estuvimos, pero al ser el primero, nos hizo gracia. Algún compañero ya compró algún souvenir. A mí me gusta dejarlo para el final, especialmente cuando la guía nos había dicho que los mejores sitios para comprar serían el Masai Mara y sobre todo, Zanzíbar.
Tras darle duro a la Nutella, seguimos camino hacia el Rift Valley y el lago Baringo. Sale el sol, nos quedamos en camiseta y abrimos los laterales del camión. Yo, como algún compañero, preparo la cámara para hacer alguna foto, pero la guía nos dice que tengamos cuidado, porque la gente se puede molestar. Cuando le preguntamos por qué, nos pide que nos pongamos en su lugar, que a ellos no les gusta que les tiren fotos como si fueran animales. En cualquier caso, dice que tengamos cuidado y que si es posible y queremos hacer una foto de alguien, que les pidamos permiso aunque sea por gestos, que la mayoría de la gente nos dirá que sí, porque la mayoría son amables, pero que si nos dicen que no, no insistamos. La verdad es que nunca lo había pensado de esta manera y lo cierto es que lo entiendo. Durante todo el viaje intenté no molestar a nadie, pedí permiso a muchos, algunos pedían dinero y solo algunos me dijeron que no. Y las pocas fotos que "robé" fueron sin que nadie se molestase.

La mayoría de la gente tanto en Kenia como en Tanzania son amables y sonrientes, especialmente los niños, que gritan y te saludan con la mano al paso del camión. Todos los días que pasamos en el camión nos lo pasamos saludando a niños, con más entusiasmo el primer día, pero ningún niño se quedó sin que algún mzungu le saludara desde el camión. Mzungu es la traducción de "extranjero-blanco-guiri" aunque por lo que nos dijeron, no tiene connotaciones negativas, sino que simplemente nos llaman así cuando hablan entre ellos, por ejemplo: "Pero tu has visto las pintas que tiene el mzungu este?", etc.


Tras cruzar la línea del ecuador y volver a entrar en el conocido hemisferio norte, empezamos a ver cráteres de volcanes inactivos cortes en la tierra que en su conjunto forman el Rift Valley. Este paraíso para los geólogos es una "raja" que se esta abriendo y que, dentro de miles de años hará que lo que hoy conocemos como África se parta en dos. Lo que llegamos a ver es un cortado de piedra color rojizo muy largo, cercano a nuestro primer sitio de acampada, el Robert's Camp Site.

En el cartel ya se deja claro que este "camping" no es como los europeos, para los que no hablaban inglés, tradujimos literalmente que "Los visitantes acampan aquí por su propio riesgo". Una traducción no literal podría ser "Tú verás lo que haces, si te comen los bichos, no será que no estás avisado".

El lago Baringo se distingue por ser uno de los lugares del mundo con mayor diversidad ornitológica del mundo. Félix Rodriguez de la Fuente fue un visitante habitual de este lugar cuando se trataba de estudiar pájaros. La guía nos explicó que aparte de pájaros, en el lago también abundaban los cocodrilos, lagartos e hipopótamos.

Cuando bajamos del camión, nuestros chicos se dispusieron a montar el campamento por primera vez (para nosotros). Las tiendas de campaña eran de tipo iglú, verde militar y nos pidieron que eligiéramos una y que esa sería la nuestra el resto del viaje. Nosotros nos quedamos con la 2, una tienda que nos acompañó hasta en los momentos más difíciles que vinieron después. Mientras montaban el campamento y la mesa para comer, nos fuimos al bar del camping a tomar una cerveza, fanta o zumo, que ya se necesitaban por el calor y la humedad que había. La decoración del bar tenía un agradable aspecto de los 70-80, con algunos mapas de la zona y cuadros de animales. Cuando me terminé mi Tusker, que se había calentado rápidamente, me fui con mi cámara a hacer fotos por los alrededores. Acostumbrado a los insectos españoles, todos los que saltaban alrededor parecían haber tomado esteroides por su gran tamaño. Aparte de eso, tanto los insectos como los pájaros tenían muchos colores muy vivos y parecían no tener mucho miedo de ti, por lo que te podías acercar bastante. A cada paso por el verde saltaba algo o veías algo nuevo, parecía una explosión de vida natural. Luego te acostumbras a que la naturaleza en África es generosa y dejas de apreciarlo tanto, hasta que vuelves a casa y te das cuenta de dónde has estado. 

Un poco más alejado del bar y un rato después, vimos un cocodrilo de casi tres metros que estaba tranquilamente tomando el sol, pero que si no te fijas bien, casi le puedes pisar, porque estaba mimetizado con las plantas del suelo. El primero de muchos avisos de que había que andar con mil ojos tanto para ver cosas bonitas, como para ver las peligrosas.

Tras el vermut, nos llaman a comer y disfrutamos de nuestra primera comida campestre consistente en ensalada y pasta, nada fuera de lo común. Bebemos un vino sudafricano que viene en una cómoda caja de 5 litros. El vino es bastante malo, pero me resulta curioso. El agua y el vino, que no llegó a acabarse, entraban dentro de los "víveres" del viaje. Las cervezas y diferentes refrescos, los compramos con un bote común que se volvía a poner cuando se acababan y que se guardaban dentro de la nevera del camión.

Después de la comida, nos preparamos para la visita a un poblado Pokot. La guía nos explica que como todo, estos poblados se han convertido en pequeñas atracciones y que ya no quedan muchos poblados auténticos. En el caso del que vamos a visitar, por lo menos siguen viviendo en el poblado y siguen las costumbres que seguían antaño y que nos explicará el guía local. En cualquier caso, los poblados de los amables Pokot no están tan masificados como los de los Masai y están mucho más cerca de lo que son estos poblados en realidad. También nos dice que si alguno no quiere ir, se puede quedar en el campamento sin ningún problema.

Finalmente todos nos subimos al camión en compañía de Julius, el guía local y salimos hacia el poblado Pokot, al que llegamos tras media hora de viaje por caminos cada vez más estrechos. Nos damos cuenta de que estamos llegando porque de repente, empiezan a aparecer niños gritando y saludando con las manos. El poblado se compone de unas 20 casas de planta redonda con techos de paja y situadas de manera anárquica. También hay varios cercados para el ganado y varios huertos. Nada más bajar del camión nos reciben los niños, sonriendo y jugando con nosotros. Uno de los más mayores, por gestos y con alguna palabra en inglés, me pregunta si la gorra es mía.
- Si.
- Me la das?
- Pues no.
- Vale. Las gafas de sol son tuyas?
Con una sonrisa le digo que no cada vez que pregunta por alguna de las piezas de mi vestuario, botas incluidas. La guía nos había explicado que los niños se habían hecho pedigüeños debido a que los turistas les regalaban cosas, pero que esto era malo, porque se tenían que acostumbrar a ganarse las cosas y no sólo a poner la mano.

Tras un rato con los niños, aparecen las mujeres con sus collares y vestimentas típicas. Solo unas pocas de las mujeres son mayores, la mayoría de las que vienen con nosotros son casi niñas. 

Nuestro guía, Julius, nos explica que él vivía en este poblado de niño, pero que se escapó porque quería ir a la escuela. Fue acogido por una familia y gracias a eso, ahora vive como guía. Julius sólo habla inglés por lo que yo me encargo de traducir al resto de compañeros las explicaciones sobre el poblado y sus costumbres. Entre otras cosas nos explica que los niños no van al colegio sino que aprenden de los mayores. El más anciano del poblado es el que ejerce de chamán y el que trata a los enfermos. Uno de los niños más pequeños tiene malaria y nos explica que el tratamiento es a base de pequeños cortes para que se vaya la sangre "mala" y algunas infusiones de hierbas de la zona. También nos explica la diferencia de atuendo entre las mujeres solteras y las casadas, así como que se sigue practicando la ablación del clítoris a las niñas antes de la boda.

Después de alguna explicación más sobre costumbres de los Pokot, incluidos diferentes vinos locales, nos lleva a dar una vuelta por el poblado. Vemos como tienen a las cabritillas guardadas para que no mamen de las cabras y poder ellos quedarse con la leche. Entramos y nos hacemos fotos en alguna de las casas, todos los Pokot son muy amables y sonrientes. Terminamos la visita con unas danzas locales, incluida una danza de la lluvia. Sacan a bailar y saltar a alguno de nosotros. Yo, afortunadamente, me libré.

Hacemos las últimas fotos y nos despedimos de los Pokot, no sin antes de que el chaval al que le gustaba mi ropa me vuelva a insistir en que por lo menos le diera algo, aunque fuera una pulsera. Cuando le digo que no, pero que choque esos cinco, me mira raro y se da la vuelta sin chocar nada, supongo que con parte de razón.

Volvemos al campamento revisando las fotos y comentando lo que habíamos visto. Antes de ir, tenía mis dudas sobre la visita, ya que no me suelen gustar las "turistadas". En este caso, aunque las Pokot se vistieron así para nosotros y los bailes, pudimos ver cómo vivían y aprendimos cosas de sus costumbres y su cultura, aparte de conocerlos a ellos. Siempre hay que intentar sacar lo bueno de toda experiencia y en este caso, lo hubo.

Llegamos al Robert's Camp Site donde ya esta anocheciendo y nos disponemos a ducharnos. Dentro de las duchas había casi más fauna que fuera, pero la ducha sienta bien después del calor de todo el día. Los baños también poseen una rica fauna, especialmente de unas hormigas grandes y que se movían muy rápido. Como ya he explicado, África es una explosión de naturaleza, en cualquier sitio.

Cenamos junto al lago Baringo ya a oscuras, a la luz de las lámparas u de nuestros frontales. El menú de ésta y del resto de las cenas consiste en una sopa caliente y espesa que está buena y sienta bien para el frío. Durante la cena, la guía nos explica que por la noche salen del agua tanto los cocodrilos como los hipopótamos y que si tenemos que salir de la tienda por la noche, lo hagamos con la linterna y con mil ojos porque, especialmente los hipopótamos son animales muy peligrosos, siendo el animal que más personas mata al año en toda África. Todos nos quedamos un poco tensos, especialmente los que cenaban de espaldas al lago. Tras la promesa por parte de los que estábamos al otro lado de la mesa de avisar si algún gran mamífero salía del agua, alguien preguntó que por qué no atacaban las tiendas, a lo que la guía respondió que sencillamente no lo hacen.
- Y cuando estemos en un sitio que haya leones, pueden atacar la tienda?
- Podrían, pero no lo hacen.
- Y como lo sabemos?
- Pues porque nunca lo han hecho.
Como respuesta, en el momento no pareció lo suficientemente segura, pero como no había otra, la aceptamos y punto. Después de esa primera noche en el medio de África, te das cuenta de que miedos aparte, no eres más que un intruso en la naturaleza y que todo sigue su curso natural independientemente de si estás tú metido en una tienda o no. Así que la única opción que queda es el confiar que todo siga siendo así, relajarte y dormir.

Tras recoger la cena, todos nos pusimos alrededor del fuego de forma que ninguno diera la espalda al lago. Escuchamos varios chapuzones por parte de algún hipopótamo en algún punto del lago y gracias a las linternas, iluminamos los puntos brillantes que eran los ojos de los cocodrilos que se iban acercando a la orilla. Tras un rato divertido ocupados en la vigilancia del lago y con la casi-certeza de que un hipopótamo había salido del agua en el otro lado del camping, decidimos irnos a la tienda a intentar dormir algo.

Dentro de la tienda, dos camas turcas, una a cada lado nos esperaban con los sacos extendidos. Los sacos que cogimos aguantaban temperaturas de hasta 1ºc. Aunque no llegamos a tanto, se agradeció meterse en el saco. A pesar de mi intención de escuchar algún animal que paseara por la noche cerca de la tienda, dormí como un tronco hasta la mañana siguiente.


4.
Temprano, como todas las mañanas pasó la guía a despertarnos por las tiendas. Como siempre, yo sería de los últimos en salir.

Desayunamos junto al lago comentando todo lo que el resto de compañeros había escuchado durante la noche. Cuando imitaban el ruido, la guía les decía lo que podía haber sido. Por lo visto y oído, un hipopótamo había rondado el campamento en busca de restos de comida.

Después del desayuno, salimos del camping y vamos andando hacia un embarcadero cercano. Por el camino vemos unos troncos anchos puestos en horizontal en las copas de los árboles. Estos troncos huecos sirven como panales y de ellos se saca la que es una de las mejores y más conocidas mieles de África, la miel del Baringo.

Llegamos al embarcadero donde nos dan unos chalecos salvavidas y nos repartimos en tres barcas, la nuestra comandada por un jovenzuelo que se hace llamar "Captain" James. Vemos muchos tipos de pájaros y tenemos la suerte de la guía y el compañero que más sabe de pájaros vienen en nuestra barca, que nos explican innumerables especies de las que recuerdo sólo unas pocas, como la garza Goliat, el águila pescadora o el pájaro Jesucristo, que debe su nombre a que "anda" sobre las aguas. Sentí no saber más sobre pájaros, supongo que entonces habría disfrutado más el paseo. Aparte de pájaros, vemos cocodrilos de diferentes tamaños y sobre todo, vemos hipopótamos incluyendo una espectacular pelea y uno al que nos acercamos demasiado y tenemos que salir pitando mientras nos sigue mosqueado por debajo del agua. También vemos nuestra primera salida del sol africana, que resulta espectacular desde el agua.

Después de un rato, se nos acerca un pescador en una barca pequeña hecha con palos, impulsándose con dos cachos de plástico. James nos dice que es un pescador Masai y se ríe. Después supimos porque se reía. El Masai nos enseña orgulloso alguna de sus capturas y James negocia con él y le compra cuatro peces pequeños. Tras la compra, James nos pide que pongamos la cámara de fotos en modo ráfaga y que cuando él nos avise, empecemos a disparar donde haya tirado el pez. Después mira hacia un águila pescadora que está en la copa de un árbol y con un pez en la mano, silba muy fuerte. El águila mira hacia James y éste le enseña el pez y después lo tira al lago. Cinco segundos después grita "Ahora!", con lo que los fotógrafos empezamos a disparar. Clic-clic-clic-clic-clic-clic. Agua. Nada más que una ráfaga blanca y marrón en el medio de la foto. Dos peces después, conseguí una foto en la que se veía algo que parecía un águila, aunque la velocidad era tal, que con mi cámara y mi pericia, el último pez decidí disfrutar del vuelo en vez de intentar lo imposible.

Un rato después, volvimos a tierra firme y tras dar la propina y despedirnos de James, volvimos al camping. Mientras íbamos andando, un chaval de unos 12 años me preguntó que de donde éramos en su particular versión del inglés.
(Traducido del inglés en el original)
- España
- Oh.
- Conoces España?
- Eh... No.
- Te gusta el fútbol?
- Me encanta el fútbol.
- Campeón del mundo. Iniesta.
- ESPAÑA! Iniesta, Torres, Fabregas...
Así seguimos hablando un rato de fútbol, lo que es el tema de conversación universal. Tras chocar los cinco con el chaval y asegurar a la guía que no le había pasado dinero, llegamos al camping donde ya habían recogido el campamento. Nos disponíamos a salir a nuestro siguiente destino: El P.N. Lago Nakuru.

De camino, en una de las paradas, se acercaron al camión varias mujeres con lo que al principio me parecieron botellas de cerveza, pero que luego resultó ser la famosa miel del Baringo. La guía compró alguna botella para los desayunos y aunque a mí personalmente no me gusta mucho la miel, tengo que reconocer que estaba buena.

De vuelta en nuestro querido hemisferio sur, paramos en la ciudad de Nakuru a comprar provisiones y bebidas. El supermercado era muy parecido a los occidentales, excepto por algunos detalles como los señores que metían los productos en bolsas detrás de la caja o que vendían ordenadores antiguos de segunda mano en cajas donde aparte de sus características técnicas, ponían el precio, barato aunque no tanto como debería para ordenadores de casi 10 años. Yo aproveché para entrar en una tienda de ropa y comprarme unos pantalones cortos. Como las mochilas todavía no habían aparecido, el único pantalón que tenía era el de montaña, negro y grueso. Con el calor que hacía durante el día, todo lo que estaba dentro del pantalón llegó a cocer en algún momento. Por unos 5 dólares me hice con unos pantalones frescos y llenos de bolsillos. Por lo demás, lo poco que pudimos ver de la ciudad de Nakuru es que era bulliciosa y que no había ningún problema por dar una vuelta, aparte de los omnipresentes vendedores de baratijas varias.

Tras las compras, llegamos al aparcamiento del P.N. Lago Nakuru. Yo ya tenía ganas de ver nuestros primeros mamíferos terrestres y mientras esperábamos a que la guía hiciera las gestiones pertinentes, pudimos hacer algunas fotos a unos monos de cara negra, que andaban entre la gente y los coches a ver lo que podían pillar. Tenían la sorprendente habilidad de darse la vuelta justo en el momento en el que ibas a hacer la foto, de forma que tras diferentes tomas de culos moniles, logré hacer algún buen primer plano de la cara. Emocionados, entramos con el camión en el parque y nos dirigimos a donde íbamos a comer.

"Estamos en la casa de los animales"; con esta frase la guía introdujo el tema de que teníamos que ser totalmente respetuosos con el entorno, e intentar ser escrupulosos en el sentido de dejar todo exactamente como estaba, intentar no romper el orden natural de las cosas. Todos los compañeros lo sabíamos, pero nunca está de más un recordatorio. Yo, poco atento como estaba, prestaba más atención a ver algún animal, pero no me dio tiempo más que a ver alguna gacela de lejos antes de llegar al descampado donde comeríamos. Antes de bajar fuimos avisados de que el sitio era frecuentado por animales del parque, especialmente babuinos y que en cualquier caso, cualquier animal podría pasar por ahí, incluidos lo leones, ya que están en su casa. Así que avisados estábamos. También nos insistieron en que no saliéramos del descampado bajo ningún concepto. Yo, por si acaso, decidí ceñirme escrupulosamente a las indicaciones.
Mientras hacían la comida, fueron apareciendo babuinos de diferentes tamaños por los alrededores. Ninguno parecía muy atemorizado de nosotros, más bien "pasaban" bastante. Un rato después apareció el macho alfa, el babuino más grande que había visto en mi vida, que echó una ojeada a la situación, nos miró con desprecio y se sentó en una rama. A mí me hizo gracia que se le viera la "cola" y me entretuve haciendo fotos y primeros planos de su rosado "bastón de mando". Mientras tanto, él vigilaba algo en el camión y, en un momento dado, arrancó a una velocidad increíble y sin que nadie pudiera hacer nada, saltó y cogió un paquete de pan de molde ante la impotencia de todos los presentes. Tras el susto, todos nos lo tomamos a risa y disfrutamos de la comida consistente en ensalada y algo de pasta con atún.

Después de la comida, salimos hacia nuestro primer Safari fotográfico con las cámaras en ristre. Todas las baterías sólo se podían cargar en unos enchufes dentro de los cajones del camión y siempre que éste estuviera en marcha. Por razones lógicas, las cámaras tenían preferencia sobre los móviles así que yo tenía mis tres baterías a tope. A lo largo del viaje y al ritmo de disparos que tuve, llegué a quedarme sólo con media, pero nunca me perdí nada. Hay que tener en cuenta que aparte de las fotos que te quedas, se hacen un montón de fotos que luego desechas. Cuando volvimos a España, yo tenía 1500 fotos guardadas en las distintas memorias y habría borrado casi el triple a lo largo del viaje. Algún compañero acabó con casi 3000.

Otra novedad es que, por primera vez abrimos el techo del chill out, la parte del camión donde se podía ir tumbado en los viajes y que sólo se podía abrir en los parques naturales. Aunque había que ir de pie para sacar el cuerpo por el techo, la sensación de ir volando y el ver las cosas desde más arriba merecía la pena.

Al poco tiempo de salir y después de ver gacelas, vimos el primero de nuestros Big 5: El búfalo. Los conocidos cinco grandes son los grandes animales que todo el mundo debería ver en África: Búfalo, Rinoceronte, Elefante, León y mi favorito, el Leopardo. El búfalo es de los cinco, probablemente el que menos curiosidad me despertaba y con razón, es muy parecido a un toro peinado con la raya al medio y eso sí, el doble de su tamaño. Cuando pasábamos a su lado, dejaban de pastar y nos observaban con mirada bovina hasta que nos alejábamos. Uno de cinco.

Casi seguido, vimos el segundo de los Big 5: El rinoceronte. Pastando tranquilamente junto al camino estaba un rinoceronte blanco. Lo que diferencia al rinoceronte blanco del negro no es el color, sino la forma del morro y el carácter: Los blancos tienen el morro plano y son pacíficos, según la guía casi como vacas. También suelen estar en grupos. Los solitarios negros tienen el morro en forma de pico y suelen ser agresivos incluso con sus propios congéneres. Éstos son los más peligrosos y raros de ver. En cualquier caso, hicimos buenas fotos del animal que daba la impresión de prehistórico, casi como una gran piedra que se movía. Dos de cinco.

Seguimos con el Safari y nos encontramos entre otras cosas, con diferentes tipos de gacelas, cebras y los primeros encuentros con uno de nuestros acompañantes a lo largo de todo el viaje: Las acacias, con sus troncos amarillos y sus pinchos en las ramas del tamaño de un palillo de dientes. Estos árboles de estampa familiar fueron sistemáticamente talados por los ingleses en la época colonial, al pensar que transmitían la enfermedad de la fiebre amarilla. No sé si sería debido al color del tronco pero, afortunadamente, alguien preguntó a tiempo eso de: "¿Sabemos lo que estamos haciendo?". Estos arboles estuvieron presentes en todos los safaris que hicimos y fueron una de las atracciones. Los que iban asomados en el chill out eran los encargados de avisar cuando entrarían ramas: "¡Izquierda! Derecha! ¡Por los dos lados!". Los demás se agachaban o directamente, se tenían que tirar al suelo para no ser ensartados por uno de los pinchos. Precisamente junto a una de estas acacias fue donde vimos uno de los mejores momentos del día: El apareamiento de dos jirafas del Nakuru. Estas jirafas se diferencian del resto en que tienen las patas blancas y en general, nos parecieron las más bonitas que vimos a lo largo del viaje. Tuvimos la suerte de que las teníamos a unos 15 metros de donde paramos el camión, por lo que pudimos hacer muy buenas fotos mientras se decidían, algo que les llevó unos 20 minutos, en los que tuvimos que estar en silencio para no "descentrarlas".

Empezaba a anochecer y todavía no habíamos visto al que todos queríamos ver: Al Rey. En un descampado nos cruzamos con dos autocares de colegio, uno de chicos y otro de chicas. No había pensado que los niños de Kenia podían tener la suerte de ir de excursión a estos parques en vez de a una fábrica de azúcar o de pan como yo... Chocamos las manos con ellos cuando pasamos al lado y seguimos por el descampado. Tuve la suerte de ser yo el que vi el primero. Mientras revisaba y borraba fotos, a nuestra izquierda vi un bulto oscuro y justo detrás, tumbado, un macho de león.
- ¡León a la izquierda!
Todos los compañeros a la vez vinieron corriendo a  nuestro lado para ver los cuerpos de dos búfalos y hasta tres leones jóvenes. Lo mejor del día. Lo que era extraño era que los búfalos estaban pudriéndose y como unidos por las cabezas. Tras distintas suposiciones, a cada cual más peregrina, ganaron los que creían que se habían matado peleando, quedándose enganchados por la cornamenta y que después, los leones, jóvenes y hambrientos, no habían dejado de aprovechar la carne, putrefacta, pero carne al fin y al cabo. Había un fuerte olor a podrido en todo el descampado. Estuvimos un rato haciendo fotos a los leones tumbados y satisfechos hasta que se levantaron y se empezaron a alejar con toda la tranquilidad del mundo. La razón de que se levantaran eran dos enormes búfalos que llegaban corriendo y que en un extraño espectáculo, intentaron hacer que sus fallecidos compañeros se levantaran dándoles con los cuernos. Tras un rato corneando los cadáveres parecieron darse por vencidos y se fueron. Tres de cinco. No estaba mal para ser el primer día.

Con ya poca luz, llegamos al sitio donde pasaríamos la noche. Mientras montaban el campamento y preparaban las palomitas de todas las noches, algunos fuimos a ver una cascada que había cerca. Ninguno habíamos oído a la guía decir que no bajáramos cerca del agua porque podía ser peligroso, al ser el sitio donde suelen venir a beber los búfalos, así que sin querer, nos llevamos una pequeña bronca cuando nos vieron los que sí que lo habían oído.

Junto a nuestro campamento había un par de tiendas de campaña con familias de occidentales, paseando por los alrededores con varios niños sin aparente miedo. La guía nos comentó que era un verdadero peligro que lo hicieran, especialmente con los niños, ya que cualquier animal podía estar por los alrededores. No sé si había exceso de celo por nuestra parte o que realmente no había tanto peligro, pero preferimos hacer caso de nuestra guía y nos quedamos cerca de las tiendas.  Varios babuinos se fueron acercando al campamento, pero esta vez ya estábamos preparados. Al ver que no había mucho que rascar, se subieron a los árboles y nos deleitaron con loa gritos de varias peleas a veinte metros del suelo. Cenamos con las bebidas que habíamos comprado por la mañana en Nakuru y tras una charla junto al fuego, nos acostamos sabiendo que, por primera vez, podríamos dormir con leones paseando a nuestro lado. Otra vez, caí dormido en cuanto me metí en el saco y no escuché nada hasta la mañana siguiente.


5.
Pronto por la mañana, como siempre, nos despertamos y esta vez, vimos con sorpresa que alrededor de las tiendas había un montón de pisadas de búfalos e incluso, algún "regalito" detrás de alguna tienda; justo donde solían ir las chicas por las noches. A partir de esa noche, más de una decidió llevarse todas las noches una botella vacía de plástico a la tienda para, por si acaso, no tener que salir si no era estrictamente necesario.

Desayunamos con bastante frío y en lo que los chicos recogían el campamento, nos hicimos más fotos en la cascada que, con la luz del amanecer estaba todavía más espectacular. Salimos nuevamente de safari fotográfico y pronto vimos las habituales cebras y gacelas de diferentes tipos. Desde luego, los carnívoros tienen comida suficiente en este parque.

Lo primero nuevo que vimos este día, aunque lejos, fue uno de los solitarios y escasos rinocerontes negros. Un macho de gran tamaño y con su morro en forma de pico estaba tranquilamente pastando al lado izquierdo del camino. Me dio la impresión de que era algo más musculoso que los blancos que habíamos visto el día anterior. Disfrutamos en silencio del espectáculo, sabiendo que es una especie muy escasa y que muchos viajes se van sin haber visto ninguno. Mientras le hacía fotos, pensaba en que tiene que ser algo extraño el que se extinga una especie. Que un animal como este rinoceronte impresionante, en un momento dado, desaparezca de la tierra. Supongo que ahora habrá reserva genéticas o algo así, pero la sensación al despedirnos de él fue extraña.

Más adelante, llegamos al increíble lago Nakuru. Este lago me dio la impresión de ser un pedacito de paraíso en la tierra, con pájaros y mamíferos viviendo en armonía. Miles de flamencos teñían de rosa las orillas del lago, junto con el blanco de los pelicanos y muchas otras especies de pájaros que volaban, aterrizaban, iban, venían... Junto al lago pastaban gacelas, cebras y sorprendentemente cerca de nosotros, una familia de rinocerontes blancos, incluyendo una pequeña cría de lo más fotogénica. Una de las cosas que nos llamó la atención es que, unas plumas que había por el suelo de colores blanco y rojo pertenecían a los flamencos. Yo había supuesto que serían rosas y tampoco nos podíamos acercar a uno a comprobarlo "en persona", así que guardé una de las plumitas en el diario de viaje para preguntarlo después. Seguimos disfrutando un rato de la naturaleza desatada junto al lago y seguimos safari. En swahili, la palabra "Safari" significa "Viaje".

Evitando las ramas de las acacias subimos a un alto que había junto al lago Nakuru, no sin antes ver que en un sitio aparentemente tranquilo, había un león tumbado, en un sitio casi imposible de ver. Como para bajarse del camión a hacer pis... Por primera vez, me subí con la cámara al chillout y la verdad es que merecía la pena la experiencia de ver los dos lados desde un poco más arriba, aunque tuviéramos que agacharnos cada dos por tres para evitar que una rama se nos clavara en la cabeza. Llegamos a la cima, donde había un pequeño aparcamiento y unos baños, que fueron muy bien acogidos por el grupo. Aparte de eso, la vista desde la cima era absolutamente espectacular. La claridad del aire y del día permitía ver a muchísima distancia, mucha más de la que solemos ver los occidentales, acostumbrados a la contaminación y a la polución. Las nubes se reflejaban con claridad en la superficie del agua que, cerca de las orillas estaba cuajada del rosa de los flamencos. Miles de flamencos iban y venían de un lado a otro del lago, solos o en pequeños grupos, formando una masa viva sobre el agua. Orgullosos lagartos posaban para las fotos desde las rocas cercanas. Y yo me hinché a hacer fotos con resultados muy satisfactorios, al menos para mí.

Después de un rato volvimos a subir al camión y bajamos del alto para seguir la visita por el parque. Vimos muchísimos herbívoros; cebras, ñus, búfalos, impalas y demás compañeros se agrupaban en grupos de cientos e incluso miles en los alrededores de los caminos. Esta abundancia tendría después una explicación por parte de nuestra guía: La gran migración. Millones de herbívoros, especialmente ñus y cebras buscan los mejores pastos y para ello, pasan cíclicamente de Kenia a Tanzania y de Tanzania a Kenia, dependiendo de la época del año. Al ser octubre, la mayor parte del pelotón estaba en Kenia.

Un poco apartada del grupo vimos una cebra herida y con las orejas gachas. Tenía dos zarpazos o mordiscos que dejaban ver parte del músculo. Al parecer, se había librado hacía poco de un ataque, aunque de poco le iba a servir al haber quedado malherida. Aunque nos dio pena, seguimos camino después de hacerla alguna de sus últimas fotos.

Pasando junto a un descampado, vimos uno de los mejores momentos del viaje: un helicóptero de rangers perseguía a bajísima altura a un rinoceronte negro, que corría a toda velocidad. Cuando estaban cerca, el rinoceronte hizo una ese, pero justo en ese momento, le dispararon el dardo, que le dio en la espalda. El helicóptero giró casi igual de rápido, pero al ver que le habían dado, se elevó un poco ya sólo para seguirle hasta que cayera. Espectacular. Los rinocerontes negros son muy escasos y el Lago Nakuru es de los pocos sitios donde hay una cierta cantidad. La guía nos explico que el gobierno de Kenia aprobó una medida para que los parques se ayuden entre ellos y se donen lo que a otros les falta. En este caso, el P.N. Lago Nakuru es donante de rinocerontes negros y de esta forma los sedan para su traslado a otros parques.

Comentando la jugada nos dirigimos a la salida del parque, donde tuvimos tiempo de comprar algún souvenir de la tienda, así como refrescarnos un poco con refrescos y alguna cerveza. Antes de subir al autobús, estuvimos haciendo fotos a alguno de los babuinos que andaban entre los coches. Te das cuenta de lo verdaderamente cerca que estamos de ellos en muchos gestos que hacen, alguno verdaderamente gracioso, como uno que se sentó con cara de aburrido en un bordillo, mirando de lado, como esperando el autobús babuino.

Nos despedimos de nuestro primer Parque Nacional y salimos hacia nuestro siguiente destino, nada más y nada menos que el Masai Mara. Pero éste era un día de trayecto. Paramos a comer en un restaurante donde también se podían comprar souvenirs y sobre todo estatuas de animales. Curiosamente, las mismas que suelen vender los vendedores ambulantes en España. Pizza fría y algo de pasta en una terraza cubierta por mantas masai de vivos colores.

Una buena noticia nos llegó en forma de mochilas en una de las paradas a a repostar, en uno de los pueblos del camino. Jolgorio y algarabía. Por fin nos podríamos cambiar de camisetas y de ropa, aunque siendo objetivos, podríamos haber aguantado con el equipaje de la mochila de mano. De hecho el más experimentado de los compañeros, que había estado en casi cien países, viajaba sólo con una mochila, llevando lo esencial.

Seguimos camino hasta llegar, ya con el sol bajo a donde dormiríamos esa noche: Un camping con algún edificio que me recordaba a las casas de la época colonial. Al llegar estábamos solos en todo el camping aunque después llegó otro grupo de españoles que hacían una ruta similar, pero con otra agencia. Al quedar ya poco tiempo de sol, un grupo se quedó en el camping mientras el resto nos fuimos de Safari andando junto con la guía y un masai. El paseo fue muy agradable, siempre con la extraña sensación de que un león podía aparecer por cualquier sitio, aunque lo único que llegamos a ver fueron herbívoros. Jugamos a reconocer de que animal era cada agujero en el suelo y de cual cada excremento. Uno de los excrementos era blanco, que reconocieron como de un carnívoro, algo que creo que nos mosqueó a todos, aunque como el masai y la guía parecían tranquilos, pues Hakuna Matata. También vimos una zona donde solían beber una familia de elefantes, algo que pudimos hacer gracias a que en ese momento no tenían sed. El tamaño de las pisadas en el barro era descomunal, casi como la "pisada" de un árbol.

También vimos otro de esos detalles que te hacen dar cuenta de las diferencias entre África y Occidente. Mientras andábamos por la inmensa llanura, a lo lejos vimos un bulto que se acercaba que, tras diversas especulaciones, resultó ser una niña de unos 8 años, vestida con uniforme de colegio y que andaba a buen ritmo con una mochila enorme a la espalda. Por lo que nos contaron, esta niña, como muchos otros, tenía que andar grandes distancias para ir y volver al colegio, a menudo ellos solos y desde edades muy tempranas. Cuando preguntamos al masai sobre si se perdían o tenían algún problema con algún animal, éste se rió y dijo que sabían cuidarse por sí mismos. Me pregunto cuantos padres europeos dejarían a sus hijos andar estas distancias solos y sin protección. Pensando en la niña volvimos al camping, nos duchamos haciendo cola en las duchas disponibles y fuimos yendo hacia la terraza de uno de los edificios donde, a falta de luz eléctrica, nos iluminamos con velas mientras compartimos en amor y compañía las pocas bebidas comunes que quedaban, yo una cerveza con mi compañera charra.

Cenamos la proverbial sopa que nos calentó el cuerpo y nos fuimos a la cama. Las chicas contentas porque esa noche podrían ir al servicio algo más tranquilas y yo nervioso pensando en que al día siguiente estaríamos, nada más y nada menos que en el Masai Mara.


6.
El nombre del parque nacional del Masai Mara viene del río Mara que lo cruza y de los propios masai que lo habitan. No es necesaria mucha traducción. Aunque ya habíamos visto algún masai, no les habíamos visto en su zona, en la tierra que lleva su nombre. Aunque tenemos una idea de los masai como una tribu, vistiendo de una manera típica y viviendo en poblados; los masai tanto en Kenia como en Tanzania, están extendidos por todo el país, viviendo, vistiendo y trabajando como cualquiera no-masai. Sólo los que se quedan en los poblados mantienen algo más las tradiciones ancestrales y ya ni mucho menos como antes, cuando tenían que pastorear sus vacas durante todo el día para poder subsistir. El turismo ha hecho que con sólo una visita de un grupo de mzungus a un poblado, se saque más dinero que antes en todo el día, sobrando el resto del día para no hacer nada. Por desgracia, este exceso de tiempo libre y dinero ha hecho que suban como la espuma los niveles de alcoholismo y drogadicción entre los hombres masai. El precio del progreso. A pesar de eso, a lo largo del viaje, nos encontramos con numerosos masai "asimilados" que se mantenían orgullosos de sus raíces. Para el resto de sus compatriotas, los masai son tomados por paletos. Al venir del campo, se les considera algo más lentos que los de ciudad e incluso, los chistes locales (Como en España los de Lepe) son sobre los masai, aunque para nosotros, sus chistes no tienen ningún sentido. En otro momento del viaje pedimos a la guía que nos contara uno de esos chistes, que efectivamente, no entendimos. Fue algo así:

- Se sube un masai a un autobús y paga al chófer. Se sienta en un asiento y cuando el conductor frena, el masai se baja.

Ante nuestra sorpresa, lo volvió a contar a uno de nuestros chicos en swahili y casi se muere de la risa.

Después de ponernos al día de la actualidad masai, nos preparamos con la ropa multicapa, que a lo largo del día pasa de ropa de abrigo a camiseta, a manga larga, a nuevamente ropa de abrigo. Éste era ya un consejo que todos seguíamos fervientemente debido a los enormes cambios de temperatura.

Ya en el camión la guía nos avisó de que, especialmente los que llevábamos cámara tuviéramos cuidado al irnos acercando al parque ya que pronto empezaríamos a ver masai. Éstos no suelen aceptar de buen grado que les hagan fotos, como la mayoría de la gente, pero el problema es que los masai tienen una  fuerza y una puntería endiabladas con las piedras y no sería la primera vez que aciertan. El que avisa...

Pronto empezamos a ver las alargadas figuras de los Masai que, en el caso de los hombres consistía en una pequeña cabeza oscura, el característico manto masai ondeando al viento y por debajo, dos finas piernas del mismo color oscuro que la cabeza. Viéndolos así vestidos en las enormes planicies africanas, te das cuenta de que los mantos masai tienen una razón de ser aparte del cubrirse; el poder ser vistos a mucha distancia. Las mujeres también eran fáciles de ver aunque en su caso, vestían con vestidos de muchos y llamativos colores.

Llegamos todavía temprano a las puertas del P.N. Masai Mara. Allí nos esperaban unas treinta mujeres masai ofreciendo a gritos sus pulseras, collares y mantas masai en bolsas de plástico. Preparándonos para la guerra, bajamos del camión y nos introdujimos en un mar de brazos, estatuas de animales de madera, abalorios y gritos de "Five dollars Sir!". En mi caso y viendo que todas ofrecían exactamente lo mismo, me decanté por una señora muy mayor cuyo pelo corto y blanco me recordó al de mi abuela. Cuando la pregunté por algo, me cogió de la mano y me llevó fuera de la marabunta. Sonriendo, se puso la mano en el pecho y dijo:

- My name is Mary, what is your name?
- Alfred
- Ok Albert

La un poco sorda Mary resultó ser una dura regateadora, pero que finalmente logró vendernos buena parte de los regalos que trajimos a España a un buen precio. Nos hicimos una foto de recuerdo en la que ella y su hija salen riendo a carcajadas, por lo que creo que en realidad, podía haber conseguido un precio bastante mejor.

Emocionado y con la cámara en ristre, subí al camión y entramos en el Masai Mara. Desde el principio, vimos que la densidad de animales era todavía mayor que la que habíamos visto hasta entonces, pero pronto empezamos a ver unas enormes filas y agrupaciones de ñus y cebras, que formaban parte de lo que es La Gran Migración. Es emocionante ver animales salvajes, especialmente si son raros o difíciles de ver, pero la sensación de ver tantos miles de animales juntos, es difícil de explicar. Ya fuera andando en larguísimas filas o simplemente formando grupos de miles y miles de animales, el espectáculo es sobrecogedor. Forman una masa viva, que se mueve y respira, y que en el respetuoso silencio que se formó en el camión, puedes escuchar cada ruido de pezuña sobre el suelo.

Después de que todo el mundo quedara satisfecho de las fotos hechas, seguimos camino hasta llegar a un puente. El puente sobre el río Mara. La sorpresa fue el fuerte olor a podrido que había en la zona, que venia de las decenas de cadáveres de animales en descomposición que había junto al río. Cientos de animales, especialmente ñus, mueren al intentar cruzar el río, atacados y devorados por los cocodrilos. Del resto del cadáver dan buena cuenta los buitres. Otro gran espectáculo, aunque éste para estómagos un poco más duros. Yo personalmente, la gocé como un enano haciendo fotos y acercándome hasta donde nos dejaban los rangers.

Un pis y un rato después, y con hambre a pesar del olor, salimos hacia el lugar donde comeríamos; un lugar privilegiado: Un solitario árbol en el medio de la llanura, hogar habitual de un leopardo, pero que por suerte estaba deshabitado cuando llegamos. En la corteza había múltiples marcas de sus garras. También había, no muy lejos de donde comimos un no muy tranquilizados cadáver de ñu, del que ya casi solo quedaban los huesos. Sin pensar mucho en el leopardo, dimos cuenta de la comida y seguimos camino.

Por la tarde, lo más digno de mención fue aparte de nuestro primer león, en este caso leona verdaderamente cerca del camión (casi debajo), un amago de cruzar el río Mara por parte de un grupo de cientos de ñus. Estando cerca del río y observando el cadáver de un ñu en el agua junto a un enorme cocodrilo que esperaba paciente a comérselo, vimos que en la otra orilla se acercaba un enorme grupo de ñus, parte de la gran migración. Los ñus no se distinguen por su inteligencia ni por su poder de decisión, más bien destacarían por su cantidad. En nuestro caso y tras esperar más de media hora a que se decidiesen a cruzar, no hubo suerte y nos perdimos uno de los grandes espectáculos de la naturaleza africana.

La suerte nos compensó de camino al sitio del campamento de esa noche. Junto al camino vimos a dos leonas tumbadas junto a unos diez cachorros de león que nos miraban curiosos. Un montón de fotos después, seguimos camino al campamento y ya con el día "hecho" el camión aceleró la marcha. Aquí llegó uno de esos momentos especiales que ocurren en cada viaje y que sin ser nada muy especial, son de los primeros que recuerdas. Subidos en el chill out, sacando el cuerpo por el techo solar nos quedamos Silvia, la guía, un compañero de Barcelona con el que nos llevamos especialmente bien y yo. El camino por el que íbamos era una senda rodeada de vegetación donde abundaban gacelas, ñus, cebras, búfalos, elefantes, jirafas y numerosas aves; animales a cuya presencia ya estábamos acostumbrados. Lo especial del momento fue que, al ir en la parte de arriba y a una cierta velocidad, mirando hacia adelante daba la impresión de que volabas sobre un sitio idílico, impresión reforzada cuando alguna de las aves volaba a la vez que el camión, acompañandonos un trecho y luego alejándose. Los cuatro disfrutamos al máximo ese momento y al ir en la parte de arriba, fuimos los primeros en ver los nubarrones a los que nos estábamos acercando peligrosamente.

El sitio donde acampamos estaba junto a unos baños que constituían la única y olorosa construcción de los alrededores, pero que apreciamos igualmente. Una manada de búfalos nos vigilaba desde las cercanías con su mirada vacuna. Para hacerlo todo lo más rápido posible, ayudamos a montar el campamento, algo en lo que ya nos podíamos considerar expertos, mientras el resto de los chicos preparaba la cena. Aun así, apenas dio tiempo a terminar antes de que empezara a llover a mares y nos tuviéramos que refugiar en el camión. Chistes e historietas aparte, la guía nos comentó su preocupación sobre el estado de las carreteras ya que al día siguiente, llegaríamos a la frontera con Tanzania a través de una carretera que cuando llueve, se vuelve impracticable y que con otro grupo, también llovió y llegaron a destino a la noche del día siguiente. Todos echamos cuentas de que, teniendo en cuenta lo que llovía, la cosa prometía estar divertida. Un rato después, cenamos arroz bajo un improvisado sotechado que nos cubría solo en parte y nos fuimos cada pareja a su tienda. Yo me dormí pensando en que todo el mundo que conocía los dos países, comentaba que Tanzania era mucho más auténtico que Kenia y que les gustaba más. Teniendo en cuenta lo mucho que me estaba gustando Kenia, la cosa prometía.


7.
Dejó de llover durante la noche aunque yo no me di cuenta. Durante el desayuno, varios compañeros discutían sobre la hora exacta a la que había parado la lluvia e insistían en que no habían pegado ojo en toda la noche, una vez más. Me llama la atención la capacidad de otras personas de aguantar días sin dormir o bien, de exagerar lo poco que duermen. En cualquier caso, la mañana era fresca y el suelo estaba mojado. Todos nos preparamos para lo que probablemente sería un largo día de viaje.

Cogimos la que en teoría era la segunda carretera en importancia de la zona entre Kenia y Tanzania, pero que resulto ser un barrizal con enormes agujeros y grietas provocados por el tiempo y acrecentados por la tromba de agua de la noche anterior. A pesar de la pericia de nuestro conductor, media hora después nos tuvimos que bajar por primera vez para aligerar en lo posible la carga del camión. El barro era denso y tras unos pasos, formaba una masa en las suelas de los zapatos, aunque la primera vez, logramos salir más o menos rápido y seguir camino. La segunda ya fue peor. Las grietas del camino se fueron haciendo cada vez más grandes, siendo alguna ya capaz de tragarse un mamífero mediano. En un momento dado, la situación obligó a elegir entre meterse en una de las dos zanjas disponibles, siendo muy mala la menos mala. Todos nos bajamos a ver en primera persona, como todos suponíamos, como se quedaba atrancado el camión, perdiendo tracción la ruedas motrices y lanzando gritos de ayuda, como un enorme dinosaurio abatido. Mientras esto ocurría, un grupo de niños se nos había unido, viendo con curiosidad tanto el camión como a los mzungus que había alrededor. A pesar de nuestra ayuda poniendo palos bajo las ruedas, la situación empeoraba con cada acelerón del camión. Más de una hora más tarde en la que ya nos habíamos hecho amigos de los niños y que muchos no hacíamos otra cosa que molestar, la guía decidió mandarnos a la gran mayoría de avanzadilla, pidiéndonos que siguiéramos el camino y que ya nos cogerían cuando saliese el camión. Con un guiño cómplice, la guía me nombró líder espiritual del grupo, supongo que por ser el único que hablaba inglés. Esa repentina responsabilidad me llenó de orgullo. Ser el líder de la manada en África. El macho alfa. Me gustaba. Sólo esperaba no tener que pelear para mantener el título.

Los catorce que salimos agradecimos el andar y la verdad es que fue un paseo de lo más agradable si no llega a ser porque una hora y media y varios kilómetros más tarde, decidimos darnos la vuelta, preocupados por la tardanza del camión. A los laterales del camino pastaban tranquilamente gacelas y cebras y nos pudimos hacer fotos con ellas muy cerca. Todos los niños que normalmente nos saludaban con la mano al paso del camión, salían curiosos y acompañaban durante un rato a tan extraño grupo. Jugaban y se reían e incluso, los más atrevidos intentaban hablar en su tembloroso inglés. Uno de los más mayores tendría unos 9 años y venía acompañado de sus dos hermanitos.

- Como te llamas?
-Alfred. Y tú?
- Ben. De dónde eres?
- España.
- ...
- Fernando Torres, Iniesta.
- España!!! Yo he visto ganar la copa en África. Has estado en Masai Mara?
- Sí, es muy bonito. Tú has estado?
- No, nunca. Pero me gustaría mucho. Has visto ñus?
- Sí claro, he visto muchos.
- Y has hecho fotos con tu cámara?

Me senté en el suelo y les empecé a enseñar algunas de las fotos que había hecho. Los hermanos pequeños, tímidos al principio, no se atrevían a acercarse, aunque al final uno me cogió del hombro y el otro no dejaba ver sus hermanos al meter la cabeza delante de la pantalla. Me sorprendió que el animal que más les llamaba la atención fuera el ñu.

La curiosidad de los niños parece no tener fin. Al fin y al cabo, viviendo cerca de la carretera, no siendo una zona turística, supongo que no muchas veces se encuentran un grupo de blancos andando por el barro. Cuando ya decidimos parar y esperar sentados al camión (Justo un rato antes de darnos la vuelta), otros tres hermanos se sentaron con nosotros, aunque estos eran más pequeños y no hablaban inglés. Para matar el tiempo, saqué mi libreta y empecé a escribir las últimas vivencias. Yo no me di cuenta, pero el resto del grupo me comentó lo gracioso que había sido como se habían ido acercando a mí poco a poco, hasta que como los anteriores, llegaron a pasarme el brazo por los hombros para ver como escribía. Yo disfruté de su cercana y mocosa curiosidad hasta que el grupo, cansado de esperar dio la vuelta. Me despedí de mis tres amiguitos, no sin antes darles un bolígrafo a cada uno, esperando que aprendieran a escribir con mejor letra que la mía.

Atesoro estas vivencias al mismo nivel o más que las visitas a lugares o las comidas exóticas. Compartir un rato de la cotidianeidad de gentes lejanas es la experiencia más auténtica y curiosa que puede haber.

Volvimos sobre nuestros pasos saludando a viejos amigos que, si antes se preguntaban que hacían unos mzungus andando por la carretera, ahora alucinaban viéndonos volver. Algún kilómetro después llegamos al camión que estaba más o menos donde lo dejamos. No es lo mismo decir que en total tardamos cinco horas en sacar el camión del barro, como estar cinco horas pensando, cavando, cogiendo piedras y ramas, volviendo a pensar, volviendo a cavar y soltar tacos tan enormes que hasta los chavales los aprendieron. Espero que se les olvidasen al rato porque con la frustración de no poder salir, fuimos muy creativos en cuanto a las maldiciones.

Cuando finalmente salimos del hoyo en el que nos habíamos metido y tras el jolgorio y la algarabía posterior seguimos camino hacia la frontera, no sin antes tener algún pequeño percance en forma de parada forzosa. Yo hice toda esta parte del viaje con Gody, el más joven de nuestros chavales. Después de este rato fue mi mejor amigo todo el viaje. Le pregunté por un hombre que había visto en una de nuestras paradas, él solo y terriblemente borracho en el medio del bosque.

- Sí, esta gente hace esto. Hacen su propio alcohol, muy fuerte, para emborracharse muy barato.
- Y ¿se vienen al bosque ellos solos?
- No, pero se emborrachan tanto que no saben lo que hacen.
- ¿Por qué lo hacen?
- No lo sé, ¿en España no pasa lo mismo?
- Pues bien pensado, supongo que sí. Pero allí se quedan en los bares. Y no hacen su propio alcohol claro.

Así fuimos hablando mucho rato, ambos satisfaciendo la curiosidad del otro. Cuando cogió suficiente confianza, sus preguntas se fueron haciendo más y más concretas, especialmente sobre la forma de vida en España. Aunque era obvio que ya sabía algo, intenté que su visión del país se acercara más a la realidad en todos los aspectos. Creo que al final quedó satisfecho de mis explicaciones.

Finalmente llegamos a la frontera, una zona vallada en la que estaba prohibido hacer fotos. Nos bajamos del camión con nuestro pasaporte y nos pusimos a la cola. El policía de aduanas parecía estar de buen humor y bromeó sobre mi ciudad de origen:

- Valuadualis.
- Casi.
- ¿Cómo lo pronuncias tú?
- Valladolid.
- Valuadualis.
- Perfecto.

Otro sello en el pasaporte más tarde entramos en Tanzania, que básicamente era igual que Kenia aunque había más gente en la calle y hablaban más alto. O esa fue mi primera impresión. Esta primera impresión, claramente aleatoria al principio, se vio fundada con el paso de los días. Si bien no era una diferencia notable, los tanzanos me dieron la impresión de ser gente más abierta y alegre que los kenianos. En cualquier caso, yo ya estaba pendiente del sitio a donde nos dirigíamos esa misma noche: Una de las fuentes del Nilo y el objetivo de la lucha de Burton y Speke, dos de los más legendarios exploradores de la época dorada de la exploración. Batalla finalmente ganada por Speke, el descubridor del lagoVictoria.

Debido a todos los percances del día, llegamos al sitio de acampada ya de noche. Ayudamos a montar las tiendas y nos duchamos en las enormes duchas del camping. La mía en concreto era una habitación de unos 10 metros cuadrados con espacio más que suficiente para mí, una cucaracha del tamaño de un casco, una araña enorme y el resto de fauna que me acompañó ese rato. Después tomamos nuestra primera Kilimanjaro, la cerveza local en el bar del camping. Después de todo el día de viaje, es difícil sentirse mejor que recién duchado y con una cerveza fría en las manos.

La cena de este día fue algo especial. Nos habían colocado la mesa en la playa junto al lago Victoria. Aunque era de noche, todos disfrutamos de la cena consistente en la siempre bienvenida sopa y de segundo un pescado parecido a un besugo, del mismo lago Victoria cocinado al papillote. Muchos compañeros no se atrevieron, pero tanto yo Silvia como yo dimos cuenta de nuestro pescado, que si bien su olor no era muy bueno, era sabroso y no produjo daño intestinal alguno.

Después de un rato charlando, nos fuimos a la cama, no sin antes ver más luciérnagas que las que yo he visto en mi vida. Junto al lago, entre unas plantas, había más de cien luciérnagas, parpadeando y creando un espectáculo hipnótico. Cansados nos fuimos a las tiendas a pasar, aunque todavía no lo sabíamos, una de las noches más largas de nuestras vidas.


8.
Como ya he explicado, tengo la suerte de poseer un sueño fácil y profundo, lo que me permite descansar en cualquier lugar y haber permanecido dormido en situaciones que a Silvia o a mi familia todavía les cuesta explicarse. Pero todo tiene un límite. La noche junto al lago Victoria estuvimos en la tormenta más grande y violenta en la que hemos estado en nuestras vidas. Me despertó la pared de la tienda que debido al viento se movía como si fuera de papel. Silvia ya estaba despierta y me preguntó:

- ¿Has visto que tormenta? ¿Qué hacemos?
- Nada, tranquila que ahora seguro que escampa.

Los dioses de las tormentas africanas se tomaron mi comentario como una provocación personal y a partir de ese momento, la tormenta fuerte se convirtió en naturaleza desatada juntándose lluvia, viento, rayos y truenos que no dejaban de subir de intensidad, hasta un punto que el agua empezó a filtrar por la tienda y nos dimos la mano, esperando lo que empezaba a estar claro que era el fin del mundo.

Después de un rato esperando, que pudo estar entre los dos minutos y las dos horas, oímos un ruido fuera, alguien estaba colocando la lona que cubría nuestra tienda. Abrí un poco la puerta y allí estaba Gody, calado hasta los huesos y sonriendo con sus 500 blanquísimos dientes.

- ¿Te ayudo?
- No, tranquilo, todo bajo control. Ya pasa la tormenta.
- ¡Te quiero!
- Jajaja.

Todos nuestros chicos estaban colocando los restos de las tiendas, algunas de las cuales habían sido arrancadas enteras del suelo. Después de confirmar que todo el mundo estaba bien, nos volvimos a acostar aunque esta vez me llevó un rato el conciliar el sueño, pensando en lo que acabábamos de pasar.

Desayunamos junto a la playa, sorprendidos de que después de la tormenta todo siguiese en pie, los pescadores saliesen normalmente, hubiese pájaros... El plan del día incluía una excursión en barca por el lago Victoria para la que nos preparamos y puntualmente, la barca llegó a nuestra playa. Dentro había sitio para todos y aunque había vivido tiempos mejores y había agua en el suelo, nos llevó las dos horas de la excursión sin problemas. La guía nos dejó solos con el capitán, que como capitán no dudo de sus habilidades, pero como guía tenia bastante poca idea y unas ganas inexistentes por mejorar en ese aspecto. La excursión fue bastante aburrida porque el capitán hablaba poco inglés y no dijo nada y lo poco que sabíamos era lo que nos habían explicado antes más lo que alguno habíamos leído. Dando gracias otra vez a Javier Reverte, expliqué la historia de los grandes exploradores lo mejor que supe a los que tenía más cerca.

Paramos la barca en la orilla de una de las islas del lago. Los lugareños se acercaron curiosos y vimos cómo utilizaban el agua del lago para todo, bañarse, recogerla en cubos para beber y cocinar e incluso para lavarse los dientes con una especie de palo "deshilachado" en la punta. Estuvimos un rato haciendo fotos del pueblo ya que nos pidieron que no hiciéramos fotos de la gente y tampoco pudimos bajar. Después volvimos viendo cómo había una zona de baño de hombres y otra más alejada para mujeres. Luego nos explicaron que aunque el agua del lago no es potable y tiene muchos organismos, los habitantes del lago están ya acostumbrados y no les pasa nada. Yo supongo que aunque no les pase nada a corto plazo, no creo que la esperanza de vida sea muy alta.

Volvimos al camping donde el campamento ya estaba recogido y en lo que terminaban de preparar el camión, nos tomamos una Kilimanjaro junto al lago Victoria. Yo pensé en la sensación que tuvo que tener Speke, tras todas las penurias y enfermedades que habían pasado en la selva al llegar y ver la inmensidad del lago. Y saber que había ganado a Burton.

Después de un rato salimos hacia nuestra siguiente parada, nada más y nada menos que el P.N. Serengueti. De camino nos ocurrió una anécdota que quedaría en nuestra memoria los días siguientes: Junto a la carretera, a veces nos encontrábamos con sacos de leña puestos de pie. Éstos pertenecían a familias que vivían cerca y que los vendían. En uno de ellos paramos para comprar más leña para nuestras hogueras. Mientras negociaban la compra de varios sacos con el que parecía el padre, dos de los hijos nos miraban con curiosidad y timidez. Nosotros llevábamos a todo volumen el wakawaka de Shakira, la canción del mundial y del continente en ese momento. Mientras algunos bailaban y el resto llevábamos el ritmo con las manos, el mayor de los hermanos de unos seis años, empezó tímidamente a moverse; primero los hombros, luego los brazos. Al ver que le animábamos, se empezó a venir arriba y ante la sorpresa de su hermano de unos 3 años, empezó a bailar en un estilo tan peculiar como contagioso. Todos, incluido su hermanito le empezamos a imitar y él seguía bailando mientras se moría de la risa. Durante todo el viaje, cada vez que había música no hubo otro baile que el del chaval de la leña.

Llegamos a las puertas del parque más tarde de la hora de comer, así que comimos en una de las entradas del parque. Junto a los baños había una especie de lona negra de un metro y medio de alto con una banda azul vertical en el centro. Curioso. Preguntando por ello a la guía, me comenta que ésta ya es zona de moscas tse-tse y que esas lonas, por la razón que sea, las atraen, que se ve que las confunden con culos de búfalos. Ni con toda la imaginación del mundo pude confundir aquello con un culo de ningún animal, pero como tampoco soy una mosca tse-tse, me puse a comer. No vimos muchas moscas tse-tse, que vienen a ser una versión más grande y musculada de la mosca común. Por lo visto, para que te afecte la enfermedad del sueño, te tienen que picar unas cien veces y no vimos suficientes ni para dormirte un brazo.

Una vez comidos entramos en el parque, una vez más con mi cámara en ristre. Teníamos muchas esperanzas puestas en el Serengueti ya que nos habían dicho que era mejor que todos los parques que habíamos visto anteriormente. Vimos muchos animales, pero lo cierto es que la densidad, el número de animales por metro de parque me pareció menor. Por lo visto todo tiene que ver con dónde esté la gran migración, que cuando estuvimos nosotros, en Octubre, estaba en gran parte en Kenia. Aun así vimos una enorme manada de elefantes que me recordaron al Libro de la Selva y que pasaron justo al lado del camión. Con el camión parado y todo el mundo callado es impresionante el oír avanzar la manada, en el silencio sólo interrumpido por los clics de las cámaras de fotos.

A estas alturas ya teníamos la vista acostumbrada a la búsqueda de animales. Así como los primeros días, era la guía quien más solía ver, en este punto ya llegábamos a ver leones a los que sólo les asomaba un poco de la cabeza o hienas totalmente metidas en arbustos. Sobre todo entre los hombres surgió una pequeña competición a ver quien veía la cosa más guay y más difícil. Competición que quedó desierta cuando a todos nos parecía que lo mejor era lo suyo sin ninguna duda.

Cuando ya anochecía, nos llevaron hacia una de las sorpresas más agradables del viaje: El tented camp. Entre otras cosas: Un circulo de sillas alrededor de una hoguera. Un enorme comedor cubierto. Y sobre todo, una habitación de hotel de lujo dentro de una enorme tienda para cada pareja, con una enorme cama, mesilla, ducha de agua caliente, baño... ¿Puede un hombre adulto llorar de emoción al ver una taza de váter? Perfectamente y de hecho así fue. Y si hubiera sabido cantarle una saeta lo habría hecho.

Uno de los momentos del viaje fue sin duda la ducha de agua caliente al aire libre. En la parte de atrás de la tienda, estaba el espacio de ducha, tapado con una lona, pero que permitía asomar la cabeza y ver la llanura del parque. La sensación de estar desnudo al aire libre, en el medio del Serengueti, con el agua caliente, el sol poniéndose y viendo los animales a lo lejos fue increíble y es de los recuerdos que, tiempo después me viene más a menudo a la cabeza.

Después de las duchas, fuimos yendo todos a la hoguera donde nos tomamos una cerveza, charlando junto al fuego. Ya era noche cerrada y con los frontales descubrimos que, no muy lejos de nosotros había una hiena. Pasando la luz por la oscuridad, dos puntos brillantes delataban su presencia. Ya estábamos acostumbrados así que nadie ya se preocupó. Cenamos amenizados por los chistes de un compañero y después fuimos a tomar un gintonic junto a la hoguera. La sorpresa fue que nuestros chicos, junto con el equipo del tented camp nos habían preparado una sorpresa a las dos parejas de recién casados del grupo: Una riquísima tarta de chocolate servida por ellos mismos cantando y bailando la ya muy popular Jambo Bwana. Luego nos pidieron que cantásemos algo típico los cuatro novios, pero a pesar de los esfuerzos míos y de mi compañera Loren, creo que los chavales todavía se acuerdan con horror de nuestra versión de "Mi carro".

Un rato después nos fuimos a la cama. Ya que tenía lámpara, intenté leer algo del libro que llevaba y que aún no había tropezado, pero creo que llegué a leer media página antes de darme por vencido.


9.
Así como tengo buen dormir tengo mal despertar. No el peor, ni algo llamativo, pero malo. Cuando te despiertan antes del amanecer y tú estás en una cama enorme y cómoda, un instinto asesino muy superior a simpatías o afectos te hierve por dentro. Afortunadamente la Nutella del desayuno amansa los caracteres más endemoniados.

Teníamos todo el día por delante para disfrutar del parque. Dos de las parejas habían cogido la opción del Safari en globo, para el que tuvieron que madrugar más incluso que nosotros, para ver el amanecer desde el aire. Nosotros no lo cogimos porque, a pesar de que incluía desayuno de lujo después del vuelo, el precio nos pareció excesivo.

Salimos con las pilas cargadas y muchas ganas de ver algunos de los animales que todavía no habíamos visto. Aunque no era uno de los que yo tenia pensados, vimos una pareja de ciervos enanos (Dicdic?), del tamaño de un gato y que viven en pareja. Yo creo que los carnívoros no les harán ni caso por su tamaño, ya que un león se tendría que comer unos 20 para quedarse satisfecho. Un rato después, por fin vimos a uno de mis favoritos, el guepardo. La elasticidad y la elegancia personificadas. Iba andando a nuestra derecha y cuando se acercó un poco a una manada de gacelas, las midió en carrera, para ver si alguna flaqueaba. Como no, siguió andando tan tranquilo. Una maravilla de animal.

Si el rey es el león, el leopardo es el príncipe. Más valiente que el rey. Junto a unas enormes rocas había una fila de unos 20 jeeps, parados y con gente haciendo fotos. ¿La razón? En lo alto de la roca, tumbado descansaba, por fin, un leopardo. La espera había merecido la pena. El animal más espectacular que haya visto en mi vida. La deuda con el pequeño Alfredito, quedaba zanjada.

Posteriormente recogimos a nuestros compañeros del globo, que dijeron que les había gustado mucho, pero les dimos envidia diciendo que habíamos visto un leopardo. Seguimos safari y vimos como una leona solitaria cazaba una cría de gacela. El día estaba siendo fructífero y lo cierto es que el Serengueti no defraudaba. 

Una sorpresa nos esperaba a la hora de comer. Nos bajamos del camión y un intenso olor a mierda empezó a hacer que no tuviera tanta hambre. Mientras preparaban las mesas, a unos 20 metros te podías asomar a contemplar la razón del olor. En una charca, por llamarlo charca, había unos 50 hipopótamos, nadando en una especie de sopa densa marrón verdosa muy rica en caca. La receta también incluía unos tropezones similares al picadillo, pero que en este caso eran flotantes montones de mierda. A los hipopótamos no parecía importarles y abrían sus enormes bocazas entrando la sopa y el picadillo. El placer para los sentidos se completaba con el oído ya que nuestros amiguitos continuamente se tiraban pedos y en un alarde de técnica, hacían un molinillo con la cola mientras cagaban de forma que la mierda se esparcía en todos los alrededores de sus orondos culos. La naturaleza hay veces que es bella y hay veces en las que busca otras formas de expresarse. En cualquier caso, a mí me daba igual y disfruté haciendo un montón de fotos de estos escatológicos detalles que tanto me gustan.

Tras la comida, seguimos safari sin mucha novedad y ya cansados volvimos al tented camp a disfrutar de la tienda y de una cerveza en el chill out. El día siguiente sería largo, nos esperaban los masais y el Ngorongoro.


10.
Con infinita pena recogimos nuestros bártulos de nuestra súper tienda, sabiendo que esa noche dormiríamos de nuevo en nuestra humilde tienda número 2. Fue especialmente emotiva la despedida del váter, aunque intenté aprovechar para tener los "deberes hechos" y creo que ambos quedamos satisfechos.

Lo más llamativo de la mañana fueron una familia de leones, incluyendo a tres hembras y tres crías en la que probablemente seria su primera salida. Según la guía, pocas veces los había visto tan pequeños y andando.

Ya saliendo del parque paramos en una enorme mole de granito en el medio de la planicie. Esta roca es sagrada para los masais y en la cima, había una piedra con diferentes agujeros que con otras piedras, era utilizada en el pasado para comunicarse ya que el ruido del granito contra granito se podía oír a kilómetros de distancia. Hoy día los masais utilizan el móvil.

Este mismo día y gracias a la capacidad de previsión de Silvia, pudimos tener un detalle con Gody, al que se le había estropeado el móvil.
Fue tal la caladura que cogieron el día de la tormenta que el móvil que llevaba en el bolsillo se mojó y no consiguió resucitarlo, a pesar de desmontarlo entero. Yo sería incapaz de preveerlo, pero Silvia metió un móvil libre de reserva. Por lo que pudiera pasar. Y así pasó. Antes consultamos con la guía sobre el hecho de regalárselo y nos dijo algo muy sencillo, que les diéramos lo que fuera, pero que nosotros pudiéramos utilizar. No como gente que les regala ropa rota o sucia, que lo que ellos aprecian es que les des algo tuyo, no porque no te valga a ti, sino porque les aprecias. Y que le iba a flipar. Sabiendo de nuestra amistad, Silvia me dejó el honor de dárselo yo aunque le expliqué claramente que no era mérito mío. Es imposible estar más agradecido que él en ese momento y a día de hoy, nos sigue mandando un mensaje de feliz año nuevo. Para dada (hermana) Silvia y kaka (hermano) Fredi.

Paramos a comer en la salida del parque, marcada por una formación rocosa en lo alto de la cual podías ver la enorme planicie que es el Serengueti. No estoy seguro si en swahili la palabra Serengueti significa algo así como llanura sin fin, pero si me lo he inventado, en cualquier caso tendría sentido. Las vistas desde lo alto son espectaculares y ves la inmensidad del sitio donde has estado. La comida fue algo de proverbial arroz aparte de sobras, más o menor recicladas. Nuestro cocinero no tiraba nada, algo que veo lógico estando en África o en cualquier otro sitio. También, aunque repetitivo, el arroz hizo su trabajo durante todo el viaje, sosteniendo tripas de todos dentro de lo posible. Yo tuve la suerte, junto a otra compañera de ser los únicos que no tuvieron algún momento de diarrea explosiva a lo largo del viaje. Precisamente en este viaje, según donde te pillara, podía ser arriesgado salir corriendo.

Seguimos con un viaje de varias horas que nos llevaría hasta el poblado masai. La carretera se fue haciendo cuesta arriba y empezó a refrescar según nos íbamos acercando a los 2500 metros de altitud donde dormiríamos. Salimos de la carretera principal y llegamos a las puertas del poblado masai. En este caso, la guía nos explicó que se podían hacer fotos a destajo ya que iban incluidas en el precio acordado previamente con los masai. Éstos ya nos estaban esperando perfectamente alineados ante la puerta del poblado. Separados por sexos, hombres a la izquierda y mujeres y niños a nuestra derecha. Los colores de sus mantos resaltaban sobre sus oscuras pieles, permitiendo fotos espectaculares. Liderados por el más bajo de ellos, los hombres y mujeres comenzaron a bailar y cantar; los hombres con una voz profunda y gutural siendo respondidos por las mujeres. El espectáculo habría sido más hipnótico si no se hubieran reído y hecho bromas entre ellos, pero en cualquier caso, yo disfruté del baile de bienvenida e hice unas 100 fotos sólo en este rato. Después del baile nos invitaron a entrar al poblado, que básicamente era un cercado circular repleto de sus populares casas circulares con techo de paja con unos tenderetes repletos de souvenirs masais. Antes de pasar a ver los tenderetes, nos deleitaron con otros bailes, que en este caso sí incluían los espectaculares saltos verticales, que en algunos casos, llegaban a poner casi las rodillas a la altura de las cabezas de sus compañeros.

Una vez finiquitados los bailes, nos pusieron por parejas (Cada uno con la suya) y se nos repartieron, cogiéndonos de la mano y llevándonos a sus respectivas casas. Nuestro anfitrión se llamaba John y nos explicó que su mujer había hecho esa casa con estiércol antes de invitarnos a entrar. Una vez dentro nos explicó como se podía cocinar sin que se concentrase humo y otras curiosidades de su vida diaria. Me pareció que lo contaba todo como quien recita una lección aprendida de memoria. Le pregunté un par de cosas por curiosidad, pero viendo que no sólo no entendía muy bien, sino que no era muy capaz de explicarse bien y empezaba a sudar a pesar del fresco, decidí dejar de insistir. Posaron orgullosos junto a nosotros en su casa y John nos invitó a ver los souvenirs que decía que había hecho su mujer. Cuando llegamos al círculo que formaban los tenderetes de souvenirs, todos mis compañeros estaban ya en plena guerra de precios con sus respectivos anfitriones. Yo no tenia mucho interés en comprar nada, pero finalmente compramos distintos recuerdos. Por lo que me pareció por los sudores de John conseguí bastante buen precio, algo confirmado después comparando precios con nuestros compañeros de viaje y regateos. La que peor parada salió fue una compañera que viajaba sola y que directamente había pagado 5 veces más que cualquiera del resto, con lo que antes de irnos, la guía le devolvió al avispado vendedor lo comprado y recuperó el dinero. Muestra de que la avaricia a veces, solo a veces, rompe el saco.

Personalmente me da muchísima pereza el regatear para comprar y a menudo, sobre todo cuando ya llevas unos días en destino, prefiero no llevarme algo a tener que estar bajando el precio poco a poco hasta llegar a un acuerdo. Siempre me da la impresión de haber comprado más caro de lo que se podía, al igual que al vendedor siempre le quedará la duda de si podría haber sacado más. La insatisfacción común. He pagado 8 por cosas que habría sacado por 1 y he hecho casi llorar a un vendedor chino por, lo que al cambio eran 10 céntimos. Viajando aprendes trucos, pero siempre tengo la impresión de que me la han colado y al mismo tiempo, me da penilla haberles apretado tanto.

Ya subidos en el autobús vimos como los masai se ponían a jugar al fútbol, aun vestidos con sus mantos, dando lugar a una curiosa escena. Los masai futbolistas. Joan, un compañero que jugaba al fútbol les hizo una pequeña demostración de técnica y casi se desmayan. Nos costó que le dejaran subir al autobús, en un momento se había convertido en el héroe del poblado.

Seguimos camino mientras la carretera seguía empinándose. Altas montañas con nubes en las cimas flanqueaban otros poblados masai y yo disfrutaba del viaje que cada vez nos llevaba más alto y más cerca de nuestro destino esa noche: El Ngorongoro, el cráter de un volcán inactivo en cuyo centro y gracias a sus condiciones especiales, el equilibrio de la naturaleza permite que no tenga que haber migraciones, ya que siempre hay agua y alimento para los herbívoros que a su vez alimentan a los carnívoros, creando una especie de paraíso terrenal que el hombre todavía no se ha podido cargar. Y por muchos años ya que la zona se denomina "Zona de conservación" y está protegida por la unesco.

Yo me puse especialmente pesado preguntando si cada una de las montañas que veíamos era el Ngorongoro. Afortunadamente nuestra guía era una bendita y me siguió contestando cada una de las 30 veces que pregunté.

- ¿Esa?
- No.
- ¿Esa?
- No.
- ¿Y esa?
- Noooo.
- ¿Seguro?
- Síiiii.

Los que me conocen saben que me encanta ponerme así de pesado (En broma). Para mi desgracia, tras una hora de viaje, cogimos una salida a la izquierda de la carretera y aparcamos. La guía me miró sonriente y apuntando frente al camión me dijo:

- ¡Ahí tienes tu Ngorongoro!

Bajamos y las vistas del interior del cráter al atardecer eran espectaculares. Un lago en el centro de una enorme caldera reflejaba las nubes. El resto del cráter era vegetación y yo no podía dar crédito de que por fin estuviese allí, uno de los sitios que más ganas tenía de ver. En cualquier caso, la visita tendría que esperar al día siguiente. Varias fotos después seguimos camino. Ya estábamos cerca de nuestro lugar de acampada que como muchos sitios en África, nos tenía reservada una sorpresa.

Un descampado con varios edificios bajos destinados a baños y otras diferentes necesidades de la Zona de conservación nos esperaba. Montamos el campamento cerca de otras tiendas mientras la guía nos explicaba que donde estábamos ya pertenecía a la reserva, por lo que aparte de intentar no hacer mucho ruido o ensuciar la zona, cabía la posibilidad de que algún animal nos hiciese una visita incluso de día. En el caso de que por ejemplo un elefante se acercase, como siempre, mantener la calma, no ir hacia él y si se acercaba mucho, subir al camión ordenadamente. Como viajeros y aventureros ya avezados que éramos, no prestamos mucha atención, no dando mucho crédito a esa posibilidad.

Un rato no muy largo después, siendo aun de día y mientras las chicas remataban el campamento y los chicos jugábamos un poco al fútbol, oímos un revuelo en la zona de los edificios y para nuestra sorpresa, vimos un enorme elefante macho bebiendo el agua del depósito de uno de los edificios. Lejos de acordarnos de las indicaciones, los chicos salimos corriendo a por las cámaras y, desoyendo los gritos del resto, fuimos corriendo hasta cerca del elefante y nos hicimos varias fotos con el elefante cerca, corriendo cuando se acercaba y volviendo a acercarnos después. El golpe de adrenalina hizo que nos importase menos la bronca posterior tanto por parte de las respectivas de cada uno, como de la guía que en sus propias palabras, " Si llega a arrancar el elefante a correr, mata a alguno". Pero, ¿qué es la vida sin estas pequeñas emociones pasajeras?

La temperatura empezó a bajar drásticamente cuando se metió el sol y todos nos tuvimos que poner todo lo que teníamos de ropa de abrigo, incluyendo forros térmicos, pantalones térmicos, botas, etc. Éste frío fue lo único que noté al estar a una cierta altura (2500 m snm). Tenía cierta curiosidad de si notaría alguno de los síntomas que se habla que se pueden tener, pero al no ser la altura suficiente, ninguno de los compañeros notamos nada. Intentamos quedarnos un rato junto a la hoguera, pero el frío era demasiado intenso para disfrutarlo, así que escuchamos la llamada de los sacos de dormir que nos esperaban, dispuestos a demostrar que realmente valían para los 0 grados que rezaba su etiqueta.


11.
Como siempre, madrugamos y desayunamos. Ésta vez se agradeció más que nunca la leche caliente.

Debido al tipo de caminos que bajan al cráter del Ngorongoro, tuvimos que dejar nuestro querido camión con su chill out y repartirnos en tres jeeps, el nuestro para 6 personas y el conductor. Cuando llegamos a la entrada del cráter el sol se filtraba por las nubes formando pequeños rayos que iluminaban el lago, que a su vez, reflejaba las lunes, dando lugar a una postal para cualquier fotógrafo. Cuando empezamos a bajar, entendimos el porqué nuestro camión no habría podido; las rampas eran muy fuertes y el suelo a menudo no estaba en las mejores condiciones.

Yo iba de copiloto y decidí seguir con mi teoría de hacerme amigo de todo el mundo.

- ¿Cómo te llamas?
- Rashid.
- Nos han dicho que eres el mejor conductor de aquí.
- (Risa tímida) Sí bueno, lo conozco bien.
- Pues nada, si tú ves algo bueno vamos para allá, que nosotros no tenemos miedo.
- Ok, sin problema.
- ¿Te gusta el fútbol?
- Sí claro, lo que más.
- ¿Madrid o Barcelona?
- Barcelona
- Muy bien, como yo. ¿Sabes que tengo una camiseta firmada por Iniesta?

A partir de ahí, hablamos de fútbol todo el viaje y él a cambio fue especialmente cuidadoso de colocarnos siempre en el mejor de los sitios para verlo todo. Por no aburrir con más detalles de animales vistos, diré que vimos muchos de todos los tipos: Leones, ñus, cebras... De todo, pero mucho más cerca al ir en el jeep, en algún momento, al lado mismo. También tuvimos suerte y vimos algún animal raro y difícil de ver, como el serval, que yo fui el único que tuve la suerte de fotografiarlo gracias a la pericia de Rashid.

Comimos en una zona reservada para ello y frecuentada por halcones. Estos pájaros se han acostumbrado a "cazar", cayendo en picado la comida de la gente, y nos vimos obligados a comer pegados a los jeeps para no darles ninguna trayectoria posible. La guía nos comentó que no hacía mucho, un halcón había rasgado la nariz de una turista que se despistó y la fue a coger la comida cuando se la metía en la boca.

Después de ver unos leones comiendo una desafortunada gacelita, salimos del Ngorongoro que nos despidió con una imagen soleada espectacular. Nos esperaba nuestro último parque nacional, el del lago Manyara. En esta zona de Tanzania es donde crecen los famosos baobabs, los arboles que dice la leyenda que eran tan bellos que un dios les dio la vuelta y lo que vemos hoy son las raíces. De camino vimos varios, uno de ellos digno de parar a hacerle fotos. Como curiosidad, en la época en la que fuimos eran las elecciones nacionales y en varios pueblos nos encontramos con mítines políticos, algo curioso de ver. Las caras sonrientes de los aspirantes en los carteles parecían tan poco dignas de confianza allí como en España.

El sitio de acampada era un camping que nos pareció de auténtico lujo, ya que aparte de bungalows, tiendas y bar, tenía una maravillosa piscina, prácticamente para nosotros. Mientras los chicos montaban el campamento, yo me puse el bañador y, con lágrimas en los ojos de puro placer, me zambullí en el agua fresca de la piscina. Después de todo el polvo que nos comimos por los caminos, la sensación de entrar en el agua fue maravillosa. Este enorme placer se vio incrementado al traernos unas cervezas heladas (Kilimanjaro en este caso). 

Otra de las agradables sorpresas que nos encontramos, fue que nuestra guía se encontró con su novio, otro de los que habían aparecido en el programa Españoles por el mundo. Sentí no haberlo visto antes de ir.

Tras el baño y una ducha, fuimos a cambiar dinero a un banco cercano, donde el cambio era más favorable. Necesitaríamos la pasta para comprar cerca del camping. La guía nos había comentado que una de las cosas originales que podíamos llevar a España eran las telas de vivos colores, que las mujeres utilizaban para sus vestidos y para la casa, llamadas kangas o kitengues, según su diseño, tamaño y grosor. Esta vez me lo pasé muy bien en el mercado porque fue algo relajado y al comprar varios juntos, logramos bastante buen precio. También compré un cuchillo masai, no "made in China", que son los primeros que suelen ofrecer a los mzungus. 8 kangas y 3 kitengues después volvimos andando al camping a prepararnos para la cena, que ese día sería en la casa de una "Mama", una señora muy anciana para la media de vida local y que nos había preparado platos de comida típica local, sin "europeizar".

El paseo hasta la casa fue de lo más curioso. Fuimos andando entre las casas del pueblo, donde todo el mundo hacía vida normal. Los chavales jugaban al fútbol y los niños nos daban la mano para que les levantásemos y jugásemos con ellos. Los mayores volvían de trabajar o fumaban en grupos. La cotidianeidad.

Ya anochecía cuando llegamos a la casa, que tenía un patio interior donde varias mujeres se afanaban en preparar la mesa con todos los platos. Saludamos a la Mama respetuosamente, que aunque era mayor, no me parecía que pasase de los 75. Sentados en un banco rectangular nos tomamos una cerveza y cuando la cena estuvo lista, nos levantamos a coger cada uno lo que quisiese. Yo probé de todo, aunque casi todo eran arroces con diferentes salsas y cachos de carnes y pescados. La diferencia estaba en que las salsas eran algo más agresivas y picantes. De postre tomamos frutas locales, incluido un curioso plátano de cáscara rojiza. La fruta era excelente. Agradeciendo a la Mama y su equipo la atención, volvimos a nuestro camping en la mayor de las oscuridades ya que un apagón había dejado la zona sin luz. Afortunadamente algún compañero había llevado linternas y pudimos llegar más o menos a salvo. Cerca del camping había bastante ambiente festivo, con bares y música. Algún hombre me preguntó por alguna de mis compañeras, preguntando por su disponibilidad y ofertando sus servicios como amante ocasional, ofertas rechazadas a petición de las interesadas, a pesar de la vehemencia de alguno de ellos.

Una vez en el camping, unos pocos no relajamos en las tumbonas que había junto a la piscina, aunque no mucho rato ya que algunos de nosotros tendríamos que madrugar al día siguiente. Los valientes que harían una de las cosas de las que yo tenia más ganas: El Safari en bicicleta.


12.
Sólo la mitad del grupo se animó a madrugar, cuando todavía no había amanecido del todo. Los 9 valientes desayunamos junto a las tiendas y salimos a la puerta del camping, donde nos esperaban nuestras monturas. Gracias a mi ojo de ciclista, elegí la que con diferencia era la mejor bici, pero gracias a que soy tonto la elegí demasiado pequeña para mi tamaño. Afortunadamente tampoco sería una etapa muy larga. Nos acompañarían un guía y dos chavales, uno por el medio del pelotón y una chica haciendo de coche escoba.

Tengo que decir que disfruté mucho de la excursión. Salimos por las casas del pueblo cuando aun era temprano. La gente desayunaba y se aseaba en las puertas de las casas y muchos nos saludaban sorprendidos de ver a unos mzungus en bici tan temprano. Los niños iban con sus mochilas al colegio y nos chocaban los cinco al pasar. Paulatinamente las casas iban dejando paso al campo y especialmente a campos de plataneros y árboles con exuberantes y enormes hojas verdes y brillantes. Tras una media hora de pedaleo, la vegetación dejó paso abruptamente a una planicie sin más verde que un pasto ralo bordeando el camino que nos llevaba, a lo lejos, al lago Manyara. Dentro del lago, miles de flamencos rosas y cerca del lago, cebras, gacelas y a lo lejos, búfalos. Era una sensación extraña el estar cerca de los animales y contar sólo con la bici en el caso de tener que salir corriendo.

Nos hicimos fotos junto al lago, dentro de unas barcas varadas en la orilla. Había distintas plumas y lo que más nos llamó la atención es que las plumas de los flamencos no eran rosas sino blancas y rojas. Nos acercamos más a las gacelas y las zebras, llegando a estar a apenas unos metros de ellas. Los búfalos no nos dejaron tanta confianza y aun estando lejos, se empezaron a plantar y no nos atrevimos a acercarnos más. Todos teníamos en mente a nuestros toros bravos.

Volvimos hacia el camping teniendo un pequeño problema a medio camino. En una de las paradas estaba cerca un pastor de cebúes con un buen rebaño. Preguntamos al guía si podíamos hacer fotos y dijo que sin problema. Por lo visto sí que había problema porque al vernos, vino hacia nosotros gritando y aunque nuestro swahili no era suficiente, podíamos ver que estaba enfadado. Después de tranquilizarle un poco, nuestro guía de esa mañana nos explicó que no le gustaba que hicieran fotos porque pensaba que se las íbamos a robar después. Personalmente no me creí mucho su explicación, pero en cualquier caso, allí quedó la cosa.

Llegamos al camping y ya estaba todo el campamento recogido y nuestros compañeros dispuestos para salir. Por lo visto habíamos tardado algo más de lo esperado y teníamos que salir rápidamente hacia el aeropuerto. Yo aproveché el poco tiempo para hacer alguna compra en las tiendas del camping, concretamente un cuadro Tinga Tinga que conseguí a cambio de dos camisetas de quechua. Yo quería cambiarlas porque son eternas y él pareció quedar muy satisfecho de mi explicación de sus propiedades técnicas contra el sudor. Yo quedé satisfecho con el cuadro, que era otra de las cosas típicas y auténticas que podíamos llevar y que a día de hoy decora mi salón, con gran éxito de público. Los cuadros Tinga Tinga son en apariencia infantiles, pero de vivos colores. La temática es normalmente de la fauna y vestimenta local y vienen inspirados por un pintor llamado precisamente Tinga Tinga y que fue el primero que empezó a pintar así. Hoy en día puedes ver miles de pinturas de este tipo por todo Tanzania, imitando el estilo original con mejor o peor suerte.

Montamos en el camión y a la salida del camping hice una última compra a un vendedor de camisetas:  5 dólares por una camiseta con un MZUNGU en el pecho, que fue un éxito con todos los chavales locales que se reían y me hacían un gesto con el pulgar hacia arriba. Alguno me preguntó si sabía lo que ponía y cuando le decía que sí, se reía más todavía.

Llegamos al aeropuerto y comimos rápidamente junto al camión. Todos estábamos un poco tristes porque era el momento de la despedida de nuestros chicos, que tan bien nos habían tratado y con los que tan buenos ratos habíamos pasado. Comimos bajo un sol abrasador y empezamos los turnos de abrazos y despedidas con cada uno de ellos. Como no hubo acuerdo en cuanto a lo que cada uno quería dar de propina, cada uno dio lo que entendió correcto. Yo habría dado algo más a mi amigo Gody, pero finalmente Silvia me convenció de dar lo mismo a los cuatro, que también se lo habían ganado.

Con un nudillo en la garganta entramos en la caótica terminal del aeropuerto de Arusha. Facturamos todos juntos y pasamos a la pequeña zona de tránsito donde finalmente nos despedimos de nuestra guía, Carmina. Yo fui el último del grupo en despedirme y le di las gracias por haber sido tan buena guía y habernos transmitido su amor por África a nosotros. Ella me despidió con su perenne sonrisa y un abrazo, dejándonos solos por primera vez desde que pisamos África. Afortunadamente lo único que teníamos que hacer era esperar a que nos llamaran al avión que nos llevaría a la ultima parada de nuestro viaje: Zanzíbar.

Un rato después embarcamos en el avión más pequeño en el que había estado en mi vida. Dentro había sitio para unas 22 plazas aparte del piloto, con lo que casi todo el avión iba ocupado por nuestro grupo. Al poco de despegar, a nuestra izquierda apareció majestuosa la base del Kilimanjaro, cercano a Arusha pero que no habíamos podido ver. Desafortunadamente unas nubes cubrían su nevada cumbre así que nos quedamos con las ganas.

El viaje fue tranquilo, excepto por el hecho de que creo que la presurización de la cabina no fue buena y al final del vuelo tenía un martilleante dolor de cabeza en la zona de las cejas, como si tuviera sinusitis aguda. Afortunadamente el vuelo fue corto y pronto aterrizamos en el aeropuerto de Zanzíbar. Una bocanada de calor y humedad nos recibía al salir del avión. Sudando recogimos nuestros equipajes y buscamos el autobús que nos llevaría al hotel. El autobús no tenía ni había oído hablar del aire acondicionado, pero a cambio, si tenía un banderín del Real Madrid, lo que consoló a algunos, pero a mí no. El hotel estaba ubicado al sur de la isla en Kizimkazi a unos cincuenta minutos en autobús, que yo pasé con la ventanilla abierta y disfrutando de los olores y las vistas de la isla, similares a Tanzania pero más tropicales y con el azulísimo Océano Índico asomando de vez en cuando.

Llegamos al hotel ?????? que era un resort con villas individuales. A la hora del check in hubo una cierta confusión, ya que varios compañeros no sabían que las villas individuales eran compartidas, una para cada tres parejas. Encima habían hecho los grupos como habían querido y el regordete recepcionista no parecía muy dispuesto a cambiar nada. Al ver que no íbamos a ceder, puso los ojos en blanco e hizo los cambios como le pedíamos, algo que le llevó como un minuto. Me quedé con la cara del vaguete recepcionista y en los dos días que estuvimos en el hotel, todas las dudas y cuestiones las intenté hacer con él, cosas que siempre hizo a regañadientes.

A pesar de tener que ser compartidas, las villas eran enormes y espectaculares. Cada habitación tenía un baño enorme y una preciosa cama con dosel y mosquitera. También tenía una preciosa terraza y una piscina, que estrenamos inmediatamente y desde la cual vimos atardecer y ponerse el sol. El paisaje lo completaba una pasarela de madera que llevaba a lo que había sido un pequeño comedor. Habría sido una gozada cenar allí en algún momento. El problema era que la pasarela estaba rota y era imposible pasar por allí. Tampoco parecía que nadie lo fuera a arreglar. Daba la impresión de que cuando una cosa se rompía, sencillamente la quedaban así.

Cenamos un buen buffet, amenizado por unos masai que nos ofrecieron sus cánticos y bailes mientras nosotros disfrutábamos de la cerveza fría y de la comida. Algunos se quedaron a tomar algo en el bar del hotel, pero nosotros estábamos cansados por haber madrugado para montar en bici, algo que se me antojaba que había ocurrido hacía un año.


13. 
Por primera vez en muchos días, no madrugamos mucho, un placer que no aprecias hasta que lo pierdes y que este día alargué lo que me fue posible. Fuimos hacia la zona de desayunos, que también era de buffet donde te hacían tortillas, tostadas, tortitas... El buffet de desayuno es sin duda, uno de los inventos más felices de la humanidad.

Tras desayunar como un rey, fuimos a estrenar la piscina, que cuando la marea estaba alta, visualmente formaban una sola masa de agua. El plan del día era contratar un viaje en barca y comer fuera del hotel. Nos habían dicho que se podía contratar más barato con algún chaval de la playa. Desde la piscina vimos que uno de ellos llevaba una camiseta de Ratpanat unas tres tallas más grande de lo que debería, con lo que decidimos hablar con él. Los compañeros decidieron darme un descanso ya que durante todo el viaje yo había hecho todas las gestiones, así que fueron Silvia y otro compañero quienes fueron a hablar con él mientras el resto acechábamos desde la piscina. A gritos Silvia nos ponía al día:

- ¡Dice que 15 dólares por llevarnos al pueblo en barca y comer!
- ¡Carísimo, dile que 10!
- ¡Pregunta que cuantos somos!
- ¡11!

Finalmente y como Silvia es mejor regateadora que yo, el viaje salió a 6 dólares per cápita. Disfrutamos de la piscina un rato más, hasta las 12, la hora a la que habíamos quedado con ellos. Como la marea estaba baja, tuvimos que acercarnos a la barca, evitando pisar enormes erizos de mar del tamaño de mi pie. De camino a la barca, el bajito con el que habían negociado se me acercó.

- ¿Eres Alfred?
- Sí. Tu, ¿cómo te llamas?
- Abdul. Me gusta mucho tu compañera.
- ¿Quien?
- Esa.
- Sí, es muy maja, pero creo que lo tienes un poco difícil porque está acompañada.
- ¿Por quien?
- Por esa otra.
- Ya. ¿Pero podrías hablarle de mí?
- Lo intentaré, pero no te prometo nada.

Cuando llegamos a la barca, los cuatro chavales nos fueron ayudando a subir uno a uno. Yo subí el primero y uno de ellos me dio un viejo móvil para que se lo guardara durante el viaje, para que no se mojase. La barca era de motor y tenía el sitio justo para todos, pero el viaje fue muy agradable a pesar del calor descomunal y el sol inclemente. Cerca ya del pueblo de Kizimkazi donde íbamos, a nuestra izquierda aparecieron los familiares lomos de unos delfines. El nadar con delfines lo teníamos planeado para el día siguiente, a pesar de ello, Abdul intentó negociar unas zambullidas por un precio módico, pero como no llevábamos gafas ni aletas, no hubo suerte.

Llegamos a una playa de postal, con agua azul turquesa, casitas de techo de paja y arena blanca. Al bajar de la barca, la arena era tan fina que casi parecía que se mezclaba con el agua. En el suelo había enormes conchas y pedazos de coral, que no cogimos porque nos habían dicho que en las aduanas los detectaban y te hacían pagar por ellos lo que les apetecía en ese momento. Posteriormente vimos que así era. También había un grupo de chavales que entre otras capturas, habían cogido una especie de morena y un llamativo pez globo. Aplanados por el sol fuimos andando al restaurante donde comeríamos, que afortunadamente, tenía un techo de paja. La sombra llegó un poco tarde para un compañero de Alicante que antes de salir se había embadurnado bien de crema, pero por error, cogió el Aftersun en vez de el protector solar. Aunque era moreno de piel, cuando nos sentamos, el rojo de la espalda y cuello empezaba a tirar casi a amoratado y cualquier contacto tenía divertidas consecuencias. Para los demás, claro.

La comida fue sencilla pero rica. Lo que más me gustó fueron los langostinos recién cogidos y un arroz blanco con salsa de tomate y coco, pero sobre todo, unas maravillosas patatas fritas que hacía tiempo que nadie comía y que disfrutamos como cochinos. Abdul, como parte de su conquista, le regaló a nuestra compañera un pulpo recién pescado y hecho a la parrilla, que estaba buenísimo. Disfrutamos del resto de la comida mientras charlábamos con los chavales, que nos preguntaban cosas de España y, como no, de fútbol. Nos propusieron que les compráramos bebidas a ellos para los días siguientes, ya que ellos nos las daban por la mitad del precio que costaban en el hotel. Aceptamos comprar un par de botellas para cada uno, aunque al final sobró casi la mitad.

Con pena nos despedimos de nuestra playa y volvimos al hotel. Por 6 dólares habíamos pasado el día estupendamente. Unas cervezas en la piscina para los que no estábamos abrasados y la cena ocuparon el resto del primer día de relajación en la paradisiaca Zanzíbar. Después de cenar y antes de ir a tomar algo al bar del hotel, fui a ver a mi amigo el recepcionista, que de mala gana me indicó dónde podía contratar la excursión para ver delfines. Después de negociar, conseguimos: Nadar con delfines a primera hora cerca del hotel para evitar aglomeraciones + viaje de ida y vuelta en barco a la isla de Pungume + snorkel en Pungume + comida en un arenal natural incluyendo langosta por 10 dólares por cabeza.

Satisfecho por la negociación me reuní con el grupo en el bar donde por lo menos, aguantamos más que el día anterior.


14.
Nuestro grupo desayunó pronto, ya que queríamos ser los primeros en estar en el agua por la mañana. La razón era que nos habían dicho que si esperábamos mucho, se juntaban demasiadas barcas y era una molestia. A pesar de tener que meterme en el agua pronto, me dí un desayuno como todo desayuno de buffet merece.

Nos habían aconsejado que compráramos gafas y tubo para bucear, ya que no es muy agradable meterse en la boca algo que no sabes en que bocas ha estado antes y dónde habían estado esas bocas antes de meterse el tubo. Por lo tanto, cogimos nuestros equipos y nos subimos a una nueva barca en la que nos repartieron aletas según nuestro número de pie. Con las aletas, las gafas, el tubo e incómodo como yo solo esperé a que me dijeran que me tirase. Tras esperar cinco minutos el capitán de la barca vio algo, giró a la derecha y tras movernos unos diez metros nos gritó que había delfines y que nos tirásemos al agua. Nervios, la aleta se engancha, me pongo las gafas pero no me encuentro el tubo, pero como no me lo quiero perder, me tiro tal y como estoy. Tras tragarme una buena parte del océano Índico, logro ponerme el tubo y miro hacia la barca donde están casi todos mis compañeros gritándome algo. Como no oigo nada, no lo entiendo, pero Silvia me hace el gesto de que mire hacia abajo. Y eso hago.

Es difícil explicar la sensación de estar flotando en el mar y ver, debajo tuyo, una manada de unos doce delfines salvajes, que justo en ese momento estaban pasando por debajo de mí.  Sé que grité de la emoción y que después intenté nadar detrás suyo, algo imposible a todas luces. Pero yo los seguí hasta que no pude más, probablemente unos segundo después.

Después de los tres que nos tiramos los primeros, el resto de compañeros se fue animando y creo que todos vimos delfines más o menos cerca. Yo me seguí tirando hasta que no pude más, aunque precisamente la ultima zambullida fue la que tuvimos más suerte y los delfines casi nos rozaron. O eso me pareció a mí, que intenté tocarlos. Sin suerte. En cualquier caso, la experiencia mereció mucho la pena.

Volvimos al hotel comentando la jugada, cogimos el resto de bártulos de las habitaciones y salimos a la puerta del hotel, donde nos esperaba un autobús para llevarnos al pueblo de Kizimkazi. Hacía tanto calor que cuando llegamos al autobús la ropa ya se nos había secado. La isla se Pungume está a 11 km de Kizimkazi, por lo que el barco que utilizamos sería más grande que las anteriores barcas. Llegamos al pueblo pasando junto al restaurante donde habíamos comido el día anterior. Nos bajamos en el bar Karamba, perteneciente a españoles y que por lo visto, también había aparecido en el programa Españoles por el mundo. Lamenté otra vez no haberlo visto.

En un tenderete nos repartieron las aletas y a los que no tenían gafas y tubo, les dejaron unos. El barco era efectivamente más grande y aparte del motor, poseía una vela triangular. La tripulación la formaban Esta vez tres chavales. Dentro también había sillas para todos, una parrilla y neveras para comida y bebida. A pesar del motor y la vela, el barco avanzaba lentamente y el viaje se hizo tedioso. Tardamos una hora y media en llegar a la isla, que pronto empezamos a ver en lontananza, pero que parecía no querer acercarse nunca. Cuando finalmente llegamos cerca de un islote, el capitán paró el motor y una vez parado, nos indicó que nos tirásemos cuando quisiéramos. Cerca del islote podíamos ver rocas llenas de peces de colores a través del agua transparente. Con la experiencia que ya teníamos de los delfines, nos tiramos si dudar, aunque alguna compañera se quedó en la barca, por si acaso. Algunos ya lo habían hecho antes, pero para nosotros era la primera vez que hacíamos snorkel y la experiencia nos encantó. Incluso se nos hicieron cortos los 40 minutos que estuvimos en el agua. Vimos un montón de peces de colores y una vez medianamente dominada la técnica incluso nos metimos más profundo.

Después subimos al barco y nos dirigimos al arenal donde comeríamos. Se trataba de un pequeño islote de arena blanca, paradisiaco en medio del azul del Índico. Habría sido más paradisiaco todavía si hubiese tenido alguna sombra. Mientras la tripulación montaba la parrilla y la mesa, el resto no tuvimos otro remedio que meternos en el agua, a riesgo de derretirnos si nos quedábamos al sol. Fue curioso que compartiésemos nuestro islote, en el medio del océano Índico con otro grupo de españoles que llegaron poco después que nosotros en una barca similar y que se instalaron alejados de nosotros con un plan, creo que parecido. El mundo verdaderamente no es un sitio tan grande.

La comida consistió en mi querido arroz con salsa de coco como entrante y después, la deliciosa parrillada consistente en una langosta por cabeza y unos pedazos de un pescado indefinido, pero de carne oscura y sabrosa. Personalmente no me gusta mucho el marisco, pero la langosta estaba deliciosa. Por suerte para nosotros, nos habían instalado una pequeña carpa y pudimos comer a la sombra.

Con pena nos despedimos de nuestro islote y emprendimos nuestro viaje de vuelta al hotel. En esta ocasión no extendieron la vela porque, esta vez teníamos el viento de cara, con lo que  el viaje se hizo aún más tedioso. No recuerdo quien fue el que empezó, yo seguro que no, pero alguien empezó a cantar y el resto del viaje deleitamos a nuestra tripulación con diversas canciones de las diferentes regiones españolas. En nuestro descargo tengo que decir que pudiendo habernos tirado del barco, no lo hicieron y llegamos a salvo al hotel, aunque esta vez, bordeando la costa.

Como a la mañana siguiente dejaríamos el hotel, decidimos disfrutar de la piscina lo que quedaba de tarde. Algún compañero seguía teniendo problemas estomacales por lo que los pedidos en el bar consistieron básicamente en cerveza y manzanillas. Después de cenar nos tomamos unas copas y nos fuimos a la cama con la sensación de que el viaje estaba ya llegando ya a su fin.


15.
Nuestro último desayuno en Kizimkazi fue más temprano de lo habitual. Teníamos que preparar todo para salir hacia Stone Town, la capital de Zanzíbar. Aunque nos lo habíamos pasado bien, para mi gusto un día más habría sido demasiado y me habría aburrido. En dos días habíamos hecho casi todo lo que podíamos hacer y si no eres de tumbarte en la playa como yo, poco más podrías haber hecho.

Con todas las mochilas llenas, pero con algo de hueco para las compras que esperábamos hacer en el día, esperamos a que llegara nuestro autobús. De camino a Stone Town iba pensando en el más ilustre de sus vecinos: Freddie Mercury, que por circunstancias del trabajo de su padre nació y pasó su infancia, tan lejos de su querida Inglaterra. Aun se puede visitar la casa donde vivió, pero al final no nos dio tiempo a verla. También pensaba en el hecho de que íbamos a visitar uno de los mayores puertos de esclavos de la época dorada del esclavismo en el mundo.

Las casas y los comercios empezaban a ganar la partida a la vegetación, anunciando nuestra entrada a Stone Town. Todos los edificios no solían pasar de dos alturas y casi todos estaban sucios y descuidados, dando la impresión de una ciudad en decadencia, pero con el encanto que le daba algún edificio colonial. También empezamos a ver la influencia árabe de la ciudad a través de edificios y sobre todo, de gente.

Nuestro hotel, el Dhow Palace estaba situado en pleno casco histórico y era un edificio colonial completo, con patios árabes con fuentes de agua corriente y antigüedades por donde miraras. Por lo que nos comentó un compañero, el hotel tenía dos partes la colonial y la moderna. Nosotros pedimos habitación en la colonial y acertamos. La habitación daba a uno de los patios interiores e incluía una preciosa cama con dosel y una ducha tipo árabe de azulejos azules. Los armarios eran antiguos pero estaban limpios y todo tenía la pátina de lo antiguo pero cuidado.

En cualquier caso, teníamos prisa por salir a comprar regalos ya que aunque nos habían dicho que no habría problema, era nuestro último día y casi no teníamos nada. Esperamos al resto del grupo haciéndonos fotos por el hotel y cuando estuvimos todos, salimos a comernos Stone Town. Desde el hotel se nos adosó un chaval, al que al principio no hicimos mucho caso, pero que mientras esperaba fuera de una tienda a que las chicas terminaran de comprar cosas, me empezó a hablar en un español con mezcla de italiano. Me pidió permiso para venir con nosotros y a cambio de practicar su español con nosotros, nos guiaría por la ciudad y nos aconsejaría. Me pareció bien y él pareció feliz con el trato.

Toda la mañana estuvimos de compras mientras Suleiman nos acompañaba pacientemente y nos enseñaba algunas de las curiosidades de la ciudad, como casas históricas, madrazas, etc. Nosotros le decíamos lo que queríamos ver y él nos llevaba o nos aconsejaba verlo más tarde. Fue especialmente curiosa la visita al mercado, donde los stonetownianos hacían sus compras habituales y no había mucho turista. Allí compramos especias, fruta y algunos zumos desconocidos para nosotros pero deliciosos. Muchas telas, cuadros Tinga Tinga, camisetas de la selección de Tanzania y diferentes estatuillas y pulseras después, decidimos ir a comer. Pedimos a Suleiman que nos llevara a algún restaurante italiano, un poco saturados de arroz y salsa de coco. Cuando llegamos, le invitamos a comer con nosotros, pero él declinó la oferta amablemente y quedó en pasarnos a buscar cuando acabáramos.

El restaurante era mucho mejor de los que esperábamos. Llevado por italianos, había varias mesas ocupadas por italianos, lo que apriori pareció buena señal. Con un precio razonable disfrutamos de ensaladas con aceite de oliva y pizzas y pastas a elegir y de muy buena calidad. Es curioso, pero la sensación de estar con los italianos fue agradable estando tan lejos de Europa y creo que a ellos les pasó lo mismo al vernos entrar. Fue un poco como un anticipo de la vuelta a casa.

Después de un maravilloso capuchino, nos despedimos de los dueños y salimos a la calle, donde ya nos esperaba Suleiman. Le preguntamos que por qué no había entrado a tomar algo y nos dijo que daba igual. Visitamos el antiguo mercado de esclavos, cerca del restaurante, pero decidimos no pagar los escasos 3 dólares que costaba la entrada, no por el precio, sino porque no nos apetecía ver algo que muy probablemente nos bajaría el ánimo. Seguimos con las compras y las explicaciones de Suleiman que nos explicó también el significado de las famosas puertas de madera tallada, símbolo de Stone Town.

Cuando el sol estaba cerca de la linea del horizonte, ya cansados y saturados de compras, fuimos acercándonos a la zona del hotel donde estaba el pub Livingstone. Este pub está ubicado en la antigua casa de este afamado explorador y tiene una terraza desde donde se ve la puesta de sol. En la playa cercana, chavales ensayaban volteretas y piruetas. Mientras se acercaba la hora, la terraza se fue llenando, casi exclusivamente de mzungus y en el momento en el momento en que el sol desapareció,toda la gente aplaudió, despidiendo al día y dando la bienvenida a la noche, que en Stone Town tiene, si cabe, más actividad.

Una vez más invitamos a Suleiman a tomar algo con nosotros y una vez más declinó la oferta. Me di cuenta que en la terraza no había ni un negro, por lo que supongo que habría sido un compromiso para él que le vieran con tanto mzungu. En cualquier caso, le dimos una propina entre todos por sus buenos servicios durante todo el día, que en principio rechazó, pero que finalmente aceptó agradecido.

Volvimos al hotel a cambiarnos para la cena y sobre todo, a embutir todas las compras del día en nuestras ya casi repletas mochilas. La mayoría del grupo prefirió quedarse a cenar en el Livingstone's, pero nosotros preferimos hacer caso de un consejo que nos habían dado: Cenar en los puestos callejeros en los cercanos jardines Forodhani. Y más concretamente, sus Zanzíbar pizza, una especie de torta doble con los ingredientes que tu eligieses. Y por un dólar. Las chapatis estaban buenas, yo me comí tres, la primera conservadora, la segunda exótica-picante y para compensar el abrasado de lengua del picante, una tercera de nutella. Lo mejor de la cena, aparte de la comida fue el ambiente, con todo el mundo comiendo en la calle, música y ambiente festivo. Algo que nos recordaba a España y que nos hizo un poco más liviana la melancolía de pensar que al día siguiente emprenderíamos nuestro viaje de vuelta a casa.

Cuando acabamos de cenar, fuimos al Livingstone's a tomar una cerveza con nuestros compañeros, a los que todavía no habían llevado la cena. Teniendo en cuenta que habíamos ido a la vez, a nosotros nos había dado tiempo a dar una vuelta por los jardines y cenar con postre, la espera estaba siendo probablemente algún récord del mundo. Yo disfruté de mi Safari, otra de las cervezas locales y agotados, volvimos al hotel.


16.
Después de dormir en una cama en la que podría haber dormido el mismo Livingstone, bajamos a tomar nuestro último desayuno del viaje. En la tele, las noticias, que llevábamos tiempo sin ver, nos recordaban que en Europa seguían ocurriendo cosas a pesar de nuestra ausencia.

Bajamos de la habitación con nuestras dos mochilas y estuvimos esperando a que llegara nuestro autobús, que en principio debería haber llegado a las 10, pero que a las 10 y media no había aparecido. Pedimos al hotel que le llamaran y apareció un cuarto de hora más tarde, dando la impresión de que se le había olvidado nuestro viaje totalmente. Hakuna Matata. Llegamos al aeropuerto de Zanzíbar con el tiempo ya muy justo e inmediatamente nos pusimos a la cola para facturación de equipajes, el momento más tenso del día. Nos habían avisado de dos puntos conflictivos:

1- El escáner de equipajes.
2- los revisores de equipaje de mano.

El punto 1 se debía a que estaba prohibido llevarse conchas o cachos de coral. Nosotros habíamos cogido 3 conchas especialmente bonitas y no ocurrió nada, pero un compañero que, a pesar del consejo del resto del grupo, se llevó un montón de piezas, le hicieron pagar 50$. Y gracias, porque por lo visto, la cantidad dependía un poco del humor del policía en ese momento.

El punto 2 era cuando, una vez facturado, pasabas a la zona de embarque. En este caso el objetivo solía ser la gente más mayor, a los que se ponían a desmontar la mochila o lo que llevasen y les pedían dinero. A algún compañero le tocó, pero nos habían aconsejado hacernos los tontos y decir que no entendíamos, hablando en español, algo que les resultó muy fácil.

Como una de las últimas curiosidades de África, en teoría nuestro pequeño avión de hélices, nos llevaría directamente a Nairobi. Pero lo que hicimos fue:
- Aterrizamos en Mombasa.
- Bajamos del avión.
- Bajaron los equipajes.
- Reconocimos cada uno su equipaje.
- Hicimos cola en un puesto de policía y nos sellaron los pasaportes.
- Volvimos a subir al mismo avión.
- Volvieron a subir los equipajes.
- Despegamos hacia Nairobi.

Ya en Nairobi, nuestro grupo comió en un restaurante cerca del aeropuerto, yo con una Guinness Foreign Extra y esperamos a embarcar, ya con ganas de terminar el viaje. Desgraciadamente el vuelo a Bruselas se retrasó once horas y tuvimos que pasar lo que quedaba de día y parte de la noche dormitando en el aeropuerto. Por lo tanto también perderíamos el posterior vuelo Bruselas-Madrid. No es lo mismo decir esperar once horas que estar once horas, con sus sesenta minutos y todos sus muchísimos segundos, sin nada más que hacer que ver el tiempo pasar e intentar dormir sin ningún sitio más cómodo que una esquina en el suelo.

La odisea de viaje de vuelta finalmente quedó Zanzíbar-Mombasa-Nairobi-Bruselas-París-Madrid, un montón de horas en total, cinco vuelos, nuestro primer viaje en business (Nos hicieron hueco en el Bruselas-París) y una nueva pérdida de equipaje, que apareció entero tres días después.

Pero todos estos problemas no vienen a la mente después de un viaje. Cuando pensamos en nuestro viaje a África, lo que nos viene a la mente es su increíble luz, la vida que explota en todas partes, las sonrisas de la gente, las risas de los niños. El mar en Zanzíbar. Los animales. Su salvaje naturaleza.

Africa engancha y sólo los que hemos estado podemos entender hasta que punto es cierto. Hasta que punto es cierto que desde el momento en que te vas, ya estás pensando en volver. Y que parte de ti se quedará allí siempre.

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